Por Rosana Lezcano y Carlos Mora
Existe un lugar en la maravillosa Turquía que desde la ruta parece una escenografía. Un sitio de cuentos, un paisaje lunar que va apareciendo de a poco, mostrándose, y depende de la hora se puede admirar los cambios de colores, que van desde el amarillo hasta el rosado. La fantástica Capadocia se formó hace millones de años cuando los volcanes Erciyes y Hasan erupcionaron y cubrieron la zona de lava.
Esta toba o piedra caliza desde hace millones de años es tallada por el viento, la lluvia, el calor y el frío, y así se fue formando este maravilloso paisaje que es un museo al aire libre. Fue ocupado por hombres entre los años 3500 y 1200 a.C., que, al comprobar que la toba era fácil de tallar, comenzaron a excavarla y hacer sus casas. En la época cristiana se convirtió en un centro religioso; la prueba son las iglesias con pinturas que todavía se pueden admirar.
Además de estas hermosas formaciones, hay algo más: las ciudades subterráneas. Hasta ahora se descubrieron 36; una de las que se puede visitar tiene una profundidad aproximada de 85 m. Entrar y empezar a bajar da una sensación de ahogo (no muy recomendable para claustrofóbicos). Luego uno camina entre pequeños túneles, y por momentos hay que agacharse y pasar casi de rodillas, o de costado, porque son muy estrechos. Allí vivieron hasta 2000 familias, por períodos de hasta un año. A pesar de que no entra la luz del día, el sistema de ventilación es perfecto, porque nunca se siente la sensación de falta de aire. Estaban muy bien organizados, contaban con establos para los caballos; producían su vino; inventaron un sistema de desechos hacia el exterior, y lo más sorprendente es que en esa ciudad hasta hubo lugar para profesar la fe cristiana; increíble, también hubo una iglesia.
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