Para disfrutar de las playas, de la exuberante selva o de sus ritmos no hay trabas arancelarias; visitarlo es darse cuenta de que la felicidad no tiene cupo fijo
RIO DE JANEIRO.- Después de las nuevas medidas económicas implementadas por el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, la ecuación de los operadores receptivos locales, de los hoteleros, dueños de restaurantes, discotecas, inmobiliarias y demás sitios creados para el jolgorio, es que los precios deben quedarse en el mismo lugar que estuvieron en la temporada última.
Desde las playas del Sur, pasando por el intermedio clásico de una Río de Janeiro renovada años tras año, y el encanto particular del Nordeste, todo se está preparando para recibir las oleadas de visitantes.
En ese sentido, ciertos puntos parecen anunciarse como estrellas estivales: Porto Seguro y Morro de San Pablo en el Estado de Bahía; Florianópolis como tradición ineludible; Río de Janeiro, en tanto maravillosa exposición de contrastes entre lo tranquilo y lo definitivamente urbano; los ambientes coloniales, sofisticados, informales, plenos de naturaleza viva, que hay a lo largo de miles de kilómetros de playas pobladas o desiertas, según el caso.
Son familiares los tonos de voz para aquellos que han elegido a la nación más grande de América latina como lugar para el descanso o el cansancio, según de quien se trate y lo que busque.
Pero aun el visitante primerizo aprende los códigos autóctonos con rapidez.
Propuestas para llegar
Las tres posibilidades para ir son: adquirir un paquete, que los hay y para todos los bolsillos; comprar todo por separado, es decir, pasajes de avión u ómnibus (o bien hacer funcionar el auto) y conseguir alojamiento en el destino, o sencillamente alquilar en la Argentina.
Es bueno saber que de esta manera pueden conseguirse dos ambientes o un ambiente amplio, equipado para albergar hasta cuatro pasajeros, desde 35 dólares y hasta 70 por día.
Si se suma un ambiente más, esa cifra sube hasta 120 diarios. Los alquileres por todo el mes suelen ser más baratos.
Obviamente, el viajero habrá de pagar siempre algo más por mirar el mar desde la ventana.
Esos departamentos suelen contar con ropa de cama, cocina completa con vajilla y utensilios y, en ocasiones, con servicio de mucama.
Muchos de ellos no incluyen toallas, porque los propietarios saben que irán a parar a la playa y quedarán irremediablemente arruinadas, por lo que conviene ir provisto para evitar tener que comprarlas.
Los lavaderos son una solución para los inquilinos: cinco kilos de ropa limpia y seca cuesta el equivalente a seis dólares, pero si se incluyen los servicios de planchado, el precio sube demasiado.
Las planchas de viaje son ideales para sortear el problema, siempre que se haya tenido la precaución de llevar un transformador de corriente para 110 voltios.
Lógicamente, cocinar en casa y comprar en el supermercado es lo menos oneroso.
En ese caso, se gastará, más o menos, lo mismo que en la Argentina.
En materia de gustos gastronómicos, todo Brasil es un menú a la carta.
En Florianópolis o Buzios hay comedores que respetan los gustos porteños; el vino existe, pero su precio es elevado, salvo que se elija el de origen brasileño, no apto para paladares mínimamente delicados.
En realidad, los sibaritas no tendrán de qué quejarse, incluso si eligen un régimen de media pensión. Los desayunos brasileños siguen siendo monumentales, el choclo playero cuesta 50 centavos y la cerveza o gaseosa no más de un dólar o un dólar y medio.
Estos precios son un promedio en todo Brasil.
Comprar artículos variados en la playa implica ejercer el antiguo arte del regateo.
El costo inicial depende del humor del comerciante y la cara del cliente.
Eso sí, quien se enamore de un loro amaestrado será un amor de verano, porque no se lo dejarán sacar del país.
En cualquier parte de Brasil conviene consultar con un lugareño los precios de los viajes en taxi para no llevarse sorpresas desagradables a la hora de pagar, especialmente si se utilizan por la noche.
En ocasiones, un viaje en ómnibus de línea urbana es una experiencia interesante, sobre todo cuando los pasajeros no hacen caso del cartel que reza Prohibido hacer batucadas .
La seguridad, todo un tema
La seguridad es uno de los grandes desvelos de las autoridades locales, que la reforzaron en los últimos tiempos.
Igualmente, no es aconsejable hacer alarde de joyas, relojes de oro, dinero, tarjetas de crédito, pasaportes o billeteras, ni dejar cosas en la playa mientras se disfruta el mar. Como en todo el mundo, los policías alcanzan para mantener a raya sólo a una parte de los amigos de lo ajeno.
Los costos para alquilar un auto varían, por supuesto, pero un precio razonable por un auto chico o mediano oscila entre los 300 y los 500 dólares por semana.
Uno de los secretos recomendados por los conocedores de Brasil es buscar en las agencias pequeñas que alquilan el mismo tipo de automóviles, con todas las garantías, a precios bastante más moderados.
Con mostrar la tarjeta de crédito y el permiso de conducir argentino alcanza. Sin embargo, en las grandes ciudades como Río de Janeiro, es conveniente manejar con mucho cuidado.
La única época en la que los precios generales se encarecen, particularmente los alojamientos, es en la primera quincena de febrero, por causa del Carnaval.
En definitiva, en Brasil están esperando a los viajeros argentinos con los brazos abiertos.
Después de todo, los brasileños saben que el ajuste anunciado por su gobierno comenzará a tener efectos en los próximos meses y, si bien una golondrina no hace verano, enormes marejadas de turistas los ayudarán a pasar el próximo invierno.