Budapest: el auge de los bares en ruinas

Extraño ser el humano. Descontamos que escapa a lo que es feo y sucio y por otro lado hay una pulsión irrefrenable hacia eso. Acaso sea esta extraña tendencia la que explique por qué lugares ruinosos, degradados, que el tiempo ha fusilado con la decrepitud propia de la falta total de mantenimiento, se han transformado en uno de los atractivos más concurridos de la noche joven en Budapest y en inexcusable visita de los turistas, al punto de convertirse en un antes y un después en la historia del turismo de esta ciudad a partir de su aparición.

El año fue 2002. Erzsébetváros es el barrio judío de Budapest, donde durante la guerra vivían unos 70 mil judíos hacinados en pocas manzanas. Allí había un viejo edificio de tipología fabril que estaba condenado a una inminente demolición.

Fue intervenido por quienes un año antes muy cerca de allí habían inaugurado Szimpla Café, ambientado con un rejunte de muebles y objetos desechados. El nuevo sitio, enorme, lleno de salas y patios, bautizado Szimpla Kert (kert quiere decir jardín en húngaro) donde se comenzó a proyectar cine en sus espacios a cielo abierto, fue inmediatamente copado por los cultores de lo alternativo, del arte under. Por eso el Szimpla es considerado como el pionero en su estilo.

En general se usan edificios abandonados que pueden alquilarse a muy bajo costo y por eso los toman grupos de jóvenes o estudiantes. Se asentaron en el barrio judío porque desde la deportación de sus residentes durante la guerra habían quedado muchos edificios vacíos.

Las paredes descascaradas, equipos traídos de cines o fábricas que se desmantelaban, o sencillamente objetos y muebles de las casonas de alguna abuela fueron creando el ambiente bizarro y descontracturado que hoy los distingue.

Lo llamativo de estos ruinpubs o ruinbars (pubs o bares en ruinas como ya son internacionalmente conocidos), es que se asentaron en su mayoría en donde hay nada menos que cuatro sinagogas. Esas manzanas del denominado Distrito VII, limitadas por las calles Dohány, Karoly, Kiraly y Kertesz fueron convertidas en un ghetto durante la represión nazi.

Cada una de ellas expresa diferencias entre liberales y ortodoxos dentro del judaísmo. Por ejemplo, la Gran Sinagoga de Budapest, conocida también como la Sinagoga de la calle Dohány, fue construida por el movimiento neológico, algo más liberal en cuestiones estéticas (en realidad parece a primera vista una iglesia cristiana) aunque no doctrinales. A esa sinagoga -la segunda más grande del mundo luego de la de Nueva York- no la pisa ningún ortodoxo.

Pero los ortodoxos deambulan por esas calles y conviven con los ruinpubs y con la fauna que los habita. Visten trajes oscuros con camisas blancas, dejando ver sus tzitzit (flecos que cuelgan de las cuatro esquinas de su vestimenta) y cubiertas sus cabezas con sombreros de ala ancha y kipás de terciopelo negro. Usan barba y tirabuzones (payos). Se cruzan con jóvenes de estrafalarias tribus urbanas, con tatuajes, piercings y mucho desenfado, al igual que con miles de turistas que no quieren perderse el diverso paisaje humano que se da cita en esos zarpados bares del barrio.

Acaso lo que patentiza más esta extrema convivencia sea que el Szimpla Kert (en el 14 de la calle Kazinczy) es lindero con la única mikvé de Budapest (en el 16 de la misma calle). La mikvé es el espacio donde se realizan los baños de purificación que prescribe el judaísmo. No pueden utilizar agua de la red pública. Debe ser natural y no estancada, por lo que presumo que apelarán al agua de lluvia. Allí van, por ejemplo, las judías ortodoxas a purificarse a los siete días de cada período menstrual.

Vale mencionar que la mikvé es el edificio institucional más importante de una comunidad. Si los judíos de una ciudad necesitan construir una sinagoga y una mikvé, la ley judía establece que primero se debe construir la mikvé. A ese punto ese sitio es sagrado para los judíos.

Cuando entramos al Szimpla Kert dejando a nuestra derecha la mikvé, la cabeza tiene que hacer un mínimo stand by. ¿Qué es eso?. Laberintos, paredes grafiteadas-cuándo no con viejos revoques caídos-, música distinta a medida que avanzamos, gente apoyada en un balaustre deteriorado que asoma a un patio, carteles anunciando muestras, escaleras que ya ni repintándolas recobrarían antiguos blasones. Un tarro lechero, secadores de pelo de esos de pie de las peluquerías, máscaras de soldador, botas viejas...cualquier cosa.

Más allá dos parejas tomando cerveza en el interior de un auto Trabant (aquellos de bajo costo fabricado en la Alemania comunista), al que le serrucharon el techo y pintarrajearon como la paleta de un pintor.

Del techo cuelgan maniquíes, reflectores, guirnaldas de luces, bicicletas, herramientas?en fin, todo lo imaginable y más. En esos espacios pasan cosas todo el tiempo. Hay eventos culturales simultáneos, inauguración de muestras, encuentros literarios?¡ah! y hasta un mercado con productos de granja. Sí, cada domingo entre las 9 y las dos de la tarde los lugareños van allí a comprar sus insumos directamente de los productores.

Si bien el Szimpla Kert abre a las 12 del mediodía y cierra a las 3 de la mañana de cada día de la semana, no se podría decir a qué hora se concentra su mayor actividad. Hay ahí gente todo el día. Sin duda este es el pionero y líder de los ruinpubs. Tal vez por esa razón Lonely Planet lo ubicó tercero en la lista de los más destacados bares del mundo.

La primera impresión al entrar a un ruinpub es que en cualquier momento va a caer una redada de moralidad. La gente charla, baila, interactúa?hace lo que le da la gana. Pero poco después uno se da cuenta de que ese aire de gran liberalidad no es nada, digamos, fuerte. Todo resulta muy pacífico y uno cae en la cuenta de que hay una estética bastante superficial a lo que pretende ser transgresor. Nada pasa de ahí.

Basta recordar que en su momento fue elegido democráticamente un gobierno conservador y nacionalista que, por ejemplo, lleva una pesada carga contra el colectivo gay.

Allí todo parece transgresor y disparatado. Pero es evidente que detrás de esa fachada hay una gran organización que no podría dejar de existir para que ese sitio funcione cotidianamente como lo hace.

En todo caso el juego es divertido. En el barrio judío en el que los negocios que venden productos kosher rivalizan a ver quién es más kosher, como por ejemplo el restaurante que en su cartel anuncia glatt kosher -que podría leerse como rotundamente kosher o imposible más kosher-, la vanguardia de la juventud húngara expresa su contenida rebeldía pretendiendo desinteresarse de lo que dictan las normas.

Si viaja a Budapest...sépalo, hay ruinas modernas. Y usted no puede perdérselas.