La ruta que une Viña del Mar con La Serena alterna grandes roqueríos con puestos de venta, lugares de comida al paso, lujosos resorts y montañas plenas de vegetación; tampoco falta el recuerdo del pirata Cavendish, en Quinteros
VIÑA DEL MAR.- El camino costero desde Viña del Mar no se aparta del océano hasta Concón, pequeña población con playas volcánicas, ribera influida por la cercana desembocadura del caudaloso río Aconcagua.
El recorrido carretero hasta ese sector resulta de una gran belleza. En las serranías que caen hacia el mar, laderas en las que se asentaron grandes edificios, resplandecen los resorts turísticos que lucen balcones y jardines desbordantes de flores multicolores. Arranca como avenida Borgoño en Playa Salinas (pequeña y privada, con estacionamiento e ingreso tarifado a la arena), la primera que aparece después de Viña del Mar en camino a Reñaca.
Es el sector de las grandes peñas, en algunos casos con sus tonalidades grises matizadas por el guano de los cormoranes. También es zona de intermitente asentamiento de puestos de venta de ollas de cobre o de pacientes vendedores de algas secas, que las exhiben en prolijos paquetes de cochayuyo disecado, por ejemplo, a apenas un dólar y algo más cada atado.
Una vez que se deja la gastronómica Cochoa, la costa carece de playas, pero gana en belleza aprovechada por el restaurante Stella Maris, sacudido por las olas y privilegiado con una gran vista de Reñaca, pero también de Viña y Valparaíso. Panorama avistado un poco más al Norte desde la llamada Piedra Oceánica, punta divisoria designada como santuario de la Naturaleza, desde donde el camino marcha hasta Punta Concón y la pequeña urbanización Costa Brava.
Allí la ruta se dirige hacia el naciente y surte a la ensenada del club de Yates de Higuerillas, el suburbio de la ciudad de Concón que se abandona para alcanzar su no muy atractiva playa de uso popular y un apretujado sector de comedores modestos que ofrecen empanadas fritas de mariscos.
Allí se está en La Boca, no muy lejos de la rotonda desde la cual los automovilistas optan por el destino de su viaje: hacia el Oeste marcharán por la carretera 60 que viene del limítrofe Cristo Redentor y también combina por la ruta 5 para bajar a Santiago, o bien a la izquierda, si se sigue el camino costero. Ahora se aleja de mar, si se pretende ver los paraísos de Zapallar y Papudo, y todavía andar hasta La Serena o eternizarse para alcanzar Antofagasta.
En todos los casos, hay ómnibus de línea que sirven a las localidades costeras desde Viña del Mar, además de los que por la ruta Panamericana 5 dan servicio a los balnearios de Papudo al Norte, tanto desde Santiago como desde Viña.
El adiós de lord Cochrane
Desde Concón, por el camino norte se recorren 16 kilómetros hasta el desvío que lleva a Quinteros, una península-pueblo que vale la pena conocer o pasar el día. Sus costas son muy rocosas y de pequeñas playas. Al Norte nace una bahía con marina y club de yates.
La bahía es hoy importante porque en su centro opera el puerto de ultramar que atiende una explotación minera. Uno de sus buques, que quedó al garete, encalló en la playa norte del pequeño poblado Ventanas y se le estampó definitivamente al paisaje. Toda esa extensión significó un gran reparo de los navegantes desde que fue descubierto por un lugarteniente -Quinteros- de Diego de Almagro en el siglo XVI. El visitante más célebre, sin embargo, fue el pirata Cavendish.
Poco más de dos siglos después fue el lugar elegido en compra por lord Cochrane para escribir e imprimir allí mismo su Adiós a Chile. Lo sorprendió allí el terremoto de 1822 cuando lo visitaba la esbelta viuda María Graham, como ella misma lo relata en su libro Diario de mi residencia en Chile, donde también se lee su nada simpática descripción de San Martín, en regreso decepcionante desde el Perú.
No quedan huellas urbanas de todo ese pasado, porque la casa del lord fue destruida y sólo perdura una cueva que llaman del pirata, pero sin testimonio de que fuera el cobertizo de Cavendish.
Al salir de Quinteros, el camino hacia el Norte pasa por un sector actualmente en reparaciones justo frente a la chimenea -reputada como la más alta de América del Sur- a las campanas de vapor de la refinería de cobre del Enami, ente chileno.
Una vista brumosa de toda la refinería, completada por inmensos cargueros que aguardan en el horizonte el turno de hacer puerto, se puede hacer desde el extremo norte de la bahía, en Ventanas, el pequeño pueblo con playa de utilización casi exclusivamente local, pero muy atractiva para la obtención de fotografías, con el gran buque que varó en su playa.
Actualmente, el camino de conexión entre Ventanas y la ruta costera es un sólido asfalto que continúa a Horcón, otra villa balnearia popular, con lugares para acampar en una forestada extensión contigua a su playa.
Ha sido el lugar elegido desde hace años por la juventud más bohemia que heredó las tradiciones del flower power, que se mantienen asentadas entre la población de pescadores. Es imperdible para quienes gustan de las artesanías, y conociéndolo, el lugar debe considerarse uno del circuito sudamericano -media docena de localizaciones- que recorren los miembros de la informal comunidad fraterna.
Sostenidos parapentes
Aguas Claras es zona perteneciente a Maintencillo, donde el pavimento se divide para hacer un descenso desde la altura del escalón marítimo, recorrer las playas y subir hasta la reconexión luego de 12 kilómetros bucólicos por un camino que luego reconecta con la ruta Panamericana 5 o lleva a Catapilco.
Es una comarca especial no muy forestada, pero elegida por el Marbella Resort, asentado en la altura donde desarrolló un inmenso sector urbano, dos canchas de golf -una de 18 hoyos y otra de 9- y una de polo, tres piscinas y tres restaurantes. Todo no lejos de un acantilado privilegiado por los vientos: los aficionados al parapente se reúnen allí por decenas y, apenas se lanzan, el viento los mantiene suspendidos y estáticos por horas.
La avenida del Mar, de Maintencillo, tiene flores y playa en un flanco, y casas y bungalows de alquileres económicos del otro, su mano escarpada. Salvo una zona de rocas con oportunos pozones utilizados a manera de tibias piscinas, el resto es playa, con pocos restaurantes -La Pajarera es el más perdurable, exótico y que funcionó también como lugar bailable- y se alistan apenas cuatro modestos hoteles.
No falta la respectiva caleta de pescadores y una feria de puestos fijos donde todos los mariscos y pescados fuerzan a los veraneantes a su dieta predilecta.
El camino continúa hacia las montañas boscosas de Zapallar y Papudo, no sin antes pasar por otro acantilado de parapentistas, con el panorama de costa aplanada -allá abajo- de Cachagua (lugar de pastos, en idioma aborigen), una villa singular, sin hoteles y con el único reputado restaurante El Coirón (no hay camino: se accede por una escalinata) junto a la playa Las Cujas y donde se come a la vista de la isla de los Pingüinos (aunque se avisten sólo cormoranes).
Allí, junto al roquerío, se junta el mundillo del buceo deportivo. También hay un club hípico, con entablonado para rodeos, y canchas de salto y de polo.
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