El avión bajó en Posadas, ciudad que hasta hace poco tiempo no era más que punto de partida, sin merecer la menor atención del viajero que enfilaba derecho hacia San Ignacio. Como si fuera poco, desde que la economía quiso que el 1 a 1 terminara en 3 a 1 por goleada, hasta las compras en Encarnación perdieron su gracia. Quizás haya sido esa situación o el descubrimiento tardío de la belleza del ancho Paraná, la cuestión es que quien visite Posadas después de algunos años, notará que la capital parece otra. Con la nueva obra de la costanera, la ciudad ganó para los posadeños y los turistas, un espacio que reclamaba callando. Y ahí está, verde y radiante. Veredas anchas y bulevares vegetales para caminar, para tomar tereré, para comer en los restaurantes que se han instalado ?y los que vendrán? y para mirar al Paraguay, en la otra orilla.
En el centro también hay noticias frescas. Poco a poco fueron apareciendo los aparts modernos y los bed & breakfast, donde recalar a la hora de la siesta, después del café en Vitrage ?confitería clásica sobre la plaza, a metros de la obra de la nueva peatonal?, o la chipa (que no chipá como le decimos en Buenos Aires), comprada al paso en alguna esquina.
No hubo siesta para nosotros que salimos por un instante de Misiones para entrar en Corrientes y dar una vuelta por Virasoro. Como era lunes, no fuimos por Apóstoles: sabíamos que el Museo de la Yerba Juan Szychowski (ver LUGARES 103) estaba cerrado, de modo que en Pindapoy nos desviamos directo hacia el terruño de Las Marías, a donde llegamos en un tris, pues desde Posadas son sólo 90 km.
La visita a la planta de yerba mate y té vale el desvío, no sólo para enterarse del proceso de zapecado (secado a fuego) y estacionamiento de la yerba, entre otras cosas, sino para comprender mejor la idiosincrasia Virasoro, pueblo que no sería tal sin la obra de la familia Navajas. Víctor Navajas introdujo el cultivo de la yerba y fundó el establecimiento hace más de 80 años y son sus descendientes quienes continúan la labor, al frente de unos 1700 empleados. Además, la planta cuenta con un restaurante abierto al público que es ideal para comer afuera en los días de sol.
Nosotros lo descubrimos por sugerencia de Carlos Nava, tucumano que hace 16 años trabaja en Las Marías y que acaba de abrir, junto a su esposa Araceli, el B&BPosada de Los Lapachos, en el centro de Virasoro. En realidad, la idea fue de Airyn, la hija de ambos que estudia turismo en Buenos Aires y que decidió que su casa correntina bien podía ser el trabajo práctico que le pedían en la facultad, y por qué no, convertirse a su vez en realidad: ofrece dos habitaciones en planta alta, bien aisladas del resto, y muy cerca de la plaza principal.
Entre los ítems imperdibles apunte la estación del tren, donde encontrará decenas de vagones cargados de madera lista para partir a buen puerto; un merodeo por las calles de lajas y tierra colorada ?que a los lugareños les parece un atraso total comparado con el pavimento de los pueblos misioneros?, y una visita al Complejo Muralístico Arquitectónico de la Plaza San Martín, acompañado por Susana Ramírez Barrios de Thones, guía experta que sabrá explicarle de qué se trata este enigmático círculo de murales. Fue construido en 1995 a pedido de la Asociación Sanmartiniana y realizado por el grupo Arte ahora de artistas de Corrientes y del Chaco, con una técnica de esgrafiado, es decir de capas de cemento de varios colores que se van descubriendo o tallando según los diseños de cada mural. Son seis en total, y representan la vida privada y pública/militar del general correntino. La nota triste de la historia que nos contó Susana fue que uno de los artistas líderes del grupo, Juan Soto, murió en septiembre de 1995 y su labor fue continuada por José Kura y Fernando Calzoni, entre otros. Nos sorprendió descubrir ese monumento allí, casi tanto como Virasoro entero, un pueblo que se fundó en 1911 como Villa Vuelta del Ombú, pues así se llamaba la estancia de la primera propietaria de loteo, doña Concepción Navajas de Sánchez y que hoy continúa su vida al ritmo del gran establecimiento yerbatero Las Marías.
Hacia el Soberbio y más allá
Después de Virasoro, volvimos a entrar en Misiones y ya no la dejamos hasta el final del viaje, al cabo de casi 10 días. Como nuestra próxima meta importante era conocer la ruta panorámica 2, que bordea el Uruguay desde San Javier, y cuyo asfalto llega ya casi hasta El Soberbio, decidimos dormir antes, de manera de empezar con buena luz al otro día. La idea preliminar era Oberá, donde ya LUGARES había estado durmiendo en las Cabañas del Parque. Así que apenas vimos el nuevo Portal de Alem, una joyita de hotel de ruta a la salida de Leandro N. Alem, clavamos los frenos. Creo que fuimos uno de los primeros huéspedes; el edificio está flamante, y la decisión resultó más que acertada.
Al día siguiente, nos dimos el panzazo con las vistas que regala el camino a lo largo de San Javier, Panambí y Alba Posse (los tres cuentan con paso de balsa hacia Brasil), pequeñas poblaciones fronterizas donde toda onda que circula por el aire ?ya sea de radio o televisión? fala português. Desde Alba Posse hasta El Soberbio son poco más de 90 km que siguen de cerca al río, mientras avanzan lentos los camiones con los rollos de madera (troncos), las bolsas de yerba, los carros tirados por bueyes. Y si uno repara en la cortina verde que se le hace hábito a la izquierda, notará que las enredaderas trepan la selva cada vez más alto, cubriendo con su manto amorfo de hojas la silueta definida de los árboles. ¿O serán los árboles que no saben ser sin ellas?
Don Enrique Lodge
Si es lector de hace tiempo quizás recuerde a Gustavo Castaing, fotógrafo que colaboró con la revista y que tuvo oportunidad de viajar a Misiones, donde quedó prendado para siempre. Dice una leyenda misionera que en la selva hay espíritus que embrujan a la gente y no la sueltan. Ocurrió con los Castaing y fue contagioso.
Primero fue su hermana Inés la que se mudó de Buenos Aires a Posadas. Gustavo, en cambio, le entró ?cámara en mano? a la selva. Cuando anduvo, allá por 1999, por la zona del río Paraíso (cerca de El Soberbio), pensó en que sería buena idea abrir allí una posada... Como fantaseamos todos los que trabajamos en esto de viajar, descubrir y probar nuevos sitios cada vez... sólo que él lo hizo realidad. Tres años más tarde compró 30 hectáreas y en julio abrió Don Enrique Lodge, tres cabañas sobre el río cuyo romántico aislamiento se complementa con los servicios de un club house con gran deck de madera.
Grapia, petiribí, cedro, cañafístola son algunas de las especies utilizadas para otorgar calidez al entorno. El resto lo hacen las telas en tonos rojizos y las velas encendidas cuando se sirve la cena. La vajilla antigua se lleva bien con la cocina casera, supervisada por su anfitriona, nada menos que Bachi, la mamá de Gustavo, y Daniel, su marido, quien acompaña a los huéspedes por los senderos de la Reserva de Papel Misionero, o a visitar las aldeas guaraníes Jeji o la Pindo-Poty. En verano, no hay quien resista lanzarse en caicos ?canoa guaraní? por el río Paraíso o darse un chapuzón en sus pozones. Ah, y para terminar de comprobar que todo queda en familia, sepa que el nombre Don Enrique es un homenaje de Gustavo a su papá, que era hotelero y a quien seguramente le habría gustado mucho ver a su hijo en estas lides.
Por su ubicación, contigua a la reserva de Biósfera Yabotí, el camino hacia Don Enrique ?y su vecino La Bonita (ver LUGARES 53 y 91)? es ideal para adentrarse en la vida de las colonias. Secaderos de tabaco, plantaciones de mandioca, niños rubios e iglesias evangélicas que apenas se distinguen de los demás ranchos de madera. Lejos de disminuir, mi fascinación crecía. Cuando terminé de sacarle fotos a una familia con seis hijos, a cuál más lindo, el papá me despidió diciendo "páselo por Canal 7 que nosotros lo vemos", pensando que mi cámara era una de esas que filman para la tele...
La Misión
Llegamos de noche a la posada de Mónica y Daniel Orts, a unos 45 km al norte de El Soberbio. Carlos y Maggie, los anfitriones, nos esperaban con la cena: berenjenas en milanesa con ensalada de repollo y un lomo al curry con arroz. Durante la comida, Carlos nos contó algunas de las propuestas para el día siguiente. El privilegio de estar a orillas del Uruguay hace de las actividades náuticas, las favoritas de la posada. Y entre ellas hay una que se lleva las palmas: la visita a los Saltos del Moconá, a sólo 40 minutos de lancha.
Esta vez ?y como muchas en invierno?, los saltos estaban tapados. En realidad, el hecho de que estén o no descubiertos depende de la actividad de la represa brasileña que está río arriba, por lo que resulta muy difícil prever cuándo se verán o no, aunque hay más chances en verano y, si las autoridades de ambos países se ponen de acuerdo, existe un plan de operarla de lunes a jueves y mantener el nivel del río visible durante los fines de semana. De todas maneras, las actividades en La Misión no se agotan en Moconá, si bien es cierto que su ubicación es inmejorable: hasta que esté listo el asfalto que llegará al Parque Provincial (continuación de la ruta 2), el camino por tierra desde El Soberbio hasta los Saltos, obliga a unas dos horas de traqueteo. Y claro que hacerlo por el ancho río no es sólo más rápido, sino mucho más interesante. Por otra parte, los demás accesos por tierra, ya sea el que sale de Fracran o el de San Pedro, están en muy mal estado o prácticamente intransitables.
Por eso también descartamos la visita al Parque Estadual do Turbo (Brasil). Cuando los saltos están a pleno, es un buen programa verlos desde enfrente. Para ello hay que tener en cuenta que el Parque abre sólo de miércoles a domingos, y cierra bien temprano, a las 17. Hay que cruzar a Brasil bien temprano por El Soberbio y avanzar unos 85 km por territorio brasileño hasta la localidad de Derrubadas. Ahí conviene almorzar o comprar algo para comer, puesto que los servicios en el Parque se reducen a la vigilancia de los guardaparques.
De logística más sencilla, y muy divertido, resulta andar en kayak por el arroyo Paraíso; apuntarse en alguna cabalgata; pescar en el Uruguay o conocer la reserva Yasí Yateré. Se trata de una reserva privada que Leonardo Olivera, artesano uruguayo, decidió crear y proteger en el fondo de su casa. Resulta que Leo vivió varios años en una comunidad guaraní donde aprendió los nombres y propiedades de varias de las especies vegetales locales. "La envira ?nos dijo? se puede usar como cuerda porque es muy resistente." También nos mostró las plantaciones ya silvestres de una vieja chacra que elaboraba esencias en el lugar (incluido el alambique que destilaba la citronela); y el famoso árbol de madera comestible, yacaratiá. Bajo la corteza oculta un pulpa medio sosa pero con buena textura que, saborizada y bien tratada, constituye el nuevo souvenir en auge en todo Misiones. Bombones de madera. ¿Original, no?
Leo también aprendió a reconocer las maderas de ley, y a tallarlas con paciencia. La durísima guayuvira, el incienso, el timbó, el laurel y tantas otras que hoy escasean, mientras avanza la silvicultura, el cultivo del pino, actividad que marcha a toda máquina en la provincia entera.
La siguiente escala estaba prevista en las cataratas, pero como reservábamos la ruta 12 para el regreso a Posadas, quisimos probar suerte con los caminos del oeste, donde el asfalto brilla aún por su ausencia. Volvimos a la ruta 14 por San Vicente y San Pedro, y en esa localidad, en donde empiezan a aparecer las araucarias, mordimos el polvo, por no decir el barro, de nuestra osadía. Lo que con una camioneta 4x4 habría sido un viaje de placer entre aserraderos, chacras y el encanto de pequeños pueblos como San Antonio y Andresito, se convirtió en pinchaduras, empantanamientos y la idea poco feliz de hacer noche en Bernardo de Irigoyen, pueblo fronterizo con casino y niente più. Nada grave, pero tenga en cuenta que están pavimentando la RN 101 y es un verdadero lodazal: hay tractores viales para remontar a los autos, camiones, ómnibus que se quedan... Si no le importa el inconveniente, marche... Si no, y hasta que estén concluidos los trabajos, no le quedará más remedio que repetir el tramo de Eldorado a Iguazú de ida y vuelta. Si así fuera, no se olvide de retomar la ruta 19 en algún momento: el Parque Provincial Uruguay merece visita.
Las grandes aguas
Definitivamente, no es lo mismo ver las Cataratas como gran fenómeno válido para dos o tres días que toparse con ellas en su verdadero contexto de caminos colorados y selva. Bajarse del avión con la ansiedad de conocer una maravilla natural no surte el mismo efecto que encontrarla después de haber visto un sinfín de saltos de distinta altura, de árboles de todos los portes, de ríos que rodean y atraviesan la provincia entera. Llegar por tierra es otra cosa: por más que conozca el poder de la Garganta del Diablo, pruebe con la reedición siglo XXI del tête-à-tête de Alvar Núñez en 1541. Que con la mayor parte de las rutas asfaltadas es una papa al lado de la hazaña del conquistador. Pero haga el intento de todas maneras. Verá que la magnitud de los saltos es otra, mucho mayor, si uno se permite descubrirlos como lo que son, las grandes aguas misioneras.
Además, dejar el auto en el estacionamiento para tomarse el trencito a gas que desde 2000 conduce a las estaciones Cataratas y Garganta dentro del Parque Nacional Iguazú resulta un paseo grato que obliga a andar un total de 2 mil metros entre los circuitos superior e inferior, más los 1.100 metros de la Garganta del Diablo.
Por eso, entre esperas, fotos y actividades, el lado argentino de las cataratas merece un mínimo de dos días... y si pueden no ser los de la Semana Santa, mejor. En esa fecha, ingresan unas 10 mil personas por día y si bien la infraestructura y el área son lo suficientemente grandes como para resistir la horda, no es comparable a tener todo el Parque para uno durante mayo y junio, plena temporada baja, época ideal para el viaje, equivalente a la de septiembre/octubre, un poco más concurrida. Durante ambos períodos aún no llegó el calor fuerte y tampoco el frío, por lo que la mojadura de la Gran Aventura, la excursión obligada para conocer los saltos desde abajo, apreciando toda su dimensión y bríos, resulta refrescante además de divertida.
Iguazú Jungle Explorer está en el Parque desde 1994, pero con el gran cambio que implicó la concesión a la UTE que construyó el nuevo Centro de Visitantes, el tren y las nuevas pasarelas, ellos también crecieron. Ya son unos 80 los chicos vestidos con camperas amarillas que orientan acerca de la navegación por los saltos y la posibilidad de realizar una flotada al regreso de la Garganta del Diablo, una manera muy tranqui y rendidora de volver a la Estación Cataratas, observando yacarés, biguás y algunas otras aves que habitan en el Parque. Si puede embárquese en todas, pero como sea, no se pierda la posibilidad de sentir que va de cabeza a meterse bajo el Salto San Martín y la Garganta del Diablo. Adrenalina pura.
Otra salida divertida es la de Iguazú Forest. Organizan rappel y tirolesa por la selva. Pasaron a buscarnos por el Iguazú National Park (ex Hostel Inn), una alternativa más que recomendable de hotel grande a precio módico, que logra evitar el efecto de sus pares inmensos y desangelados. Será su origen de hotel para jóvenes ?cuya categoría vienen mejorando poco a poco?, lo cierto es que entre la magnífica piscina y el agradable ambiente, resultó un hallazgo en la jungla de opciones que ofrecen las cataratas.
La mañana en que llegó el camión de Iguazú Forest hacía un frío impresionante, por lo que quedó suspendido el rappel por la cascada, que fue reemplazado por uno en seco, menos húmedo pero igual de divertido (y de 22 metros en lugar de los 14 usuales). La tirolesa es todavía más impactante. La plataforma de lanzamiento está ubicada a 20 metros de altura, sobre un gigantesco ejemplar de 400 años, al que se sube por una escalera de peldaños de madera. Siempre bien atados por arneses, los guías explican cómo avanzar por los 200 metros de recorrido, que se vislumbran apenas como un puuuunto allá leeeejos, justo donde termina el larguísimo cable de acero... De cualquier manera, para volar por encima de la selva no hay más que lanzarse y ¡fium! Antes de poder tener miedo, uno ya está llegando del otro lado a una velocidad bastante considerable.
Para la hora del almuerzo, Iguazú tiene nuevas propuestas: en plan sanito, no se pierda el Caffé D?Melanio, donde Celia abrió una sucursal del original que su hermano tiene en San Francisco. Otra opción, más céntrica y bien surtida, es el Taroba, en el patio de una concurrida galería comercial. Por la noche, si desea comer bien, no dude y reserve en El Jardín, el restaurante del Iguazú Grand Hotel. Cocina Lucas Díaz (ex La Bourgogne) que tiene el buen tino de hacer el plato misionero de más nombre ?surubí al roquefort?, pero sin incluirlo en la carta donde propone, en cambio, probarlo con salsa de fruta de la pasión o animarse con un abadejo con pomelos, naranjas y limón verde.
El Iguazú Grand Hotel es conocido por su casino ?elegantísimo?, pero quienes estén tras la pista de un cinco estrellas sin mácula harán bien en considerarlo, especialmente las 47 nuevas habitaciones que lo han llevado a un total de 106. Están decoradas con acogedora sobriedad, que no menoscaba su lujo.
En efecto, Iguazú no para de crecer. Desde que se anunció la construcción de un Hilton, el sector está movilizado. Durante años, el Sheraton gozó de exclusividad. Y si bien la vista de las cataratas le pertenece en exclusiva, estas noticias no son poca cosa.
Por la tarde, era hora de visitar el lado brasileño. Allí también renovaron las instalaciones dejando el tránsito de vehículos particulares en el estacionamiento que está fuera del centro de visitantes. Para conocer el Parque Iguaçu, las opciones son caminar, o bien tomarse el bus de dos plantas que circula a lo largo de cuatro estaciones. Las dos primeras (Poço Preto y Macuco Safari) están pensadas para quienes planean hacer actividades. Poço Preto propone un sendero de 9 km y descenso en barco con motor al Paseo Bananeros, además de kayaking y la visita a las islas Tacuara y Papagaio. La segunda parada es la que ofrece el equivalente a la salida de Iguazú Jungle Explorer, pero en versión brasileña. Quienes la hicieron aseguran que se mete un poco más en la Garganta del Diablo pero que, por cuestiones de territorialidad, no puede ingresar bajo el salto San Martín, como ocurre de nuestro lado. Ah, y que al igual que las demás excursiones brasileñas, es más cara que las argentinas.
La tercera y cuarta parada corresponden a las pasarelas. En la Trilha das Cataratas la propuesta incluye rafting, escalada, rappel (de 55 metros, casi hasta el río) y un modesto canopy.
Lo mejor queda para el final. Si se ha escuchado hasta el cansancio que la vista desde Brasil del fenómeno argentino es una gloria, también es cierto que no hay mejor complemento de la majestuosidad de la Garganta del Diablo del lado argentino, que la mojadura que propone el final del circuito del lado brasileño.
Para vivir a pleno las cataratas hay que olvidarse de la camiseta y calzarse el piloto. Empaparse de su poderío, sentir su grandeza de arriba, de abajo, desde el agua y caminando. Hacer como los vencejos, el ave del Parque que anida bajo los saltos, sentirlos como propios, en toda su húmeda grandeza.
Una estancia en Eldorado
Sólo 100 km separan la estancia de los Lowe de las Cataratas, por lo que usarla como base para quedarse con lo mejor de Misiones ?su esencia rural, combinada con la selva y la historia de los inmigrantes? es más que una posibilidad, una variante ideal para amantes de la naturaleza y las anécdotas familiares.
La casa, construida por el abuelo y el padre de Edith Lowe, su actual anfitriona, se obstina en contar sus secretos desde todos los rincones, pero sin que los años pesen ni huelan a naftalina.
No hay pizca de nostalgia en la voz de Edith quien lidera, junto a su hija Cristina y su sobrino Marcos, un importante cambio en el rumbo de Las Mercedes. A la explotación forestal de pinos, ella sumó hace pocos años la decisión de criar Braford en lugar del Braman que prefería su padre.
Cristina continúa con la escuela de equitación que supo tener su madre hace años, por lo que los niños, público dilecto de la estancia, tienen una cantidad de propuestas casi inagotable. Las cabalgatas están a cargo de verdaderos profesionales; además pueden jugar con los terneros o hasta presenciar un parto, a mediados del invierno; o bien lanzarse a andar en canoa por los 4 km de costa propia del río Piray Guazú.
La cocina merece capítulo aparte y es delicia de todos, grandes y chicos, por su impronta casera que se nota hasta en la forma de servir un asado con mandioca, con varias ensaladas y precedido por empanadas de choclo.
Las habitaciones, cinco en total, aún son llamadas por ellos como se les decía en tiempos de Roberto y Maude, los padres de Edith: está la de Grandpa (el abuelo neozelandés educado en Inglaterra); la de Johnny (el único varón); la de las chicas (Edith y sus hermanas) y la de huéspedes. Todas conservan sus muebles originales y no es raro abrir un cajón y encontrarse con preciosas pertenencias de algún ancestro. Hay que tenerlo presente para sentirse cómodo en Las Mercedes, un casco histórico muy querible, que invita a vivirlo como propio.
Al dejar Las Mercedes y antes de embarcar en Posadas quisimos pasar a almorzar por Santa Inés, sólo para comprobar que Nanny y Ricardo Núñez siguen haciendo honores al premio que les otorgó LUGARES hace dos años. Después de un sabroso chipa guazú y un bife criollo suculento, devolvimos el auto con tierra hasta el techo y dejamos Misiones con un lagrimón, que por esas cosas, se nos piantó bien colorado.
Relato y fotos: Soledad Gil
Publicado en Revista LUGARES 114. Septiembre 2005.