ATENAS (El País, de Madrid).- Entre las muchas sorpresas que depara al viajero una visita a Atenas hay que incluir que en no pocos restaurantes el camarero le dirá que se asome a la cocina y elija sus platos según le dicte la vista.
Atenas lo tiene todo desplegado a los cuatro vientos: desde la Acrópolis -esa absoluta maravilla arquitectónica levantada sobre una colina rocosa de 156 metros de altura desde la que se llega a divisar, a diez kilómetros, el mar- hasta las cocinas de lo que los griegos llaman tabernas y nosotros restaurantes.
La geografía se encargó de situar la ciudad en el centro de una depresión. De este faulkneriano descenso del suelo ateniense logran sacar la cabeza la colina de la Acrópolis, al Sur, y la del Licabeto, al Norte, también de visita obligada, previa subida a un funicular, para ver Atenas.
Una ciudad a sus anchas
En el Licabeto tenemos toda Atenas a nuestros pies y, en unos segundos, recorremos ese ramillete de barrios de la capital y periféricos que suman hoy casi cuatro millones de habitantes. Desde el Licabeto se descubre la relajada extensión de la ciudad: a diferencia de tantas metrópolis con las viviendas apiñadas como hormigueros, Atenas se estira kilómetros y kilómetros sin aparente preocupación por la rentabilidad del metro cuadrado.
En otro terreno, Atenas es el ejemplo supremo de rentabilidad publicitaria: tuvo apenas unos años de gloria económica, política y artística (en el siglo V a. de C.), pero la intensidad de su éxito fue tan rotunda que marcó a fuego la cultura griega, romana, europea y americana que vinieron después. Esta desproporción entre la brevedad del éxito político y los siglos de éxito cultural puede inducir a alguna confusión al viajero que la visita por primera vez.
Hay un dato del censo que explica muy bien lo que es Atenas: en 1821 -fecha de la insurrección de los griegos contra los turcos-, la mítica Atenas es una simple aldea de apenas 4000 habitantes. Frente a Roma, Estambul o París, ciudades con existencia ininterrumpida durante siglos, cuyas huellas son hoy tan visibles, Atenas vive varios siglos en el limbo. Es, fundamentalmente, una ciudad moderna. Salvo los gloriosos islotes que sobreviven de la antigüedad -la Acrópolis, el ágora o plaza pública, el templo de Teseo, el Cerámico o cementerio antiguo, la Biblioteca de Adriano (el lugar adecuado para leer, al menos, alguna página de Memorias de Adriano , de Marguerite Yourcenar), el templo de Zeus Olímpico- y el barrio de Plaka, de impronta turca, la arquitectura ateniense es el resultado de la vida de sólo una docena de generaciones.
Atenas es capital de Grecia desde 1834. A los héroes de la independencia jamás se les pasó por el cerebro nombrar capital de Grecia a aquel villorrio mínimo que era entonces Atenas. Pero, contra todo pronóstico, se terminó imponiendo una propuesta política de arqueólogos para nombrarla capital y se terminó convirtiendo en un éxito inmenso. En el primer tercio del siglo XIX, la única capital imaginable era Constantinopla, aunque, claro, había que reconquistarla porque estaba, como hoy, bajo el dominio turco.
Datos útiles
Cómo llegar
En avión: US$ 1080
Pasaje de ida y vuelta, vía Italia, con tasas e impuestos incluidos.
Pasaje de ida y vuelta, vía Italia, con tasas e impuestos incluidos.
Alojamiento
* * * US$ 40
Habitación base doble, por noche, en Atenas.
Habitación base doble, por noche, en Atenas.
Más información
Consulado de Grecia, 4342-4958. En Atenas, e-mail: eotda01@mail.otenet.gr
Internet
Ramón Irigoyen