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 • HISTORICO

El arte de negociar el verano con hijos adolescentes

Deseos, arrebatos y humores juveniles se transforman en técnicas sutiles, o no tanto, para convencer a los padres entre un destino y otro




La batalla por ganar la predilección adolescente se va alejando del clásico duelo entre Pinamar y Punta del Este. Mientras, ganan espacio en el planisferio juvenil otros lugares como Ferrugem, Brasil; La Pedrera, Uruguay, y Montañita, Ecuador. Y aparece una vieja amiga, Mar del Plata, la de siempre, que resuena con el nuevo timbre de las voces cantarinas y ahuecadas de los chicos y chicas porteños.
Al menos eso es lo que se escucha en los corrillos caseros y en el zumbar de los mensajes telefónicos que teclean sin cesar y casi sin pensar. Es que ésta es la época donde al calor del rumor y de misteriosos antojos se cuecen los planes de vacaciones de una generación que va de los 15 a 18 años o más; es decir, esa franja que todavía no puede poner por su cuenta en su billetera ni las monedas para viajar en colectivo, pero que no puede contener las ansias de ejercer su incipiente independencia.
¿Dónde estará la movida este verano?, interrogan sin usar ninguno de esos vocablos, claro, que delatan la diferencia generacional con quien escribe. Pero si bien no sé con qué palabras se lo preguntan, sí como llega la respuesta: todos (sí, todos : no mis amigos ni fulano y mengano ni tal grupo ; siempre son todos , sin ni siquiera maquillar el engaño) van a? y se completa con un destino.
Convengamos: cada balneario de la costa atlántica, Uruguay y sur de Brasil tiene dentro de este grupo su público de recurrentes feligreses, incorruptibles a los vaivenes de la moda veraniega. Por otro lado están también los jovenzuelos a los que la idea del frenesí de trasnochadas, playa tardía y la manada constante los pone de proa exactamente en sentido opuesto. Sin mencionar a quienes veranean sin chistar donde sus padres definan a su gusto y presupuesto. Y los tantos que no veranean.
Ultimos gritos de la moda
Pero como que las hay las hay, están esas familias que tienen dinero, tiempo y ánimo para seguir los arrebatadores vientos de los humores juveniles acerca de dónde ir de vacaciones. No importa que estas mecas indiscutibles en realidad se instalen con la misma facilidad con que llega y se va la moda del taco plataforma o la trencita tipo Bo Derek, comparación poco feliz a la que siempre le sigue un ¿quién es ésa? para ensanchar aún más la grieta generacional y de criterio.
Accedan finalmente o no a los pedidos, muchas familias deben estar en este momento sometiéndose al embate del tropel de sugerencias, ingeniosas persuasiones, súplicas, escandaletes y malos humores soberanos. Sobrevendrán extraños momentos de paz, hasta se creerá haber conseguido el objetivo de una maduración instantánea de la criatura luego de una charla que merecería quedar pulida en mármol. Sólo para descubrir poco después que cambió el destino solicitado. Estaba recalculando como un GPS.
Para colmo, los argumentos irán virando según su efectividad, apelando ya sea a cuestiones existenciales, al reproche o a la culpa, que vendría a ser el ancho de espadas en este juego amoroso, pero indolente entre padres e hijos.
La experiencia de años anteriores tiene un valor relativo, ya que el menú de la elección se resetea año a año, aunque arroje el mismo resultado. Y, además, lo que antes incluía sólo una opción, ahora se ha fraccionado en alternativas divididas en enero y febrero, en quincena, en semana, en fin de semana.
Lo cierto es que toda esta parafernalia puede no durar más que la charla en una cena, pero hay que estar mentalmente preparado para toda la campaña hasta el fin de las clases o Navidad si no se quiere claudicar por cansancio.
¿El tema de las vacaciones juveniles empieza a sonar funesto? No lo es, es fascinante. Es una privilegiada demostración de cómo nuestros hijos van digiriendo por su cuenta el impulso de liberación y desahogo que conllevan las vacaciones, ese empujón que nosotros mismos les dimos cuando, aprovechando un rato libre, los sentamos en una hamaca y les enseñamos a volar.

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