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 • HISTORICO

De un saque al césped de Wimbledon

Por María Emilia Salerni Para La Nación




El jueves 22 de junio empezó el viaje a Wimbledon. Me encontré con mi hermana en el aeropuerto de Zurich, y de ahí volamos juntas a Londres.
Como siempre, al aterrizar estaba lloviendo. Habían sido muchas horas de vuelo desde Buenos Aires, y todavía faltaba llegar hasta la Universidad de Rockhampton, donde nos alojaríamos.
Empezamos preguntando por los buses y subtes, y terminamos tomando un taxi que parecía salido de un dibujito animado. El viaje hasta la Universidad era largo y estábamos tan cansadas que nos dormimos.
Nos alojamos en el departamento D207 y poco después comenzó el torneo. Jugué singles y dobles todos los días. Llovía, paraba, volvía a llover, y yo estaba cada vez más ansiosa.

Aliento vía Internet

Por cábala no llamaba a la Argentina, y sólo me comunicaba con mi familia vía Internet. Me levantaba 8.45 -porque el desayuno cerraba a las 9- y después salía para el club, donde entraba en calor y me preparaba para los partidos.
Los días se sucedieron y conseguí avanzar hasta la final del 8 de julio. Empecé perdiendo, el partido se suspendió por lluvia y nos llevaron a una piecita con televisor, heladera y un montón de comida y bebida. Estaba muy nerviosa, pero por suerte pude revertir el resultado y en dos sets gané el partido.
Cuando terminó el dobles de caballeros, todos los finalistas salimos al balcón de la cancha central. Ahí estaba el duque de Kent -que yo no tenía idea quién era y después me enteré que es el primo de la reina y presidente honorario de Wimbledon-, y él mismo nos entregó la copa.
Claro, después de tanto protocolo, cuando volvimos a la Universidad queríamos festejar, pero como llegamos pasadas las 22, la cena había cerrado y apenas conseguimos encargar una pizza y una gaseosa por teléfono.
La noche siguiente fue la fiesta oficial en el hotel Savoy. Elegimos vestidos -como es un festejo tradicional el club ofrece el vestuario a los invitados-, nos cambiamos en 5 minutos y salimos.
Como siempre, llovía, y andábamos con los vestidos y los tacos corriendo de acá para allá. Por suerte, el hotel era hermosísimo y la comida riquísima. Había figuras como Pete Sampras y muchísimos jugadores que ganaron el torneo años atrás. Yo no los conocía a todos, porque Wimbledon se juega desde 1877, y había algunos de hasta sesenta y ochenta años. El club no distingue entre campeón profesional o campeón junior. Para él todos son campeones de Wimbledon, y lo seguirán siendo toda la vida.
Al llegar a Ezeiza, después de participar en torneos profesionales en Italia y Alemania, me sorprendió que algunas personas me reconocieran. Me esperaba un grupo de periodistas y la gente se acercaba, me abrazaba y me pedía autógrafos. En fin, ahora es tiempo de disfrutar de todo esto y seguir trabajando sin dormirme en los laureles.
La autora es tenista. Recientemente se convirtió en la primera jugadora argentina en conquistar el título de singles en la última edición de Wimbledon (junior).

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