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 • HISTORICO

Acerca de Don Jorge y su amada ciudad

En el sur de Bahía, Ilhéus vive en torno de dos de sus mayores hitos: la riqueza que le proporcionó el cacao y la figura de Jorge Amado, el autor de Doña Flor y sus dos maridos; cada calle es reflejo de la obra del escritor y un recuerdo de aquel pasado de esplendor




ILHÉUS (El Mercurio/GDA).– "Elevábase la voz vigorosa e interesada del cura en la oración ardiente, elevábase la voz cascada de las solteronas, el coro unánime de los coroneles, y sus esposas, hijas e hijos, comerciantes, exportadores, trabajadores llegados del interior para la fiesta, cargadores, hombres de mar, mujeres de la vida, empleados de comercio, jugadores profesionales y diversos malandrines, los chiquillos del catecismo y las muchachas de la Congregación Mariana. Subía la oración hacia un diáfano cielo sin nubes, donde, como una asesina bola de fuego, un sol despiadado quemaba, capaz de destruir los brotes del cacao, recién abiertos." Fragmento de Gabriela, clavo y canela, de Jorge Amado.
La historia de Gabriela es una historia de amor, sí, pero también es una crónica del Ilhéus de principios del siglo XX, donde la riqueza de las plantaciones de cacao dio lugar a la lucha entre el campesinado y los dueños de las haciendas. Publicada en 1958, Gabriela, clavo y canela es el momento narrativo en que Jorge Amado mezcla sus ideas políticas (fue diputado por el Partido Comunista para San Pablo en 1945) con ese ambiente de mulatas sensuales y estilo tropical del Estado en que nació. Amado tuvo otras obras que divulgaron con fama la vida de Bahía y que formaron parte del imaginario colectivo sobre cómo comprendemos Brasil. Obras como Los subterráneos de la libertad, Capitanes de arena, Tierras del sinfín, Mies roja, Doña Flor y sus dos maridos y Teresa Batista, cansada de guerra hicieron de Amado el escritor brasileño de mayor notoriedad internacional. Pero fue en Gabriela, clavo y canela donde el autor plasmó con más detalle lo que veía en las calles de Ilhéus, ciudad donde pasó su infancia.
Hoy, las tierras que rodean a Ilhéus forman un valle eternamente plano, tal y como los describía Amado en algunos de sus textos. En este rincón brasileño, las colinas son de un verde fosforescente, siempre de poca elevación, siempre dejando que la mirada se pierda en un cielo infinito sin que la vista encuentre oposición, sin que haya un límite que entorpezca los sueños. Quizás Amado se benefició de eso, pienso, cuando tras recorrer en un bus parte de los territorios del estado de Bahía el vehículo se detiene en la terminal de Ilhéus.
Me basta caminar sólo un par de cuadras para darme cuenta de aquello que leía en los pronósticos del tiempo: aquí los días se mantienen establemente bochornosos. Siempre es así. Incluso en invierno, cuando entre mayo y julio llueve más que en el resto del año, y los vientos parecen llevar el olor del cacao a cada esquina de este pueblo, en el sur del Estado. Como sea. Cuando sea. Nunca importa la época. En Ilhéus, la vida avanza en medio de perpetuas temperaturas cálidas, sudor y playas.
En este lado de la costa del Atlántico, la comida con aceite de palma y pimienta se mezcla con platos de mariscos en casi todas las recetas, y la ciudad es de una hermosa simpleza para quien está acostumbrado a vivir entre los rascacielos de las grandes urbes: los palacetes de Ilhéus hablan de un pasado mejor, mientras que la poca altura de los edificios contemporáneos aún permite observar la ciudad sin interrupciones. No es que todo sea paz. Caminar por estos callejones durante la noche puede significar el mismo riesgo que hacerlo en las calles de Río de Janeiro, pero aquí casi no se siente el ruido de los autos y la rutina sigue un ritmo muy bahiano, muy calmo.

La casa-museo

Lo primero que distingo en el centro de Ilhéus es la catedral de San Sebastián, construida en 1931, quizá la construcción más imponente de la ciudad, y símbolo de la época de oro del cacao. Cuando fue edificada esta catedral de colores pastel, Ilhéus era la perla de Brasil gracias a su producción de cacao, que la tenía entre las ciudades más ricas de este país. Esa fama le duró hasta 1980. En esa década, la sensación de prosperidad se vino abajo como si fuera parte de una profecía bíblica: la plaga escoba de bruja arruinó las plantaciones de cacao, y las convirtió en un podrido recuerdo de la grandeza que se vivió en esta ciudad. Ahora, Ilhéus ya no es el mayor productor de cacao del mundo, perdiendo su mercado frente a los productores de Costa de Marfil. Aun así, todavía se produce chocolate en estas tierras, y durante mis días en esta ciudad su fruto se convirtió en una imagen difícil de eludir. Desde un museo dedicado al cacao hasta los jóvenes que ofrecen esa fruta amarilla en las esquinas de la plaza principal, todo Ilhéus parece aún inmerso en ese pasado, como si en la importancia de esas plantaciones estuviera toda la historia –y quizás el futuro– de esta urbe.
A cada paso que doy por el centro, tras cada tienda que habla de chocolates y personajes literarios, Ilhéus se me aparece como una especie de espectro de lo que solía ser, una voz fantasmagórica que repite entre sus calles el eco de sus antiguos hitos: el cacao y Jorge Amado.
Porque si en la ciudad uno se encuentra con frecuencia entre símbolos de esa plantación, la omnipresencia de Jorge Amado resulta algo aún más trascendental: en Ilhéus, la obra de Amado es una historia que, tras cada pasaje, sigue viva.
Fue cosa de suerte. Esta vista fue un regalo del azar. Mientras me apoyo en el marco de la ventana donde Jorge Amado solía observar las vidas de Ilhéus, Marina Massadar, graduada de Literatura y administradora de la Casa-Museo Jorge Amado, repasa la historia del autor. Sus padres eran ex hacendados, ex dueños de plantaciones de cacao, ex ricos, tratando de sobrevivir en Ilhéus.
Después de haber perdido las tierras de su finca Auricídia, el coronel João Amado de Farias, padre del escritor, debió asentarse en la ciudad para rehacer su vida. La decisión probó ser la correcta. Tras comprar un billete de lotería, el padre de Amado volvió a saber de riquezas y compró una casa en pleno centro de la ciudad, una casa que estaría entre las más bonitas de Ilhéus. Allí/aquí, Jorge Amado escribió El país del Carnaval.
"Desde esta ventana, Amado solía sentarse a escribir. Como su casa era una de las más altas de Ilhéus, tenía una vista privilegiada para examinar la ciudad, y para inspirarse con estas calles", dice Marina, y yo me asomo a la ventana como para corroborar lo especial de la vista. Por acá se divisa la Catedral de San Sebastián, el comercio de las principales calles de Ilhéus, y en la esquina más cercana un moreno corre a pies descalzos hasta desaparecer tras las últimas luces del atardecer.
El resto de esta casa-museo mezcla habitaciones prácticamente vacías con pequeñas joyas literarias: una gran colección de libros del autor publicados en diversos idiomas (sus obras han sido traducidas a 49 lenguas), además de la máquina de escribir que él solía usar durante el tiempo que vivió aquí. Fotografías, cuadros, interpretaciones de artistas locales, replican la figura de Amado con sus clásicas camisas guayaberas en formatos que van desde esculturas hasta diminutos adornos a lo largo de la vivienda.
Por las ventanas de esta casa no se alcanza a ver, pero a un par de cuadras de aquí está uno de los rincones que mejor conserva el mundo creado por este escritor. Llego hasta el Bar Vesúvio, para sentarme junto a Amado. Sus manos están frías y su remera tropical parece nueva. Amado mira hacia la costa de Ilhéus como si estuviera a punto de escribir su mejor obra: pensativo, con una mano en el rostro y otro en una libreta, alguien podría asumir que Amado está creando a los nuevos protagonistas de su próxima historia bahiana. Bueno, se trata sólo de una réplica del autor hecha a escala real, que ubica al brasileño sentado en la terraza de este bar, a la espera de que alguien lo acompañe con unas cervezas. Quién es uno para negarse. El Bar Vesúvio es un homenaje a la obra de Gabriela, clavo y canela. Pido una cerveza, con la figura del autor mirándome de frente. Eduardo da Silva, el barman de Vesúvio, me cuenta que este lugar fue inaugurado en 1920 por dos italianos (de ahí su nombre en alusión al volcán que arrasó Pompeya), y que después cambió de propietarios a una pareja que sería famosa: el lugar fue comprado por un libanés, y su mujer –bahiana– estaba a cargo de la cocina. Ahí fue cuando Jorge Amado se inspiró para crear a la pareja protagonista de Gabriela...
El bar estuvo cerrado, pero se volvió a abrir en 2000 para replicar el lugar que Amado describió en su célebre obra. Todos los martes acá hay representaciones teatrales inspiradas en los personajes de Gabriela... y en la carta del bar veo preparaciones que con alarde anuncian un auténtico kebab con sabor a Gabriela. Y Gabriela sabe a mar.
Hoy, en el Vesúvio, además de probar los clásicos de la cocina árabe, uno puede estar sentado en la terraza del bar, siempre acompañado por la figura de Amado, cuando una banda de bossa nova empieza a entonar los primeros acordes de la noche. Desde el Bar Vesúvio, por algunos segundos alguien podría confundir la ficción con la realidad. Casi frente a la playa y a una diminuta plaza parecerían oírse las voces del turco Nacib y su pasión por la mulata Gabriela.
Estas calles estaban llenas. Estas calles nunca olvidaron. El amorío de Ilhéus con su autor más conocido no fue algo que reviviera –como suele ocurrir en la memoria humana– tras la muerte del escritor en 2001. Aquí se lo celebró siempre. Se lo mencionó siempre. Para 2012, cuando se festejaron los cien años de su natalicio, ese recuerdo fue aún más potente, con varias actividades que se apoderaron de la usualmente tranquila Ilhéus para llenarla con la vitalidad de una especie de carnaval para Jorge Amado.

Recuerdos de burdel

Esa sensación de fiesta, de raíces africanas que se hacen fuertes en Bahía y que se enfrentaban en las historias de Amado con la hipocresía y el deseo de los hacendados, tiene una réplica exacta en el burdel Bataclan.
Lo que hoy es un centro cultural, en la época de Amado fue un ex cabaret y casino frecuentado por los coroneles del cacao, y que para el escritor significó una inspiración literaria. De frente a la playa, entro a Bataclan atraída por la música que se cuela desde sus ventanales. Una luz rojiza tiñe las paredes y, pasada la barra y el restaurante, en el salón principal unas veinte personas mueven sus caderas al ritmo de distintos bailes brasileños, entre samba y forró.
Me inscribo en la clase y participo no sin –extrema– torpeza de las instrucciones que Cassandra Alves intenta que sigamos. Bailamos por media hora, pero, por supuesto, estamos lejos de ser el plato de fondo de la jornada. Cuando terminamos nuestra rutina, Cassandra explica lo que veremos a continuación: tal como en el Ilhéus de antaño, el escenario principal de Bataclan revive junto a actores que interpretan la vida al interior de este cabaret, acercándose al público, en una especie de teatro interactivo. El show dura una hora y la gente aprovecha para comer mientras observa a estos personajes prostibularios.
Dejo atrás el salón principal para conocer cada habitación de Bataclan. Esta casona alcanzó su punto máximo de vida entre 1926 y 1938, frecuentada por los bohemios, por los hacendados, por mafiosos, marineros e intelectuales. Las piezas del burdel ahora son usadas para otro tipo de exhibiciones, con cuartos donde se presentan fotografías del Ilhéus antiguo, de ese Ilhéus que en Ilhéus se niegan a olvidar. En el patio trasero del cabaret, un puesto de madera simula vender cacao. No hay nadie que atienda. La fruta tampoco es real. Toco plástico. Este teatro ya va a cerrar.
Afuera, Ilhéus parecería seguir hipnotizada por los bailes de Gabriela.

Datos útiles

Cómo llegar. El aeropuerto de Ilhéus recibe vuelos diarios desde Salvador a través de las aerolíneas GOL (www.voegol.com) y TAM (www.tam.com.br).
Desde la terminal de buses de Salvador de Bahía, la compañía Aguia Branca cuenta con salidas diarias hasta Ilhéus, en un trayecto de nueve horas; www.aguiabranca.com.br
Dónde dormir y otros datos. Opaba Hotel es un recinto de cuatro estrellas, a diez minutos de Ilhéus. www.opabahotel.com.br
Bar Vesúvio está en el centro de Ilhéus y tiene una carta especializada en platos árabes y mariscos. www.barvesuvio.com
Centro Cultural Bataclan tiene, además de exposiciones fotográficas y shows en vivo, un restaurante de comida bahiana. Av. 2 de Julho, 75.
Casa de Cultura Jorge Amado ocupa el edificio donde el escritor pasó su infancia. Rua Jorge Amado, 21.

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