Newsletter
Newsletter
 • HISTORICO

Circuito nocturno por los bares de moda del Chinatown

El famoso barrio chino está en plena transformación, con más hoteles y vida after office




NUEVA YORK (El Mercurio, de Santiago. GDA).- Todas las noches, Diego saca la basura a la calle y aprovecha para descansar unos minutos, fumando contra un muro. Trabaja en Apothéke, un bar en el sur de Manhattan, donde los tragos se preparan con ingredientes orgánicos, en una barra de mármol de Carrara que parece estar preparada para una clase de química.
Detrás de unas espesas cortinas de terciopelo rojo, Diego machaca ingredientes de lunes a sábado, invisible a los ojos del público. Por eso, cuando saca la basura, se entretiene mirando a la gente. Las mujeres andan de vestido largo, los hombres de camisa. Se bajan del taxi con aire inseguro, buscando la dirección a tientas porque Apothéke no tiene un letrero en la entrada y la calle está muy oscura.
La calle se llama Doyers Street y es una de las más antiguas de Chinatown. En sus orígenes, aquí había un teatro chino y fumaderos de opio subterráneos. Hoy, las veredas están pobladas de letreros ofreciendo cortes de pelo, regalos, masajes en la espalda o en los pies. Hace horas que estos negocios apagaron las luces.
Diego, apoyado contra el muro, cuenta que en este callejón diminuto ha muerto más gente que en cualquier avenida larga de Manhattan. La calle tiene una geografía inusual. Nace en dirección al sur, pero a mitad de camino se tuerce violentamente hacia el este, formando un ángulo agudo que impide ver el final. De ahí su mala fama: a este rincón anguloso se lo conoce como la esquina sangrienta porque aquí, supuestamente, la mafia china tendía hace muchos años crudas emboscadas contra sus facciones enemigas.
Apothéke es un bar exótico porque está aquí, en Chinatown, donde se compran pollos que todavía tienen cabeza y patas, frutas fucsias de espinas filosas y carteras plásticas. Es atracción por contraste: en la misma calle que de día se almuerza por 3,50 dólares, Apothéke ofrece cócteles por más de 30.

Crecimiento inmobiliario

Chinatown se extiende por poco más de cinco kilómetros cuadrados, al sudeste de Manhattan. Son cerca de cuarenta y cinco cuadras donde viven más de ciento cincuenta mil habitantes, la mayoría inmigrantes de primera o segunda generación, provenientes de las provincias de Hong Kong, Cantón, Taishan y Fujian.
A primera vista, la fisonomía del barrio no parece haberse transformado exageradamente. Todavía huele a incienso a la entrada del templo budista en Mott Street, aún se encuentran joyerías baratas en Canal y ahí, bordeando la vereda, se amontonan los pescados y mariscos, las callampas secas, los cajones de rambután, guayaba y lichi. Los viejos siguen practicando tai chi en Columbus Park, los chicos todavía van al colegio en la Iglesia de la Transfiguración, y los vecinos continúan celebrando el Año Nuevo a comienzos de febrero lanzando al viento papel picado rojo.
Por fuera, Chinatown parece mostrar la misma cara de siempre, pero los datos dicen otra cosa. Según un detallado reporte publicado por dos organizaciones comunales en 2008, en el barrio se han construido veinticinco nuevos hoteles, ciento dieciocho boutiques y cafés, y veintiséis edificios residenciales de lujo. No son sólo datos. También son referencias culturales. En Frances Ha, por ejemplo, la nueva película de Noah Baumbach, los dos personajes más hipsters de la historia viven justamente aquí, en un espacioso departamento con muebles vintage, por el que pagan cuatro mil dólares mensuales.
De día, las calles de Chinatown continúan estando tan atestadas y ruidosas como de costumbre, pero el paisaje cambia cuando se empieza a poner el sol. Se cierran las panaderías, peluquerías y boticas. Sus empleados toman el tren a Queens o a Brooklyn: antes solían vivir en el barrio, pero los alquileres subieron demasiado de precio. Son cerca de las 20, ya terminó la jornada de trabajo y el barrio se inunda de una calma rara.

El bar del tío

Para ver el cambio de guardia me acerco a Nom Wha Tea Parlor, un restaurante en Doyers Street, a pocos metros de Apothéke. Nom Wha abrió en 1920 y es el más antiguo de comida dim sum. De día lo frecuentan turistas, dentistas, abogados y contadores que trabajan en el barrio, me cuenta su dueño, Wilson Tang. Pero a esta hora nadie parece regirse por un horario demasiado estricto. Los asientos de cuero rojo están ocupados por hombres de barba larga y chicas de anteojos vintage. Veo camisetas viejas de Iron Maiden y carteras Chanel combinadas con blue jeans.
Tang heredó el restaurante de su tío y sólo remodeló la cocina. Están las latas de té en las repisas, las teteras metálicas, las lámparas que cuelgan a ras del mostrador. La fachada se ve igual que antes, rosada y amarillo pálido, desteñida por el sol.
Los cambios, en Chinatown, penetran lento. Durante décadas se pensó que era completamente inmune a las presiones inmobiliarias que venían de los barrios vecinos. Eran los años noventa y el Soho, Nolita y Tribeca se habían poblado de lofts, boutiques de moda independiente y restaurantes tomándose las veredas para servir el brunch. Chinatown, mientras tanto, seguía siendo un barrio de inmigrantes, una especie de ciudad dentro de la ciudad, donde se hablaba un idioma diferente, incomprensible para el resto de Manhattan. Se regía por asociaciones internas, basadas en lazos de familia o provincia de origen. Los bancos eran locales. Los anuncios clasificados se publicaban en letras kanji. A Chinatown le decían la última frontera.
A fines de los noventa se comenzaron a desmoronar los dos pilares económicos que alimentaban el barrio: la industria textil y la de los restaurantes. Al mismo tiempo, inversionistas, muchos en China, comenzaron a desarrollar proyectos inmobiliarios, convencidos de que Chinatown era indestructible y que las olas de inmigrantes asiáticos no se detendrían jamás. Subieron los precios de los alquileres, desplazando a varios negocios y residentes, según el profesor Peter Kwong, autor de varios libros sobre el barrio. Los inmigrantes siguieron llegando, pero ya no vivían en Chinatown. Al barrio sólo iban de compras o a trabajar. Por esa época los hipsters de la ciudad comenzaron a cruzar esa última frontera, mudándose al sur de Delancey. De a poco llegaron los bares. El Double Happiness se instaló en 1998 y fue uno de los primeros en desembarcar en un subsuelo, sin letrero. Ya no existe, pero quedan imitadores. Pulquería, por ejemplo, un restaurante subterráneo de comida mexicana, pegado a Nom Wha. Tiene los mismos dueños que Apothéke y se llega atravesando una entrada sin marcar. También quiere parecer furtivo, pero en este caso el secreto es demasiado caro: las margaritas cuestan 15 dólares.
Hay otras alternativas más clásicas. El 169 Bar, por ejemplo, en East Broadway, límite al este de Chinatown. Está decorado con miles de luces de Navidad, sillones de leopardo que no combinan y cabezas de dinosaurios plásticos que salen de los muros. Tiene mesa de pool, plantas de plástico, un no sé qué. La gente parece relajada. Un grupo de veinteañeros me invita a su mesa, a tomar PBR, la cerveza más barata del local. Muy pronto están listos para partir a otra parte. Enfilan rumbo a Alphabetic City.
Otro día visito Forgetmenot, un bar que abrió hace unos nueve meses, bordeando el Lower East Side. Afuera, claro, tampoco hay letrero.
En el bar converso con un DJ, Jeremy Parker, de pelo rubio, corto. El año último, New York Magazine incluyó las fiestas que él organizaba en su lista de lo mejor de 2012. Las fiestas se llamaban Pollo y ocurrían los lunes, en Pulquería. Pero tras unos meses, Parker y sus amigos se llevaron la fiesta a otra parte. Ahora toca sus discos en Le Baron, un club que se instaló en Chinatown a comienzos de 2012.
El departamento de Parker queda a pocas cuadras de aquí, en el límite Este del barrio. Se fue de Williamsburg hace unos tres años porque el alquiler había subido demasiado. "Me encanta Chinatown, porque uno se siente muy anónimo", dice.
Le pregunto si piensa quedarse mucho tiempo aquí. Contesta que todavía no sabe. Él y sus amigos se llaman por teléfono cada vez que ven a otro blanco mudarse al sector. Supongo que es como decía Groucho Marx. Nadie quiere pertenecer a un club que te acepte como miembro. Parker se sube la capucha del cortavientos y camina en dirección al metro, a una fiesta en Greenpoint, al otro lado del río. Todavía no sabe qué hará después.

Datos útiles

  • Comer, beber y comprar en Chinatown
  • Apothéke: aquí los cócteles se llaman recetas o prescripciones, y cuestan tanto como una visita al médico. 9 Doyers Street.
  • Nom Wha Tea Parlor: fue el primero en ofrecer comida dim sum en Nueva York. Vale la pena probar el rollo de huevo. 13 Doyers Street.
  • 169 Bar: aún se consiguen tragos por 3 dólares. 169 East Broadway.
  • Forgetmenot: la barra es de madera y está decorado con chiches. 138 Division Street.
  • Le Baron: el original está en París, la segunda sucursal en Tokio y la tercera, aquí. 32 Mulberry Street.
  • Pulquería: ¿tacos por 11 dólares. Si insiste, los puede encontrar aquí. 11 Doyers Street.
  • Joe’s Shangai: famoso por sus soup dumplings, bolas de masa al vapor, rellenas de cerdo, cangrejo y caldo de carne. Coma con cuidado: el caldo hierve. 9 Pell Street.
Andrea Muñoz

¡Compartilo!

SEGUIR LEYENDO

¿En dónde encontrar los mejores precios para comprar útiles escolares?

Clases 2024. ¿En dónde encontrar los mejores precios para comprar útiles escolares?


por Sole Venesio
Tapa de revista OHLALÁ! de abril con Gime Accardi

 RSS

NOSOTROS

DESCUBRÍ

Términos y Condiciones


¿Cómo anunciar?


Preguntas frecuentes

Copyright 2022 SA LA NACION


Todos los derechos reservados.