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 • HISTORICO

Cabo de Hornos: leyenda entre colosos

Mítico para los navegantes del mundo, el punto más austral del continente tiene una historia de aventuras entre temibles aguas devoradoras de barcos y fuertes vientos que han hecho estragos. Visitarlo es posible, si el tiempo acompaña




USHUAIA.- El 24 de enero de 1616, Jacob Le Maire abría otra puerta entre el Atlántico y el Pacífico, y le entregaba al mundo europeo la llave de las aguas más endiabladas del globo.
Ese día concretaba la suposición de su padre, Isaac, de que más al sur del Estrecho de Magallanes otro paso debía forzosamente unir las aguas del Atlántico y el Mar del Sur, hoy llamado Pacífico.
Hasta esos años, las cartas y los globos terráqueos dibujaban usualmente el continente americano separado de la Terra Australis Incognita por un angosto corte, el Estrecho de Magallanes, descubierto para el mundo en 1520. Esa región desconocida más al Sur era una deforme masa de tierra que se intuía como extendiéndose hacia el Polo.
Jacob Le Maire atravesó el estrecho que hasta hoy lleva su apellido y separa Tierra del Fuego de la Isla de los Estados. Pocos días después, el 29 de enero, pasó al sur del Cabo de Hornos. Ambos hechos marcaron a los cartógrafos un nuevo hito: si la Terra Australis realmente existía, debía estar mucho más al Sur. Jacob había navegado más allá del continente americano, en aguas francamente abiertas.
Sobre esa jornada escribió en su diario: " sin dudar que era el gran Mar del Sur, nos alegramos al sostener que habíamos descubierto un paso desconocido para el hombre, como luego se confirmó".
Pero, ¿qué hacía Le Maire allí? El Estrecho de Magallanes se usaba hacía casi un siglo para llegar a las codiciadas tierras de Oriente navegando hacia el Oeste. Pero ese paso, así como el del Cabo de Buena Esperanza, para llegar navegando hacia el Este, eran propiedad de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Los holandeses, arquetipos de comerciantes más que de conquistadores, ejercían un monopolio hacia sus propios súbditos que beneficiaba con el truculento negocio de las especias orientales solamente a las flotas de la Compañía.
Le Maire padre convenció a su gobierno de decretar derechos de comercio a quien encontrase nuevos pasos a Oriente y enlistó una pequeña flota de dos naves, financiadas por los ciudadanos de la ciudad de Hoorn, el Eendracht y el Hoorn, este último se quemó en Puerto Deseado antes del histórico descubrimiento. Con la ayuda del navegante Willem Schouten y uno de sus 22 hijos, Jacob, se dio a la mar el 14 de junio de 1615.
El Cabo de Hornos, un lugar mítico para los navegantes y una medalla para los tripulantes de veleros que lo atraviesan, es punto de recalada para algunos cruceros que circunnavegan América del Sur o visitan la Antártida. Si el tiempo lo permite, desembarcan a sus pasajeros para una visita rápida al faro que corona la isla. La empresa Cruceros Australis realiza visitas regulares, fondeando frente a la isla Hornos dos veces por semana con cada uno de sus dos buques.

Las malas nuevas

Ya lejos de la Tierra del Fuego y tras algunas exploraciones en los archipiélagos del Pacífico, Jacob Le Maire echó ancla en Batavia, colonia holandesa hoy capital de Indonesia y mejor conocida como Jakarta. Fue el fin de sus servicios: en lugar de recibir los honores acordes con un gran descubridor, el gobernador holandés desconoció su versión, y decomisó sus pertenencias y su barco, deportándolo prisionero a Europa.
Jacob no lo soportó. Murió camino a casa, dejando a su padre la ingrata tarea de querellar a la Compañía y exigir al gobierno central que mantuviese el secreto del nuevo paso.
Tras dos años de penurias, Isaac ganó el caso en la Corte. Pero ya era tarde para explotar la ruta con alguna exclusividad. Las cartas de navegación se habían actualizado rápidamente y el Estrecho de Le Maire se convirtió en el derrotero favorito para acortar en varios días el paso de los veleros entre los dos grandes océanos. La poca capacidad de maniobra de los barcos del siglo XVII hacían muy penosa la navegación por el largo y angosto Estrecho de Magallanes. En cambio, la travesía por las aguas abiertas al sur del Cabo de Hornos permitían zigzaguear a los grandes veleros buscando el viento favorable lejos de las costas.
De todas maneras, el peaje que cobraba Neptuno a quienes se internaban en el hervidero de esas aguas fue altísimo durante siglos. Tempestades sin fin, las corrientes de marea producidas por el vaciamiento y llenado del Atlántico y el Pacífico por ese cuello de botella de mil kilómetros de ancho, un clima de mil demonios, frío, nieve y granizo en pleno verano, echaron a pique cientos o quizá miles de naves con una tasa de sobrevivientes virtualmente nula.
Sólo le quedó a los emprendedores holandeses el honor de sus nombres asociados a las temibles aguas devoradoras de barcos. Isla de los Estados, por los Estados Generales de Holanda, Estrecho de Le Maire y Cabo de Hornos (Hoorn).

El cementerio de barcos

Mientras el zigzagueante Estrecho de Magallanes tuvo su apogeo con los vapores, ya que pueden navegar en cualquier dirección, sin importar el sentido del viento, el Le Maire y las aguas aledañas se engulleron toda clase de barcos hasta el comienzo de la navegación moderna. Los temporales son la norma y el encuentro de las mareas de ambos océanos desata corrientes violentísimas. El choque de los dos colosos, el viento y el mar, atizados por el frío perpetuo y profundidades que se miden en kilómetros, llevaron contra las escarpadas costas a cientos de naves con su carga y sus tripulaciones.
Ni en la Argentina ni en Chile, los dueños de estos oscuros archipiélagos, esa aura de leyenda se explotó lo suficiente como atractivo turístico. Esos confines fueron bautizados con nombres que deslumbran a cualquier escolar, no importa en qué lugar del mundo viva. Es, quizás, el motivador número uno para los visitantes extranjeros a Tierra del Fuego. Y todavía hoy, los rastros de muchos naufragios están allí, sobre la playa o entre las rocas de la bajamar.
Como si fueran momias genuinas, al tocar esos despojos casi inaccesibles, la fantasía corre y viejas películas, libros o revistas reviven en la mente imágenes de marinos azotados por la tempestad.
Esas historias las está rescatando el Museo Marítimo de Ushuaia. Esa entidad, con amplio apoyo de la Armada Argentina, ya restauró gran parte del viejo Presidio de Ushuaia y reconstruyó un más que centenario faro en la Isla de los Estados. Es el legendario Faro del Fin del Mundo que, tras la primera investigación seria que se realizó, fue duplicado en tamaño natural en el mismo predio del Museo, es decir, en la vieja cárcel hoy convertida en Monumento Histórico Nacional.
Otro de los tantos emprendimientos del museo son la publicación de un libro y una carta náutica que grafica con toda su rudeza la larga lista de viejos naufragios.

Al alcance del viajero

Hoy día, cuando el hombre ha logrado dominar gran parte de su entorno, y surca todas las aguas del mundo con suficiente seguridad y sofisticación, hay básicamente dos maneras de ir tras el mito del cabo: una expedición en un velero pequeño y el crucero semanal que une Punta Arenas, en Chile, con Ushuaia, en la Argentina, desde septiembre hasta abril. También es posible hacerlo con barcos que van a la Antártida y tienen una parada en el cabo, a la ida o a la vuelta, si el clima lo permite.
Para la primera posibilidad, el puerto deportivo de Ushuaia es una fuente de información recomendable. Todos los veranos, navegantes argentinos y extranjeros alistan sus veleros para expediciones al cabo, los Canales Fueguinos e incluso el Continente Blanco. Son palabras mayores sobre lo que puede ser una experiencia náutica para un turista de esta época. El costo y la adrenalina van acordes con el privilegio de ese paseo.
La segunda opción, menos riesgosa y más confortable, pone al alcance de varios miles de viajeros cada año una experiencia también inolvidable, entre la legendaria capital del estrecho, Punta Arenas, y la no menos mítica Ushuaia.
Cada viaje toca el Cabo de Hornos, con desembarque incluido, a la ida y a la vuelta de Ushuaia. Los pasajeros pueden comenzar en cualquiera de los dos extremos o, incluso, reservar el viaje completo de siete días.
Salvo que las condiciones del tiempo sean extremas, el desembarque en la isla Hornos se realiza en botes de goma, sobre una pequeña playa de piedras desde la que parte una empinada escalera que trepa un acantilado. La dinámica es similar a la que tienen los cruceros a la Antártida que se detienen aquí.
Ya arriba se visita el faro, los monumentos y la casa del alcalde de Mar chileno, en el borde del mundo colonizado por el hombre.
Los cruceros semanales no sólo visitan el cabo, aunque sea éste la estrella del viaje y el punto más esperado. Diariamente se baja a los botes Zodiac una o dos veces para visitar colonias de pingüinos y elefantes marinos, glaciares y bosques vírgenes, restos de asentamientos aborígenes o de intentos de colonización. Pero también se vuelve de los botes para encontrar la mesa servida y regada con buenos vinos chilenos.
Charlas y películas sobre naturaleza e historia son cosa de todos los días y se rememora a los antiguos habitantes del archipiélago fueguino, así como a los corajudos navegantes y exploradores que surcaban esas aguas con riesgos hoy en día intolerables.
Por Sergio Zagier
Para LA NACION

La pérdida de la Hoorn

La pequeña nave de vela Hoorn, bautizada así por el puerto holandés que fue punto de partida de la expedición, terminó destruida en Puerto Deseado, hoy provincia de Santa Cruz, un lugar de recalada tradicional en la época de las grandes expediciones. Estos holandeses decidieron poner las naves en seco aprovechando la diferencia de mareas y limpiar el casco de gusanos y otras alimañas que se ensañaban con los barcos de madera.
Tuvieron la curiosa idea de prender fuego a las algas que habían quitado del casco para deshacerse de los gusanos trepanadores de tablas y provocaron que los barcos se incendiasen. La Hoorn estaba cargada con las monedas de plata destinadas a la compra de mercadería en Oriente y con las reservas de pólvora. Esa combinación de circunstancias resultó finalmente en un lingote de plata fundida volando por el aire y un barco menos en la flota, que quedó reducida al maltrecho Eendracht.
Un grupo de investigadores que ha estado trabajando para rescatar restos e información sobre la Hoorn halló material de lo que sería el naufragio más antiguo descubierto en la Argentina. Puede encontrarse más información en www.histarmar.com.ar

Datos útiles

Cómo llegar

La temporada 2008/ 2009 comienza el 27 de setiembre y las tarifas por persona parten de US$ 1050 para un crucero de 3 noches. Más información: Cruceros Australis, argentina@australis.com
En Buenos Aires, 4139-8400. www.australis.com

Para ver

Museo Marítimo de Ushuaia
www.museomaritimo.com

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