De noviembre a Nochevieja, la ciudad más icónica de los Estados Unidos vive inmersa en una euforia mayúscula, intervenida por simbologías navideñas en abrumadora cantidad y variedad. Una celebración anual que convoca a miles de visitantes de todo el mundo.
Llega noviembre y la movida pre-navideña se apodera de Nueva York. Vidrieras y fachadas de edificios lucen expresionismos fantásticos, los abetos destinados a iluminar espacios públicos y hogares se multiplican por miles, un suburbio de Brooklyn se transforma en una delirante mezcla de pesebre y parque de diversiones, mercados al aire libre desbordantes de adornos y regalos alusivos brotan aquí y allá a despecho de las primeras nevadas.
El fervor por la Navidad y el Año Nuevo trasciende cualquier sentimiento de fe cristiana. En esta meca del consumo altamente competitiva lo que cuenta es cómo impactan las Fiestas en la vida de sus habitantes, dispuestos a tomar calles y avenidas para embelesarse frente a las vitrinas de los grandes almacenes; acopiar una montaña de paquetes que ornarán el árbol familiar; converger en esos puntos clave de la ciudad donde una gigantesca conífera brilla, erizada de luces, en la fría noche, y dar vueltas y vueltas en civilizado montón en las pistas de patinaje.
Nueva York es lo opuesto al mensaje original y bíblico que desde hace dos mil años difunden las figuras de José, María y el niño Jesús, es decir, la exaltación de la familia chica en silenciosa reunión alrededor de la mesa para agradecer el alimento ahí presente. Este momento sagrado y profundamente íntimo, los estadounidenses lo viven el día de Acción de Gracias –Thanksgiving– que tiene lugar el cuarto jueves de noviembre. Navidad es otra clase de energía, y aunque la afabilidad del 25 de diciembre también se difunde en los hogares neoyorquinos, hasta el 24 la previa es lo que es: una descomunal fiesta inclusiva que arranca en Rockefeller Center y, seis días más tarde, vuelve a replicarse con desproporcionado júbilo para celebrar la llegada del año nuevo en Times Square.
VIDRIERAS HIPNÓTICAS
Recorrer ese nervio vital de Manhattan llamado 5ª Avenida es un viaje: cada vidriera una parada y cada parada un destino. Nada más fácil que demorarse en la plaza del Rockefeller Center –hito histórico nacional desde 1987, demarcado por la 5ª y la 6ª Avenida entre las calles 48 y 51– donde reluce el bronce de Prometeo y el zodíaco, obra de Paul Manship, con el mega árbol a sus espaldas y la pista de hielo a sus pies.
Entre los edificios French y British Empire se abre Channel Gardens, con su área ajardinada y la fuente. Antes y después de las Fiestas, esta breve peatonal es un remanso que se agradece en el fragor de la Gran Manzana. Pero mientras tanto, su recorrido hasta la 5ª Avenida se transforma, y una idea del universo navideño cobra cuerpo. El pasado diciembre, por ejemplo, aparecía jalonado de ángeles triunfantes, de blanco inmaculado concebidos, con sus trompetas de fina y larga figura. Ornamentos plateados enriquecían la escena. Este año, es probable que la representación sea otra. En cualquier caso, el trance desde la plaza Rockefeller hasta la Quinta conduce directo a Saks que, del otro lado del asfalto, encandila con una desbordante esplendidez lumínica a través de una serie de figuras que van contando una historia. Esa vidriera ocupa el hueco entre los dos edificios de Channel Gardens y atrae con la fuerza de un poderoso centro energético extraterrenal; grandes y chicos, a paso demasiado lento (no se puede andar ni siquiera a ritmo tortuga), se dirigen hacia ese punto hipnótico que no pueden dejar de mirar.
No hay escaparate de la Quinta que pase desapercibido. En el Midtown se concentran las marcas más fuertes y lujosas, como Bergdorf Goodman. Henri Bendel, Bvlgary, Louis Vuitton, Dolce & Gabbana, Lord & Taylor, Macy’s, Cartier, Tiffany’s, Van Cleef se suman al gran muestrario.
Sobre la 34, entre la 6ª y la 7ª Avenida, Macy’s, dedica un piso completo a recrear un pueblo navideño y mágico llamado Macy’s Santaland. Y, por supuesto, con la viva presencia de un Santa Claus con el que los chicos quieren sacarse una foto y a los padres no les queda otra que sumarse a la larga cola para satisfacerlos. Al final, ellos también se suman y todos sonríen a cámara.
PATINAJES & MERCADOS
La pista más famosa es la de Rockefeller Center, y la primera en abrir: este año lo hizo el 8 de octubre. Hay que pagar y, conforme se aproxima el 25 de diciembre, el precio sube. Convoca público de manera masiva; cientos son los que quieren lucirse en el hielo y muchos más los que circulan para verlos patinar. La presión demográfica es notable y exige que haya control de ese espeso fluir de personas.
Bryant Park es la única pista de patinaje gratis y una de las más concurridas; aunque chica, tiene sus adeptos y es a la medida de los aprendices. Por el contrario, el mercado navideño –se llama Bank of America Winter Village at Bryant Park – es muy grande, un rosario de coloridos puestos con objetos alusivos a las Fiestas y de los otros también, que se alternan con chiringuitos de venta de comestibles varios y bebidas. Para quienes pretenden algo más que un picoteo, hay un comedor-restaurante instalado a pasos del gran árbol ornamentado. El mercado abrió el 27 de octubre y cerrará el 2 de enero.
Wollman in Central Park es otra pista que arranca en octubre y no para hasta abril. Se instala muy cerca de la entrada sureste del parque, y tiene una afluencia de público alta. El Columbus Circle Holyday Fair es el mercado que está al lado de Central Park y se ingresa por Columbus Circle, la entrada suroeste del parque.
El zoco navideño más grande de NY se instala en la estación central –Grand Central Terminal Holiday Fair – y despliega su oferta en más de 80 stands con objetos artesanales únicos. Cada media hora hay un espectáculo de luces y se lo puede recorrer hasta el 24 de diciembre.
Union Square Park Holiday Market tiene su espacio en una de las plazas neoyorquinas más renombradas, donde reúne lo mejor de artesanos y artistas locales (joyas, juguetes infantiles, artesanías de calidad de otros mundos…) hasta el 24 de diciembre. Como sucede con los otros mercados navideños, tampoco es barato.
LOS ÁRBOLES DE NAVIDAD
Todos los años, miles de coníferas son sacrificadas en nombre del arbolito que cada americano pone en su casa. Hay plantaciones específicas para atender la demanda navideña y no sólo se trata de abetos. Vermont, Carolina del Norte, Tennessee, Oregon, Washington State, Nueva Escocia y Quebec (estos dos últimos, en Canadá) son los territorios donde prosperan las arborescencias cónicas con fines comerciales. Los puntos de venta están desparramados por toda la ciudad y el precio puede ir de los 65 dólares (para un árbol poco más de metro y medio de alto) a los 12.000 dólares los grandes. Otra historia son los mega árboles públicos. El de la Navidad pasada que brilló en Rockefeller Center –el más famoso– costó 25.000 dólares.
Este es el árbol emblema; ninguno lo supera en tamaño ni puede medir menos de 20 metros de alto: suele tener entre 23 y 27 metros y una copa de unos siete metros y medio en la parte más ancha. Su tamaño y aspecto son obra de un intensivo cuidado; tuvo quien lo vio crecer, lo cuidó, lo fue podando y lo preservó de eventuales ñañas para que pudiera llegar al podio saludable y más sólido que el coloso de Rodas. La ceremonia de su encendido –más de 50.000 luces LED y más de ocho kilómetros de cable– atrae multitudes que aguardan horas a la espera del gran momento en que se haga la luz. Las veredas del área se convierten en barreras humanas infranqueables, razón por la cual las oficinas que rodean Rockefeller Square cierran al mediodía para permitir a los empleados salir de la zona sin perecer en el intento. Este año, el encendido –que se televisa en directo– tuvo lugar el 28 de noviembre; a partir de entonces, el magno conífero se mantiene encendido todos los días desde las cinco y media de la tarde hasta las once y media de la noche. El día de Navidad permanecerá encendido las 24 horas y el primero de enero se apagará para siempre a las nueve de la noche.
BRILLOS EN DYKER HEIGHTS
Es el suburbio más pintón de Brooklyn, situado al suroeste del dilatado distrito neoyorquino. Barrio de casas individuales y mansiones rodeadas de espacios verdes propios y calles arboladas, ocupa una colina entre Bay Ridge, Bensonhurst, Borough Park y Gravesend Bay. Las avenidas 7 y 14, la calle 65 y Belt Parkway delimitan este territorio, cuyos actuales residentes son de origen italiano en su mayoría.
La piedra fundamental de Dyker Heights la puso el general de brigada René Edward De Russy, a fines de la década de 1820, cuando hizo erigir su casa en lo alto de la colina, en lo que ahora es la avenida 11 y la calle 82. Esta ubicación le permitía tener una vista despejada del puerto y sus defensas, sobre todo del fuerte Hamilton, de cuya construcción fue responsable. Cuando De Russy partió de este mundo, su esposa (Hellen), vendió la propiedad (1888) al matrimonio Johnson, y con él se inició una etapa de desarrollo de ese suburbio residencial, que luego continuó su segundo hijo, Walter Loveridge. A principios del siglo XX, Dyker Heights ya era una lujosa realidad creciente.
Su fama como escaparate navideño empezó en 1986, cuando Lucy Spata decidió iluminar su casa como si un arbolito fuera. Sorda a las duras críticas de sus vecinos, repitió la experiencia al año siguiente, al otro y al otro... tres décadas después, la iniciativa de Lucy –que poco a poco fue sumando adeptos– derivó en feroz competencia entre los residentes de Dyker. Si su casa es aún hoy la más famosa –la 1152 de la calle 84, "habitada" por un ejército de soldados y otros personajes–, en la vereda de enfrente impresiona la puesta en escena de la familia Polizzotto (en el 1145 de la misma calle), con un mega Santa Claus animado y calesitas en acción.
Hay tours organizados para recorrer el barrio a la noche. Los turistas llegan por miles a Dyker y, como era de esperar, esta situación empezó a disgustar a sus residentes, pero… la suerte ya estaba echada: las familias pagan miles de dólares a renombrados decoradores para desplegar toda la creatividad posible en árboles, canteros, césped, jardines, ventanas, puertas, techos y fachadas, y lograr la mejor, la más grande y la más impactante escenografía navideña que empieza a montarse después de Acción de Gracias. Las casas más espectaculares están entre las calles 83 y 86 y las avenidas 11 y 12.
En comparación, las luces del abeto de Rockefeller Center quedan reducidas a escala de lamparita de almacén de pueblo… dicho con todo respeto por el pueblo y el almacén.
Si pensás viajar...
PISTAS DE PATINAJE
Lasker Rink. 110 Lenox Ave.En el sector norte de Central Park, abierta hasta marzo próximo. Lunes, martes y viernes de 9.30 a 16 (hasta 16.50 los viernes + de 18 a 23).
DÓNDE COMER
Quartino Bottega Organica. 11 Bleecker St. Excelente cocina italo-med elaborada con productos orgánicos de muy buena calidad. Ambiente relajado y servicio amable. Precios lógicos.
Milon. 93 First Avenue 2° piso. Entre las calles 5ª y 6ª de la ciudad, se esconde este insospechado restaurante indio en un edificio de muy bajo perfil. Arriba, a la izquierda, una puerta poco evidente se abre a un salón comedor saturado de guirnaldas y caireles de luces navideñas que caen como catarata desde el techo. Aquí importa mucho más el ambiente que la comida (correcta): un delirio divertido a la medida de los festejos de cumpleaños. Económico. Sólo efectivo.
Blue Box Café. 727 de la 5ª Avenida, 4° piso. Espacio exquisito que inauguró el año pasado la casa Tiffany’s. Servicio de desayuno, almuerzo y brunch en refinadísima vajilla que recrea el célebre tono celeste-turquesa de la joyería, con vistas al Central Park. Más que para almorzar (las raciones son muy escuetas), se sugiere para romper el ayuno. Imprescindible reservar. Sólo efectivo.