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 • HISTORICO

El templo más antiguo, al descubierto

Göbekli Tepe, cerca de la frontera con Siria, tiene 12.000 años y está en la montaña más alta de la zona




Sudeste de Turquía, bordeando la frontera con Siria. La vista de Mardin desde la carretera que desciende hacia el este es la de una ciudad bajando en cascada por la montaña; una ciudad que se prolonga hasta casi toparse con el piedemonte, ése que luego se funde en una planicia dorada y verde y desaparece en Siria.
Parece un telón pintado o una maqueta de casas, edificios y minaretes, pero no una ciudad real. Los patios aterrazados de las casas de un nivel son los techos de las del nivel siguiente, y ese amarillo dorado del sol de la mañana sobre los frentes mimetiza las construcciones de piedra con la piedra misma de la montaña y las integra suavemente al entorno.
Son líneas y líneas de casas de una arquitectura en estilo árabe, una sobre la otra, coronadas en la cima del promontorio por las murallas de lo que alguna vez fue una ciudadela.
Un día resultó insuficiente para desentrañar Mardin, esa ciudad kurda más próxima en cultura, arquitectura y costumbres a Irán, Irak y Siria que a Estambul, situada a más de 1000 kilómetros al oeste. En este reducto medieval hay que parar el reloj y dejarse llevar. Deambular con un único norte, que es ir hacia arriba o hacia abajo, y permitirse el arrojo del extravío.
Pero el camino reclama, y hay que seguir. Con el sol del mediodía pegando como si fuera pleno verano, iniciamos un recorrido de 170 kilómetros hacia el oeste, rumbo a la antigua ciudad de Urfa (hoy Sanliurfa). Pero nuestra guía insiste en una parada fuera de programa: Göbekli Tepe.

Recuerdo de la Mesopotamia

Imposible negarse ante la pasión y emoción con la que Derya habla de este santuario neolítico erigido hace 12.000 años y que se comenzó a desenterrar en 1995. "Es el primer templo del mundo", dice. No solamente es el más antiguo de la Mesopotamia –la cuna de la Humanidad– sino del mundo entero encontrado hasta el momento.
La curiosidad se instala y la conversación se anima con el matrimonio canadiense que comparte el recorrido. Nuestros conocimientos sobre santuarios primitivos llegaban hasta Stonehenge, en Gran Bretaña, con apenas 6000 años de antigüedad, y Göbekli Tepe lo dobla.
Pronto la conversación se interrumpe y la realidad nos trae al presente. Estamos transitando por la ruta E90, en algunos tramos a tan sólo 20 kilómetros de la frontera con Siria, ahí donde el Ejército Islámico se está haciendo fuerte y decapita rehenes. Así que a poco de andar personal de civil con armas largas nos hace señas y el chofer se detiene.
Son fuerzas de seguridad turcas, están controlando combis y la nuestra no es la excepción. El chofer entrega los papeles del vehículo y luego de unos momentos de incómodo silencio, nuestras cara de extranjeros y sobre todo nuestras canas, obran de pasaporte para seguir camino. Son más inquisitivos con los jóvenes veinteañeros, principalmente europeos, que llegan hasta aquí para cruzar la frontera y sumarse a las filas del EI, seducidos por su retórica anti-imperialista.
Estamos viajando también por la región que recibió en pocos años a los casi dos millones de sirios que escaparon de la guerra civil en su país y simplemente cruzaron la frontera y se instalaron como pudieron, desbordando cualquier política de contención que pudo instrumentarse. Acá se quedaron los que no soportaron demasiado desarraigo, sobreviviendo desde ese momento como pueden.
Así que entre tanto refugiado y con el EI a pocos kilómetros del otro lado de la frontera, el gobierno turco no corre riesgos y los controles se dejan ver.

Un misterio

Hay unos 160 kilómetros hasta Göbekli Tepe y, sumándole la detención inesperada, decidimos que era mejor pasar por alto el almuerzo. En la combi intercambiamos las preciadas frutas secas y dulces turcos que habíamos comprado la noche anterior en Mardin y nos disponemos a disfrutar de una jornada de poca caminata y mucho turismo de ventanilla.
Derrik y Dale vienen haciendo una gran media luna por el este de Turquía, la zona menos visitada por el turismo internacional y tan fascinante como el resto del país. Iniciaron su recorrido al norte, en Trebizonda, sobre el mar Negro, y lo terminarán 22 días más tarde en Estambul. Mi porción del tour es más reducida, y quedará para otro viaje Diyarbakir, la ciudad sobre el Tigris que aún conserva murallas romanas de más de cinco kilómetros y medio de largo con 82 torres de vigilancia.
Derya, nuestra guía, también quiere que veamos de cerca los cultivos de algodón, así que una nueva parada nos deposita en un campo cubierto de capullos blancos, eje de la industria textil de Turquía.
La parada es breve. Seguimos hacia el oeste y a media tarde, con un sol todavía fuerte bañando los campos, llegamos a Göbekli Tepe.
El paisaje es apacible, ondulado, y el santuario está enterrado en la cima de una colina solitaria, la más alta de la zona.
Nada obstaculiza la mirada desde allí arriba en 360 grados a la redonda. Y eso fue lo primero que advirtió el arqueólogo alemán Klaus Schmidt cuando llegó al lugar.
Su segunda observación fue que la cima era inusualmente puntiaguda: no mostraba el desgaste que el viento provoca en el perfil de las montañas a lo largo de los milenios. Supuso, entonces, la mano del hombre apilando rocas y tierra. Sólo faltaba saber para qué.
Caminante y estudioso de la zona, Schmidt llegó a Göbekli Tepe en 1994, después de trabajar en otras excavaciones no lejos de allí. La historia precedente decía que 30 años atrás, en la década de 1960, arqueólogos de la Universidad de Estambul y de Chicago habían descartado el área como carente de interés para la ciencia. Schmidt no lo consideró así.
Tozudo y entusiasta, al año siguiente volvió con seis colegas y comenzaron a excavar. La recompensa estuvo enseguida al alcance de la mano. Encontraron piedras de decenas de toneladas de peso y 6 metros de altura, en forma de T. Estaban calzadas en bases también de piedra y enterradas en círculos concéntricos, sin techumbre, y separadas por pircas.
Sólo podía ser un templo, un emplazamiento con fines rituales o religiosos que estaba allí desde milenios atrás. Lo dataron y los 12.000 años de antigüedad que comprobaron lo convirtieron en el templo más antiguo del mundo.
Esto hubiera sido, por sí solo, suficiente para que Schmidt se ganara un sitial en la historia de la arqueología mundial junto con Heinrich Schliemann, el descubridor de Troya. Pero había más. (Y no era un solo templo enterrado sino más de 20, según se supo a través de mediciones geomagnéticas).
Ese santuario no había nacido como extensión de un asentamiento humano o de un cementerio; había sido erigido ex profeso como un lugar de culto, aislado, en la parte más alta de la colina más alta. Esto, para un emplazamiento erigido 12.000 años atrás marcaba un hito mayor aún que el anterior: revolucionaba la teoría sobre la evolución de las civilizaciones.
Esa teoría sostenía que los pueblos primero se hicieron agrícolas, entonces se asentaron, se organizaron socialmente y recién más tarde construyeron templos y le dieron marco a su religiosidad.
Göbekli Tepe desafiaba esa teoría y exigía su replanteo. Aquí había sido al revés, y la prueba era que la agricultura había llegado a la zona 500 años después de erigido el santuario.

Cientos de días

La envergadura de Göbekli Tepe, levantado en épocas en que el hombre no dominaba los metales, implica que se requirió del trabajo organizado de cientos de hombres durante cientos de días. Y desechaba de plano la posibilidad de que cazadores y recolectores faltos de organización hubieran sido los constructores.
Para Schmidt y quienes lo acompañaron en la aventura de desenterrar el santuario hubo un despertar religioso y creativo del hombre de la zona que lo llevó a buscar los enormes bloques de piedra, arrastrarlos, tallarlos y ponerlos en posición vertical. Al carecer de herramientas de metal el esfuerzo fue mayor, y el resultado habla de una coordinación, una organización y una jerarquía social que sorprende por haber precedido a la agricultura en varios siglos.
Esto probaría que en los grupos neolíticos de la alta Mesopotamia primero se dieron los cambios socioculturales que sentaron las bases de la organización social, y luego nació la agricultura.
Por estas dos razones, el santuario de Göbekli Tepe abrió un nuevo capítulo en la historia de las civilizaciones y de la arqueología mundial y es esto lo que conmueve a nuestra guía: que en el corazón de la antigua Mesopotamia –que ya era la cuna de la Humanidad antes de este descubrimiento– aquel hombre de la Edad de Piedra, sin conocer las herramientas de metal, haya levantado y tallado esas losas valiéndose de lo poco que tenía a su alcance: otras piedras más duras que las que puso en pie.
Hoy Göbekli Tepe, semi desenterrada en esa colina solitaria, nos deja ver de a poco sus tesoros y nos quiere contar, a través de ellos, una historia que todavía no entendemos en profundidad.
Nos muestra figuras de animales y antropomorfas que aquellos hombres de una etapa tan temprana de la civilización se las ingeniaron para tallar al pie de las enormes T. Son buitres y leones, escorpiones y zorros que nos hablan de la decisión de aquel antepasado primitivo de adorar a un ser superior y de hacer algo que trascendiera su limitada existencia, que perdurara más allá de los años de su corta vida.
Derya se emociona. Dice que no puede dejar de hacer un desvío cuando pasa por la zona porque esos varios milenios de civilización acumulados en los semicírculos de piedra la conmueven.
Nos retiramos silenciosos tratando de asimilar el verdadero y profundo significado de Göbekli Tepe y tratando de anticipar qué más le legarán a la civilización occidental aquellos hombres del neolítico de la Mesopotamia turca.

Las casas tipo colmenas

Retomamos la carretera y desviamos hacia el Sur. Estamos cansados tras un largo día de altas temperaturas pero preferimos visitar Harran y llegar a Urfa sólo para dormir.
Este pueblo minúsculo, a unos 40 kilómetros al sur de Urfa y mucho más cerca de la frontera con Siria, es famoso en el mundo entero por sus viviendas cónicas (llamadas casas tipo colmena, en inglés). Habitan Harran árabes de origen sirio que se asentaron aquí en fecha incierta, tan lejana que la política corrió la frontera en algún momento y ellos quedaron del lado turco.
La única atracción turística de Harran son las mencionadas construcciones de barro con forma de colmena y los coloridos pañuelos y vestimenta de su pobladores que obran como verdadera identidad étnica. De su rica historia, nada a la vista.
Las casas, como toda construcción de adobe, son térmicas para dar refugio cálido en invierno y fresco en verano, y dicen que el diseño se remonta a 1000 años antes de la era cristiana. Hoy, como era de esperarse, conviven con otras construcciones comunes de ladrillo y cemento.
Una única familia concentra el esquelético negocio turístico de los pocos micros que llegan al lugar. En un patio de tierra, frente a seis de esas pequeñas casas cónicas intercomunicadas armaron un barcito y ahí atienden a los turistas, principalmente estadounidenses y europeos, que llegan en busca de la foto exótica.
Ruedas, instrumentos de labranza, piedras para moler grano, todo se encuentra diseminado por el patio y en cuidadoso despliegue para ser captado por la lente de los extranjeros.
Adentro de la casa, cántaros y tejidos junto a coloridos adornos triangulares hechos con tiras de semillas cuelgan de las paredes a la espera del turista que los compre.
No falta tampoco la mesa redonda y baja, de metal, con la jarra de asa delgada y pico estilizado.
Todo es multicolor y objetos de apariencia antigua conviven con otros que no la tienen: bandejitas de metal, el pie de un narguile, un casco, un calentador de querosén, lámparas, una espumadera oxidada y alguna bijouterie barata con su cartoncito original. También pañuelos bordados de buen tamaño como los que se ven en Asia Central y que sin duda tampoco son originales de esta zona.
La familia que regentea el barcito se distribuye por el patio mientras circula el té áspero o algún Nescafé.
Pasan los minutos, se agota el té y todo a lo que se puede sacar fotos y lentamente los turistas vuelven a los micros. También nosotros a nuestra combi.

Datos útiles

Cómo llegar
Desde Estambul hay vuelos diarios a Urfa y Mardin. Desde Urfa se puede ir en excursión a Harran (40 kilómetros al sur) y a Göbekli Tepe (15 al este).
Época del año
Tratar de evitar julio y agosto, que son meses muy cálidos.
Otros paseos desde Urfa.
La antigua ciudad de Gaziantep y los colosos del monte Nemrut. Desde Mardin: Diyarbakir. En ambos casos, el Tigris y el Éufrates corren cerca y vale la pena hacerse unos kilómetros para ver los míticos ríos que conformaron la antigua Mesopotamia.

El campo de batalla de cruzados y moros

En esta región del planeta, hechos históricos separados por miles de años se apilan literalmente en los mismos metros cuadrados... Antes de llegar a Harran atravesamos una planicie en la que mil años atrás batallaron los ejércitos europeos de la primera cruzada contra el infiel musulmán. En la cercana Urfa se había establecido el primero de los reinos francos de Oriente, el condado de Edesa. Y en el 1104, en esta planicie, los cristianos se batieron contra los moros en una osadía que pagaron cara.
De ese pasado poco y nada queda a la vista. Tampoco se recuerdan las pinceladas de Harran que aparecen en el Cantar del Mío Cid y en los relatos de las Mil y una Noches.
Ni que en esta misma planicie, dos mil años atrás, en el año 53, los ejércitos romanos de Creso dejaron 30.000 hombres entre muertos y prisioneros, en el mismo campo de batalla donde luego cayeron los cruzados. Pocos son los guías que rescatan esta parte de la historia en medio de tanto y tan rico pasado islámico.

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