Desde su ruca de montaña y mientras prepara un guiso de chivo, José Correa comparte detalles de su vida como criancero, la soledad en la veranada y la tradición de un oficio ancestral -el de trasladar animales- que es esencial en el norte neuquino.
"Estoy acostumbrado a recibir visitas", asegura José Correa y nos invita a pasar a su casa sin vecinos, en el medio de la nada. Acomoda los bancos de madera mientras en la chimenea cocina un guiso de chivo con arroz en una olla grande de aluminio. Son las doce del mediodía y estamos en el Área Nacional Protegida del volcán Tromen, 38 km al noreste de Chos - Malal en Neuquén. Llegamos después de andar un buen trecho de la ruta 40 y girar en la 2 y la 37. La radio está prendida gracias al panel solar que le da batería y nadie tiene señal de teléfono. "Lo quería hacer de polenta, pero cambié sobre la marcha porque no tenía. Acá uno se las arregla con lo que hay", desliza el criancero y cuenta que espera a sus sobrinos para almorzar.
"Mi abuelo tenía la veranada del otro lado del Tromen y vivía en Añelo. Hacía catorce días de trashumancia. Mi padre se afincó en Chos – Malal, donde nacimos mis hermanos y yo. Estudié hasta segundo año, pero después me tiró el campo. Quizá mi viejo quería que yo hiciera otra cosa. No lo sé... Pero a mi me tiró el campo", cuenta sin dejar de revolver la olla que heredó. "Cuando mi abuelo se enfermó empezamos a manejar el piño a medias. Pero como dice el dicho: ‘las medias son para las patas’. Cada uno tiene que tener lo propio", enfatiza.
"Mi papá, que tenía doce hermanos, heredó dieciocho chivas y dos caballos. Una de mis tías le dio las suyas, en agradecimiento por haber cuidado a mi abuelo. Otra, se las vendió porque era caro tenerlas. Y así empezamos. Hoy tenemos 250 madres chivas y al verano llegamos con un piño de 400 o 500, en total. Es nuestro capital. Lo que se vende es el chivito", apunta. Además, detalla que es soltero y no tiene hijos. Que en su casa de Chos – Malal quedaron sus padres y hermanos. Que algunos trabajan con él. Y que las 500 hectáreas de tierra que vemos a su alrededor ya están a nombre de su padre, que las solicitó en 1998.
Al verano llegamos con un piño 400 o 500 animales. Es nuestro capital. Lo que se vende es el chivito
UN TESORO BAJO LA NIEVE
A José llegamos gracias a Mario Ferreyra, que es experto en Seguridad Vial, neuquino y amigo de muchos por la zona. "El criancero pasa el invierno, de abril a octubre, en su casa de campo. En noviembre, después de las pariciones, empieza la trashumancia, que es el recorrido de una semana, quince o veinte días, hasta la veranada, en las alturas. Se va con sus animales a buscar las pasturas de mejor calidad que brotan debajo de la nieve que se derritió", explica mientras el dueño de casa asiente.
Y sigue: "Muchos lo hacen con mulas y perros; otros llevan a su familia. Van bordeando la ruta, por caminos de arreo y atravesando campos, aunque algunos propietarios se los cierran. A lo largo del recorrido duermen en alojos, que son cobertizos que hizo el Gobierno hace ya unos años". ¿Qué pasa de diciembre a marzo? La veranada. Se instalan en su ruca –o casa modesta con techo de chapa– dónde los animales tienen para pastar. Algunos cuentan con un papel que certifica su dominio sobre el lugar. Otros se asientan con permiso de los dueños de las tierras. Y con admiración me cuenta que hay un señor, Hernández, que arrea un piño –grupo de chivos– de 3.000 animales sólo con sus perros.
Entonces, José interviene para contar cómo se siente esa vida. "Te tiene que gustar ser criancero. No es fácil adecuarse a la soledad. Hay que aprender a conocer las señales del campo y los peligros. Yo lo mamé de chico. El puma, por ejemplo, hace estragos. Este es un laburo sin vacaciones, ni feriados. Hay que hacerlo con humildad y respeto", destaca y agrega que de niño hacía changas y también fue albañil. "De acá sólo me sacan si explota el volcán", ríe cuando el guiso está listo y la invitación a almorzar es un hecho. No habla de un imposible. Hay registro de tres grandes erupciones del Tromen: hace 800 años, hace 500 y, la última, en 1800.
Entonces, alrededor de la mesa José cuenta que hizo un curso de baqueano y otro de curtido de cuero y sogueo. Nos muestra el bozal, el cabestro, la cabezada, la bajada y las riendas que trenzó en su tiempo libre.
Cuando vuelvo a Chos Malal, la casa queda abierta con un cartel que dice: 'ocupe la vivienda, mas no rompa nada'. Les dejo leña, una ollita, azúcar y yerba. Por si alguien precisa.
Y agrega que le gusta que por su casa pasen turistas o expedicionarios del Tromen. "Cuando me vuelvo a Chosma, la casa queda abierta. Dejo leña cortada. Porque la nieve tapa todo y puede ser refugio quien lo necesite. Lo aprendí con un patrón que dejaba la puerta atada con un hilito y un cartel que decía: ‘Ocupe la vivienda, mas no rompa nada’. Dejaba una ollita, tachito matero, azúcar y yerba. Yo hago lo mismo", agrega.
Antes de despedirnos, como una singularidad, cuenta que en el 2010 una organización lo llevó a Italia para hablar del estilo de vida del criancero y de sus alimentos. Detalla que viajó con la ñaquera, que es para guardar el ñaco: trigo tostado y molido que los bebés toman con la leche, los adultos con cerveza, y tiene múltiples combinaciones. Entonces nos muestra esa bolsa de cuero de chivo que contiene el ñaco y nos invita a probarlo. Porque si hay algo que José siente es orgullo de quien es.
Para visitarlo, de noviembre a marzo, conviene llamar antes a la radio nacional de Chos Malal (02948) 42-1198 y pedir que manden un “mensaje al poblador”. Se le puede comunicar la intención de la visita o dejar un número y pactar un horario para que José camine a buscar señal y se comunique desde su teléfono. Ofrece historias de trashumancia, además de asado de chivo, guiso, tortas fritas e incluso cabalgata.