Los cafés hilvanan momentos inolvidables de ayer
En la misma línea de hallazgos que pertenecen a otro tiempo se puede encontrar, en una vieja zona de depósitos cercana al río, un lugar que parece salido de una película de los años treinta.
Altísimos techos con ventiladores de grandes aspas, luces tamizadas, plantas y decorados que reconstruyen una atmósfera de los años treinta, el Alcántara Café es otro ejemplo de ese extraño espíritu que sobrevive en Lisboa y que se resiste a desaparecer. No es sólo una cuestión de ambientes preservados, de porteros o bonitas y refinadas muchachas de ceñidos trajes largos que reciben a los clientes como si estuviesen invitados a una función de gala, sino de algo que está en el carácter de la gente, en su manera de vestir y hablar, sus fórmulas de cortesía y en el culto de sus valores, cercanos a las buenas formas.
Buena letra
Como en tierras de otros tiempos, los poetas --y de Camoens a hoy, Portugal ha sido siempre un país de buenos poetas-- merecen aquí un respeto y dedicación muy especiales.
Probablemente, los cafés literarios o han desaparecido o están hoy invadidos por turistas y curiosos, pero no es menos cierto que los fantasmas de los poetas siguen allí, del mismo modo que un Pessoa en bronce continúa ocupando una mesa también de bronce en la terraza de la Brasileira, uno de los lugares donde hilvanaba sueños y nostalgias, sentado a la mesa de sus caprichos e ideales.
Lo mismo ocurre en las paredes de un penumbroso club exclusivo, el Gremio Literario, donde quedan los retratos de escritores que pasaron por sus mesas, con cuadernos llenos de poesía, unos 100 o 150 años atrás.
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