Philipsburg, en St. Maarten, expone aspectos del pasado en su arquitectura, en un extraño licor como el guavaberry, el comercio y el dominó
PHILIPSBURG.- De pronto se nubló. El sol se perdió entre las nubes y un chaparrón sorprendió a los que recorrían Front Street, la calle principal de Philipsburg, la capital del sector holandés, situada en la Great Bay. Todos corrieron en busca de algún lugar para repararse, pero en el muelle un hombre moreno de canas siguió leyendo el diario. Esperaba. Era evidente. Su bolso de mercancías tenía que ser vaciado. Las gotas de agua se filtraban por las endijas del techo de madera y algunas se expandían en las hojas del periódico.
Esperaba a alguien, la ansiedad con que miraba para un lado y para otro era cada vez más evidente. Ya casi no podía concentrarse en las hojas, el papel había absorbido demasiada agua y era prácticamente imposible la lectura. Lo tiró en un tacho cercano. En pocos minutos la lluvia amainó y mágicamente el sol volvió a brillar.
La gente regresó a Front Street, pero él siguió inmóvil. No era su día de suerte. Tal vez esperaba por alguno de los cruceros que día tras día llegan al puerto con pasajeros que invaden la ciudad. Su bolso iba a pesar como antes de la lluvia. No tuvo ventas.
Caminar por el muelle es como ir por el agua en una balsa inestable. Cruje, hace ruido. A medida que se alcanza el extremo final el bullicio de la ciudad se diluye y el mar se convierte en el único protagonista. El agua, en cada leve ir y venir, acaricia las rocas de la playa. No golpea, ni salpica, es un remanso azul custodiado por las montañas.
Guiados por la intuición todos los que llegan al puerto se dirigen a explotar al máximo el espíritu consumista, que aquí, sin duda, se potencia. Van de un lado al otro, sin perder la guía obligada de la calle principal.
Front Street es el alma de la ciudad. En toda su extensión las construcciones antiguas en madera se mezclan con negocios que venden artículos electrónicos, bebidas y joyas sin impuestos. Esta planificación data de los comerciantes holandeses de los siglos XVII y XVIII, que llevaban a la isla los mejores artículos adquiridos de sus conquistas de tierras remotas. Esta tradición de disponer de bienes de todos los rincones de la tierra aún existe en St. Maarten. Casas viejas, hoteles, la iglesia y vidrieras rebalsantes. Las paredes no pasan inadvertidas. Están pintadas de violeta, rojo, verde o amarillo.
Aunque las casas tienen diferentes formas y tamaños variados, la mayoría está adornada con una guarda de madera tallada, que recorre ventanas y techos. Más que un estilo de decoración parece una puntilla de broderie bordada con paciencia y dedicación para adornar la cuna del recién nacido.
Entre los lugares más destacados para visitar está la Fortaleza Fort Amsterdam. Erigida en el puerto en 1631, fue el primer puesto de la armada holandesa en todo el Caribe. Los españoles la capturaron dos años más tarde y la convirtieron en su bastión más importante al este de Puerto Rico. Aunque sólo quedan unas paredes de la fortaleza se puede visitar para contemplar la isla desde lo alto.
La Fortaleza Willem, identificada por su torre de transmisión de televisión, domina la ciudad. La empezaron a construir los ingleses en 1801 y los holandeses se apoderaron de ella en 1816. Se recomienda ir caminando.
También se puede conocer el museo que narra la historia y cultura de la isla y de sus habitantes.
En uno de los extremos de Front Street está el negocio de Guavaberry, que ofrece degustar una copita de este licor tradicional. La bebida legendaria de color rojo era preparada en las casas de familia durante muchos siglos. Se hacía con ron y con berries, una fruta que se encuentra en lo alto de las colinas en el centro de la isla. Lo sirven en todos los restaurantes y vale la pena probarlo.
Los negocios cierran temprano, pero no por eso termina la actividad.
Los que salen del trabajo, antes de volver a casa dan una vuelta por aquí o se internan en un viejo bar a jugar al dominó, uno de los juegos preferidos por los hombres que nacieron en Bonaire o Curaçao.
Restaurantes
La propuesta gastronómica de la isla no se olvidó de ningún rincón del mundo. Los más de 300 restaurantes ofrecen comida francesa, holandesa, caribeña, italiana, china, indonesa y criolla.
Para saborear comida italiana se puede elegir Sambuca (Airport Rd). Tiene mesas en la galería, a metros del mar. Los platos recomendados son pizza y pastas. Cuenta con una gran playa de estacionamiento. La comida ronda los 15 dólares.
Da Livio (Front Street) es otra opción, especializado en cocina del norte de Italia. Adornado con fotos de italianos famosos y con música de Pavarotti de fondo. Lo mejor: licor digestivo de la casa para el postre. Precio aproximado, 20 dólares.
Uno de los mejores lugares para saborear comida china y japonesa es Old Captain (Front Street 105). Conserva las tradiciones orientales hasta en los últimos detalles: al concluir, una agraciada japonesa se acerca con una toalla hirviendo y la ofrece para limpiarse las manos. Hay mesas ubicadas en el balcón, con vista al mar. Aproximadamente, una comida cuesta 20 dólares.
Boathouse (Simpson Bay St.) Está construido simulando un barco, con pisos de madera, salvavidas, timones en las paredes y mantelitos individuales con forma de pez en las mesas. La especialidad es la comida del mar y la carne. Se recomienda la ensalada con frutos de mar, por 18 dólares.
Lynett´s (Simpson Bay Boulevard). Ubicado en el primer piso de un edificio antiguo, es uno de los restaurantes más distinguidos. Un día a la semana ofrece show en vivo. Se destaca la comida del mar. Precio aproximado, 25 dólares.
Datos útiles
Aéreo
- Se puede llegar por Aerolíneas Argentinas vía Caracas. El pasaje cuesta 1052 dólares hasta el 28 de febrero.
Transporte
La mejor manera de moverse es alquilando un auto y hay varias empresas en el aeropuerto y en los hoteles.
Un auto estándar, sin aire acondicionado, cuesta 30 dólares por día; con aire hay que sumarle 5 más.
El transporte público prácticamente no existe. Hay ómnibus que unen las capitales por la mañana por 1 dólar.
Los taxis están a disposición en el aeropuerto y en los principales hoteles. No tienen contador, pero hay tarifas oficiales. Después de las 22, las tarifas suben un 25% y a la medianoche, 50 %.
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