Cuando Daniel Larriqueta vivía en París, la Argentina empezó a imponérsele como tema: durante esos años del exilio escribió La novela de Urquiza -en la que explora entre los enfrentamientos entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires- y comenzó a pensar en una definición para la pregunta por la identidad nacional. Hoy vive nuevamente en Buenos Aires, está al frente de la Organización Teatral Presidente Alvear y ha publicado otros dos libros como respuestas posibles a esa pregunta. En busca de material para el primero de ellos, La Argentina renegada , viajó a principios de la década del noventa a Bolivia.
"En esa búsqueda hacia atrás, yo consideraba que había que tener en cuenta dos líneas en la conformación de la identidad nacional: una que venía de la antigua tradición española y criolla, que la hemos recibido desde la región andina, y otra que está representada por la corriente porteña, que no se sabe bien de dónde venía. Yo sostengo que esta segunda línea se fue formando en la relación del Río de la Plata con Brasil, un eje por el que llegó la modernidad y que se instauró en forma muy temprana, en 1590.
"En aquel viaje hacia el mundo altoperuano, entonces, fui con la intención de bucear en esa idea, en la forma en que esa herencia había conformado la tradición y el sistema de referencias de los protagonistas de nuestra Independencia; porque yo veía que esa línea no había estado lo suficientemente explorada. Suele pasar inadvertido, por ejemplo, el hecho de que Cornelio Saavedra era boliviano, había nacido en Potosí."
Reflejos plateados
Su viaje al mundo altoperuano lo llevó entonces a Potosí, ciudad que cuenta con el dudoso mérito de ser una de las más altas del mundo y también con un pasado de esplendor: en 1560, casi quince años después de su fundación, tenía 160.000 habitantes, muchos de ellos convocados por la actividad de las minas de plata que habían sido descubiertas no hacía tanto tiempo atrás.
"Potosí es una de esas ciudades típicas del Alto Perú. La impresión de la altura es tan exorbitante, tan evidente, que uno tiene la fantasía que va a estirar la mano y va a tocar el cielo. No es sólo algo que se perciba por las dificultades para respirar. Yo finalmente logré un buen entrenamiento porque estuve mucho tiempo ahí, hice un solo viaje, pero muy largo y detallado.
"Pero es un lugar en el que las condiciones para el desarrollo de la vida humana no son muy propicias. Hay que pensar que en la época de su fundación, durante los primeros cincuenta años, ninguna mujer europea pudo dar a luz ningún niño con vida por las dificultades de la altura. Eso explica el empuje que recibió Sucre, ciudad a la que también viajé, que está sólo a 60 kilómetros, pero a mil metros menos de altura, lo cual significa una diferencia importantísima cuando esos metros se convierten en experiencia.
"Potosí, que ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, es indudablemente un lugar que no deja de sorprender: uno de esos datos, por ejemplo, es que en 1580 la ciudad contaba con treinta teatros. De todos ellos ha sobrevivido uno, una joya arquitectónica, y lo mismo pasa con las casas de los marqueses y condes: algunas con mucho de ese estilo cargado del churrigueresco español, otras más austeras, muchas de ellas con esos balcones que nosotros llamamos limeños, todos cubiertos."
En otros casos, el pasado subsiste como restos: en una de sus búsquedas, Daniel L. salió de Potosí para encontrar lo que quedaba de los antiguos molinos mineraleros, que fueron construidos a lo largo del río de la Ribera. "Un río que hoy sigue abasteciendo de agua potable a Potosí y que marca la primera intervención en la geografía por la mano del hombre en toda América del Sur. Se trataba de un río que nacía de una serie de diques en los que iban a dar las aguas de todos los pequeñísimos arroyos de la montaña, de los cuales también se ven hoy los restos, un poco más arriba de Potosí."
Daniel L. también descendió al mundo subterráneo de las minas de plata, en las que descubrió que todavía funcionan con la misma tecnología del período español. Fueron cuatro horas en las que apenas podían levantar la cabeza y tenían que avanzar en cuatro patas. De vez en cuando, al salir de una galería, encontraba un espacio levemente más abierto, con detalles de un culto curioso: hornacinas llenas de flores y colores con las que los mineros rinden culto al Diablo, Señor de las Profundidades.
Un pasado nacional
Dice Daniel L. que Sucre es un lugar donde además se pueden seguir los rastros de la historia latinoamericana y argentina muy claramente. "En la Plaza de la Libertad, por ejemplo, hay un monumento a la argentinidad que es incluso anterior al concepto mismo: se trata de un obelisco que la Audiencia de Charcas mandó a construir en 1808, como homenaje al pueblo de Buenos Aires, que había rechazado a los ingleses."
En su búsqueda, Daniel L. conoció a mucha gente, todos con un fuerte carácter montañés: amables aunque de pocas palabras, "algo que en este caso se refuerza por la herencia aymará y quechua".
Todos, a su manera, comparten ese rasgo: desde el chico que le contaba algún detalle de la vida cotidiana hasta el director de la Universidad de Chuquisaca, en Sucre, que le abrió las puertas del recinto.
"Ese lugar es algo digno de ver: yo veía ese patio y me imaginaba que ahí debían jugar Moreno, Castelli y los otros patriotas que hicieron allí sus estudios, y también estaba la Sala Capitular, donde juraron sus títulos tantos de nuestros próceres. En esa sala estaba el trono del presidente de la Audiencia, todo un despliegue de dorado, y sin que nadie me viera me di el gusto de sentarme en medio de toda esa pompa, vestido de explorador fin de siglo. Hay que pensar que, en cambio, los miembros de la Audiencia usaban ropas muy costosas, y que llegaban a gastarse la mitad del sueldo del año en vestuario."
Otro rito convocante fue el del Carnaval, fuertemente asociado con la regeneración y la fertilidad de la tierra. Dice Daniel L. que en Sucre, donde se hospedaba en una de las tantas posadas de estilo colonial de la ciudad, el centro de la fiesta era la plaza principal, frente a su posada, y que ahí se sentaba a ver pasar las bandas que desfilaban tocando los carnavalitos típicamente sucreños.
"Nunca vi jugar a ningún pueblo al Carnaval como juegan ahí. Cuando decidí participar comprobé que todo estaba muy organizado: en vez de comprar los globitos y tener que cumplir con todo el proceso, los podías comprar llenos de agua, dentro de un balde que un chico iba llevando, con lo cual todo el mundo sólo pensaba en ejercitar una buena puntería."
Sucre, en general, tiene muchas cosas que la confirman como una joya de la arquitectura colonial; la iglesia de San Felipe Neri, por ejemplo, que además de la belleza tiene una particularidad muy interesante: los techos han sido convertidos en una azotea gigantesca, con muchos recovecos, de una forma que parece ser una pequeña ciudad encima de la iglesia. Ese es el lugar donde los religiosos se encerraban para hacer sus penitencias.
En aquel viaje, dice Daniel L. que confirmó que sin ese esplendor de las minas de Potosí no hubieran nacido las ciudades del noroeste argentino, que en principio surgieron como puntos de abastecimiento de textiles y mulas.
Y que la pregunta con la que partió no quedó sin responder: él sostiene que de ese mundo altoperuano provienen los rasgos más tradicionalistas, religiosos y jerárquicos de una identidad nacional que, a su vez, los conjuga con los rasgos de corte revolucionario y racionalista que provienen de la relación del Río de la Plata con el mundo portugués.
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