Siete días en el paraíso
Me encanta acordarme de los viajes, y en especial de este que para mí fue mágico.
Llegar al paraíso no fue fácil. Por suerte nosotros (mi marido, Lucas; mi hija menor, Josefina, y yo) tenemos la filosofía de disfrutar los viajes desde que cerramos la puerta de casa.
Nos tomamos un avión hasta Miami (8 horas), y esperamos otras tantas (3 o 4) para tomar otro avión que nos llevó hasta St. Martin, en 3 horas aproximadamente.
Allí podíamos optar entre un miniavión que nos dejaría en nuestro destino en tan sólo 8 minutos o ir al puerto de St. Martin (que queda en el otro extremo de la isla, con respecto al aeropuerto) y tomar un barco de pasajeros, al que deberíamos esperar 3 horas para su partida y navegar en él otras dos horas y media hasta llegar al lugar que tanto nos había gustado en las fotos. Por miedo al avión taxi (que es muy chiquito y parece un mosquito) decidimos ir en el barco (la vuelta fue en este avión y estuvo todo bien).
Era agosto, mediados de mes. ¿El clima? Ideal para el norte del Caribe. Mientras nos acercábamos a destino, iba oscureciendo, estábamos cansados, el viaje se hizo largo... Hacía vientito marino y el barquito se hamacaba en medio de esa noche estrellada.
Al fin en tierra firme
De a poco fueron apareciendo las primeras luces... ahí estaba Saint Barthélemy, St. Barth para los amigos. El puerto que nos recibió está en Gustavia, "el centro comercial de la isla" -lo pongo entre comillas porque es muy chico y nada tiene que ver con una oferta comercial de cualquier lugar turístico de los más conocidos-. Un auto nos fue a buscar y nos llevó a un hotel que estaba a 15 minutos del puerto y se llama Guanahani, para mí el mejor de la isla.
Todo nos gustó en St. Barth; tiene una rara mezcla de lugar agreste pero sofisticado, no es ostentoso y sus servicios son impecables. Está habitada por franceses que bien saben disfrutar de la vida, de sus placeres, de la buena comida. Es una fiesta para los sentidos, los sabores, los colores, los perfumes de las flores, y como si esto fuera poco, sólo se escuchan los pájaros.
La vuelta a la isla se puede dar en media hora aproximadamente, eso si uno no se tienta y quiere pasar un ratito en cada una de sus maravillosas playas. Cada una de ella tiene una particularidad, por ejemplo La Salina es larga y tiene olas chicas; la Shell Beach está cerca del centro; Colombier se esconde en una bahía tranquila a la que se llega caminando por unos senderos muy pintorescos; Flamands, ideal para una caminata y un baño en un mar bravo; más allá está Grand Cul de Sac, con sus restaurantes especiales, Petit Cul de Sac, con palmeras, cocoteros y aguas tranquilas y, para mí la más linda: Gouvereur, ¡la playa perfecta!
Fue una semana inolvidable, más de una vez me imaginé viviendo ahí... ¡Esa sí es vida!
Nota: Si bien todo fue perfecto, tengo que hacer una sugerencia. En agosto casi siempre hay huracanes en el Caribe. A mí me tocó ver un par de días desde el cuarto de ese maravilloso hotel, las palmeras despeinadas (no nos dejaban salir, nos traían la comida al cuarto). Salvo que no sea en la luna de miel -en cuyo caso, quedarse encerrado en la habitación es parte del viaje-, mejor ir en los otros meses del año.
Andrea Frigerio