En Brasil es garrafamento, en Panamá le dicen tranque , en Francia bouchon (de tapón), y acá podría ser embotellamiento, atasco o simplemente el caos nuestro de cada día.
Vivo en Olivos y padezco todos los días el viaje al centro de la ciudad. Un trayecto que en auto y sin tránsito debería demorar 20 minutos, 30 como mucho, en horas pico puede extenderse más de una hora. Oí hablar varias veces de la explosión del parque automotor , pero lamentablemente ahora comienzo a sufrirlo en carne propia (en esas horas fatídicas de la mañana, basta con mirar las patentes de los demás autos para comprobar que muchos, muchísimos, empiezan con las letras G, H, I, indicador de que son último modelo). Igualmente, tomar el tren a las ocho o nueve de la mañana -si es que uno logra escabullirse dentro- no es ningún aliciente.
Por eso fue una sorpresa refrescante enterarme (por un comentario escuchado al pasar) que a una cuadra de mi casa, del puerto de Olivos para ser más precisos, parte diariamente una lancha hacia Capital. Zarpa a las 8.15 en punto, atraca en Dársena Norte (justo frente a la LA NACION) y regresa a las 18.30. Un verdadero servicio puerta a puerta, en tan sólo 25 minutos.
Y el viaje en sí es otro placer. Lo comprobé hace poco más de una semana, cuando decidí treparme a la embarcación. Butacas acolchadas que se reclinan, café y alfajores servidos por un tripulante, diarios a disposición de los pasajeros, más Wi-Fi. Todo sin escalas, sin demoras, sin bocinazos, sin congestionamientos. Incluso casi sin pasajeros, porque no seríamos más de ocho en la lancha (con capacidad para veintipico personas).
Lo curioso es que, visto desde el agua, el perfil de la ciudad aparece bajo una nueva perspectiva. Me sentí turista en mi propio hábitat, intentando adivinar las figuras de ciertos monumentos a la distancia, descubriendo la cancha de River, comprobando que tal o cual edificio es más o menos alto de lo que imaginaba, verificando el ritmo de construcción a lo largo de la costa...
En antropología existe un término, extrañamiento (o mirada extraña), que habla justamente de sentirse un extraño frente a lo propio, de convertir lo familiar en exótico, de tomar distancia para poder estudiar la sociedad a la que uno pertenece. Y si bien en este caso hablamos de algo a todas luces más banal que un acercamiento antropológico, lo cierto es que así me sentí, involuntariamente: alguien que miraba Buenos Aires por primera vez.
Volviendo a lo práctico: el chárter náutico cuesta 15 pesos por tramo (en caso de que haya mal tiempo para navegar el servicio se realiza en forma terrestre) y es provisto por la empresa Sturla Viajes, la misma que hace un año une Tigre con Capital. En ambos casos, en la dársena esperaran combis que acercan a los pasajeros a distintos puntos del Centro (llegan hasta 9 de Julio e Independencia).
Los fines de semana, claro, no hay servicio. Un poco a la inversa del caso de un amigo, fanático del wakeboard y de las lanchas, quien una vez me dijo que él siempre trata de practicar este deporte en la semana. Porque sábados y domingos, me aseguró, "en el río hay un congestionamiento tremendo de lanchas".
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