Curitiba, lejos de los prejuicios

Curitiba está pensada para ser caminada. Hay una publicidad de la Dirección de Turismo local que dice: Curta Curitiba a pie. Y eso es posible. El terreno no es ondulado, sino más bien plano. Además está pensada para que los curitibanos y los que ahí llegan puedan apropiarse del espacio público construyendo, a cada paso, su propia ciudad.

El casco viejo se encuentra en la parte más alta, en donde se miran y develan mutuamente las antiguas iglesias de los jesuitas con las viejas casas, hoy ocupadas por restaurantes, salones de arte, academias, librerías, cafeterías...

Dueña de un transporte público que es modelo de otras ciudades del mundo, de veredas amplias y con zonas glamorosas como Batel, invita a ser descubierta de maneras diversas. Interesante es el circuito cultural que puede seguirse uniendo lugares como la Universidad Federal de Paraná, el Teatro Guaíra, el Paso de la Libertad y algo más lejos, la mágica Opera de Arame. Si se usa el bus turístico (con excelente recorrido y de muy buena frecuencia), puede llegar a parques verdísimos de las afueras, con flora de todas las regiones de Brasil.

Un párrafo aparte merece el Museo Oscar Niemeyer, el Museo del Ojo, cuya edificación en sí misma es una obra de arte que dialoga con el entorno y facilita un momento de ocio y recreación unido a las artes visuales y plásticas.

Adore Curitiba porque es una ciudad limpia y ordenada, por sus propuestas culturales, por su historia enraizada en la inmigración, por los espacios públicos, porque el crecimiento todavía no destruyó los orígenes y por ser acogedora, dueña de ese guiño de desestructurada cordialidad que tienen los brasileros.