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 • HISTORICO

A Coruña, con sugestivos semblantes

Tendencias y modas sin prejuicios en las playas de esta provincia española




En la playa de A Coruña vi más topless que en la de París sobre el Sena y tantas como en San Sebastián o Santander. No era la primera sorpresa que recibía en el norte de España, pero tenía una idea anacrónica sobre lo que es Galicia hoy. No hay nada mejor que viajar para sacudirse los prejuicios.
Y no era una pasarela de exhibición, un show off al estilo de Punta Ballena en Punta del Este. Simplemente se bajaban la parte de arriba para tomar sol a pleno, sin marcas del corpiño. Y cuando decidían remojarse en la orillita porque el agua estaba tan fría como en Mar del Plata en marzo, se cubrían. Una pena porque eran lindas de ver.
Tan gratas como en las calles, donde llevaban el pantalón caído igual que en Argentina y medio mundo porque el estilo Cantinflas es una moda globalizada. Y cayendo (o subiendo) un paso más porque las más jóvenes dejan ver el hilo de color de la tanga.
Tienen cuerpos rotundos porque se mantienen en forma sin perder las líneas, en especial las superiores, porque aquí con su dieta mediterránea no necesitan siliconas ni implantes salinos. No hay lolas de diseñador, sino tan naturales como la comida.
Y el mar, omnipresente en el norte de España y sobre todo en A Coruña, dicta los programas. Por algo don Amancio Ortega, que nació y sigue viviendo aquí, lanza los modelos que se extienden en todo el planeta al compás de sus tiendas Zara y marcas anexas que lo han convertido en uno de los diez hombres más ricos del mundo, según la revista Forbes.
Pasé por la calle de San Andrés, cerca del mercado de San Agustín en la parte vieja de la ciudad, donde comenzó trabajando en una mercería antes de lanzarse por su cuenta a producir batones, salidas de entre casa.
Lo que ocurre es que su historia de éxito espectacular tiene mucho más que ver con la actualidad que el antiguo sueño de hacerse la América y volver a la patria chica para construir una mansión que demostrara a los vecinos que bien les había ido. Los gallegos dejaron de emigrar y hoy son un ejemplo para seguir sin salir de su casa.
Precisamente por lo que hacen. Un ejemplo son los quioscos de diarios y revistas sobre las playas. Tan grandes y surtidos como los nuestros, pero con un baño anexo ultramoderno que se desinfecta solo.
Pero hay que pedirle al quiosquero que lo abra. Son los más limpios que usé en Europa sin tener miedo de quedarme encerrado como me ocurrió en París, donde pareció una escena de Monsieur Hulot, de Jacques Tati.
En el hotel cuatro estrellas había Wi Fi (alta velocidad en Internet), aunque yo prefería buscar un ciber, lo que da para otra historia porque la Web es la mejor compañera de ruta de un turista. Y la luz se encendía sola cuando me levantaba de noche en un cuarto desconocido buscando el baño. No necesitaba dejar una lámpara prendida, igual que los chicos, para orientarme. Aunque luego me perdí la ducha porque no logré entender el sistema para graduar el agua y por poco me hielo. Yo era un cuento de argentinos.
Me encontré, además, con un menú de almohadas donde podía elegir ergonómicas, para aliviar las cervicales, dormir boca arriba, con plumas, hipoalérgicas, etcétera.

Novedades al paso

A medida que se avanza desde la frontera francesa hacia Galicia, los precios bajan. No demasiado, pero bajan. Una buena comida, con entrante, plato principal, postre y vino de la casa se puede redondear por 10 a 12 euros por persona.
Un atracón de pulpo a la gallega o una fabada asturiana que alcanza para una pareja por 9 o 10. Y un café, generalmente con algo dulce gratuito, por menos de un euro. Otro tanto por una botella de agua mineral si se la compra en el súper que es más barato que lugares de souvenir turísticos. Lo malo es que tenemos que multiplicar por más de tres, casi cuatro, para compararla en pesos.
Aunque lo mejor es no hacer cuentas, sino pasarla bien y no es tan caro como podríamos temer. La tranquilidad es un dato dominante. En el País Vasco la nota polémica fue el traspaso de Karlos Arguiñano de la TV estatal a la privada.
Nunca he visto tantas grúas de construcción en Bilbao, Oviedo, León, Coruña o Santiago de Compostela. Y al recorrer toda la región en ómnibus, con aire acondicionado y todos los chiches, me quedé con la boca abierta ante las obras monumentales con túneles de 4 kilómetros, viaductos en la montaña, autovías ecológicas para que pasten los animales y no se altere el medio ambiente.
Hay olor a plata, pero mucho más a inteligencia porque no se trata de un gobierno u otro, sino de un proceso que arrancó en los años 70 y no paró nunca. Paseando por aquí se entiende porque España recibió el año último más inmigrantes que todo el resto de Europa.
Por Horacio de Dios
Para LA NACION

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