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 • HISTORICO

Brighton: buenos aires de mar

A una hora en tren desde Londres, una ciudad diferente, que mira al Canal de la Mancha desde sus míticos muelles y playas de piedras




BRIGHTON Y HOVE.- El doctor Richard Russell, un adelantado en el rubro turismo & salud, fue a mediados del siglo XVIII responsable de la transformación de esta villa de pescadores en uno de los destinos de descanso favoritos de los ingleses. Parece que este médico de Lewes, cerca de Brighton, se hizo muy popular por su terapia sobre la base del consumo de agua de mar y los baños en esta parte de la costa de Sussex, que así se desarrolló como ciudad-spa. Por eso hoy la placa donde estuvo su casa lo recuerda con esta leyenda: Si busca su monumento, simplemente mire alrededor.
No hace falta saber del doctor Russell para mirar alrededor y ver una ciudad que, a pesar de sus 250.000 habitantes, sigue pareciendo un pueblito alineado frente al Canal de la Mancha. Y eso que después de Russell fue la misma realeza británica la que se instaló acá, transformó el paisaje con el exótico Royal Pavilion (ver nota aparte) y sedujo a muchos más visitantes con el eventual desarrollo del turismo de clase media.
Ahora son casi ocho millones los turistas que llegan cada año, atraídos por el mar, por una curiosa combinación de personalidad pueblerina y balnearia con cierto linaje real y actitud progre (la zona gay de Kemp Town es una muestra), y por supuesto, por la cercanía con Londres: sólo cien kilómetros o una hora en tren. Para un argentino que viaja a la capital, por ejemplo, Brighton es un muy buen programa de dos días fuera de la ciudad.
¿Qué va a hacer toda esa gente a Brighton y Hove? (En 2000 las dos localidades se consagraron oficialmente como una sola ciudad.) Casi lo mismo que los pacientes de Russell: va, sobre todo, a vivir el mar, que si no cura al menos trae una brisa que relaja bastante. Por eso justamente en los diez kilómetros de playa aparecen los símbolos más reconocidos de Brighton: las piedras en lugar de arena, las gaviotas y las reposeras de madera y tela rayada.
Y también los dos muelles, que no son simples estructuras para pescar, sino grandes plataformas multifunción que le aportan a la costa un raro romanticismo. Hay un muelle muerto, el West Pier, construido en 1866, del que el tiempo, el mar, el abandono (fue cerrado al público en 1975) y un sospechoso incendio, en 2003, dejaron sólo un triste esqueleto negro. Y está también el Brighton Pier, que, en cambio, se inauguró en 1899 y sigue vivo, con un parque de diversiones, muchos puestos de fish and chips (el tradicional fast food británico) y docenas de tragamonedas.

Fat Boy Slim, vecino célebre

Si bien el muelle es tan irresistible como pasado de moda, la diversión en Brighton evolucionó más allá de las amenidades victorianas. Digamos que últimamente ni a chicos ni a grandes se los entretiene mucho tiempo con calesitas ni con tarotistas. Y hasta el paladar de los turistas ingleses parece haber superado hace bastante la era fish and chips. Por eso, debajo de la rambla, de día, se alinean las mesitas de bares, cafés y pequeños restaurantes para todos los gustos, galerías de arte, clubes náuticos y los inevitables puestos de artesanías, junto a museos dedicados a la pesca y el surf.
De noche, en cambio, abren las discotecas bajo los arcos de la rambla y comienza el duelo sonoro entre house, hip hop, drum & bass y otros estilos (el tecno star Fat Boy Slim es uno de los vecinos notables de Brighton). La cultura alcohólica que muchos europeos desarrollan desde temprano (y que tienden a exagerar en sus vacaciones) no es algo difícil de notar en las colas frente a lugares como The Beach. Tampoco adentro. Para qué hablar de la hora del cierre.
Pero también los espíritus más tranquilos (y diurnos) tienen mucho que hacer. Después de recorrer el Royal Pavilion, deben elegir entre más de 400 restaurantes (Brighton se jacta de contar con la mayor concentración gastronómica en Inglaterra, sin contar Londres). Y para hacer compras pueden optar entre dos buenas alternativas, que se complementan. Una es The Lanes, laberinto de callejones en lo más viejo de la ciudad, para perderse entre anticuarios, joyerías y boutiques. La otra está apenas a un par de cuadras, la llaman The North Laine y su clima es muy distinto: calles bien abiertas, con pequeños cafés, negocios de ropa moderna, feria americana, diseño étnico, disquerías y compradores más jóvenes y aire bohemio-universitario.
Otra vez, pese a que se trata supuestamente de un pueblo chico, por The North Laine se ven personajes y looks tan raros como en Londres. Y en Kemp Town no es extraño cruzarse con parejas gay de la mano. Y eso tiene que ver con otro rasgo local: Brighton es conocida como una de las ciudades más liberadas de Inglaterra, quizás por continuar la tradición del príncipe Jorge, que en el siglo XVIII la eligió para sus excentricidades y aventuras de alcoba.

El Royal Pavilion, una real curiosidad

Al príncipe de Gales, que más tarde sería el rey Jorge IV, le gustaban al menos dos cosas del siglo XVIII: Brighton y gastar mucha plata en arte de Oriente. Gracias a eso le dejó como legado a la ciudad un montón de anécdotas más bien risueñas de sus correrías por ahí y el Royal Pavilion, un extravagante palacio lleno de jarrones, muñecos, dragones y estampados chinos.
Rodeado de jardines, terminado en 1823 luego de varias expansiones y reformas, difícil de ubicar dentro de un estilo, pero con influencias siempre remotas y hasta fantásticas, el edificio no puede dejar de verse como un capricho juvenil, un lugar a medida para que el príncipe regente jugara, deleitara a los invitados con todo tipo de curiosidades e hiciera historia con unas comilonas maratónicas. Basta con ver el salón de banquetes y el de música (dicen que George lloró cuando lo vio terminado) y la entonces moderna cocina para imaginarlo. Algunas de las arañas pesan una tonelada y prácticamente todo a la vista es original.
A la reina Victoria, en cambio, Brighton nunca la convenció demasiado. Y el Pavilion le parecía "raro", según las crónicas. Por eso finalmente se lo cedió a la ciudad en 1850.
Ahora se lo puede visitar todos los días, de 10 a 17.15. La entrada cuesta, para adultos, 6,10 libras; menores de 16 años, 3,60. Algunos de sus ambientes, además, se alquilan para fiestas. www.royalpavilion.org.uk

Frank Gehry y Brad Pitt

Quizás Brighton siga los pasos de Bilbao y levante su perfil internacional gracias a una obra de Frank Gehry. El arquitecto canadiense, responsable del Guggenheim vasco, acaba de presentar un proyecto de dos grandes torres y otros edificios menores con departamentos y locales, además de un centro de deportes para la costa de Brighton, con una inversión multimillonaria.
Colorido, con prevalencia de metales y formas poco ortodoxas (el arquitecto dice haberse inspirado en fotos de mujeres en la playa de Brighton), la obra, que podría ser un nuevo atractivo turístico, por el momento causa controversia. Sobre todo entre los que a lo ven como una amenaza al tradicional y monocromático paisaje del siglo XIX característico de la ciudad.
Curiosamente, uno de los involucrados en el diseño del proyecto es el actor norteamericano Brad Pitt, gran aficionado a la arquitectura, amigo de Gehry y ocasional colaborador en su estudio de California.

Las huellas de los mods

Amantes de la música soul, la buena ropa, los scooters Vespa y Lambretta, y las pastillas de diversos colores, los mods fueron una de las subculturas juveniles que agitaron Inglaterra a mediados de los años 60. Quedaron en la historia, por ejemplo, sus encuentros tribales justamente en Brighton en 1964, durante los Bank Holydays, los tradicionales feriados británicos, en los que se enfrentaban con sus rivales, los rockers.
La película Quadrophenia (Franc Roddam, 1979) recreó aquellas peleas con música de The Who y con el cantante Sting en el elenco. Y hasta hoy llegan viajeros con ganas de conocer las locaciones reales del film de culto.
El Quadrophenia Walking Tour les presta el servicio (info@brightonwalks.com), con un itinerario por playas, calles y bares de las principales escenas.
Para redondear un programa totalmente mod, hay que pasar por el local Jump The Gun (36 Gardner Street) y comprar ropa Fred Perry, bibliografía sobre scooters y otros indispensables para la juventud modernista.

Datos útiles

Cómo llegar

De la estación Victoria, de Londres, a Brighton los trenes tardan 50 minutos y salen regularmente. Hay pasajes por 23 libras. Desde el aeropuerto de Gatwick el tren llega en sólo media hora.

Alojamiento

Brighton ofrece opciones para todo presupuesto (en libras, claro): grandes hoteles y pequeños bed & breakfasts. Entre los primeros, el De Vere Grand, se impone con arquitectura señorial, vista al mar y tarifas desde las 250 libras. En el otro extremo, hay habitaciones por 40 libras. Mejores precios, de lunes a jueves.

Gastronomía

La ciudad se enorgullece de tener el mayor número de restaurantes por habitante en Inglaterra (sin contar Londres), con más de 400 propuestas. En un buen restaurante, con menú completo y vino, se puede gastar entre 30 y 40 libras. Terre à Terre (71 East Street) es uno de los nombres que primero surgen cuando se les piden recomendaciones a los locales, con una moderna cocina vegetariana capaz de seducir al más carnívoro. Entre los pubs, el más interesante es The Font and Firkin (Union st., The Lanes), en una... ex iglesia.

Festival de Brighton

En mayo, la ciudad entera es escenario del Brighton Festival (el año próximo celebrará su 40° aniversario), la fiesta anual de música, teatro y danza más grande de Inglaterra, con tres días de actividades gratuitas y callejeras.

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