Little Italy atesora sus tradiciones con la misma pasión de los primeros inmigrantes, por medio de las canciones y la cocina
NUEVA YORK.- Una pareja se despide besándose apasionadamente frente a Angelo´s, uno de los restaurantes con más historia del barrio italiano. Ella no tiene los encantos de Sofía Loren, ni él los de Marcelo Mastroianni. No son jóvenes. Ella luce la figura desgarbada de las modelos actuales y sandalias con plataforma. El no le da un instante de respiro; sabe que la calle Mulberry no se sonroja, aunque los distantes norteamericanos sí.
Little Italy (la Pequeña Italia) delimita mucho más que un sector de selecta gastronomía napolitana, siciliana o nórdica; conserva, como en un cofre, costumbres fuertemente arraigadas: se saludan con dos besos -en Manhattan, uno es demasiado-; hablan en voz alta aun a corta distancia, gesticulando exageradamente con las manos porque las palabras no les alcanzan, se ríen para afuera y murmuran un sinfin de malas palabras que riman en un dialecto cerrado.
Amores y nostalgias
La Pequeña Italia no es tan pequeña como lo es para la demostración de afectos, dolores y rencores. Los lamentos de las canzonetas napolitanas se escuchan desde un bar, narran historias de amores no correspondidos, desengaños o las añoradas épocas junto a la mamma . Arapete fenesta, famm´ afaccia a María, ca stongo mmiez´ Ôa vía speruto p´ Ôa vedé... Oj Mari, oj Mari, quanto suonno ca perdo p´te! Famm´ addurmi abbracciato nu poco cu te!...(*) Lejos están de la tierra natal, y de aquellos viejos ventanales en los que las mujeres se asomaban a escondidas para sorprender a sus pretendientes.
La melodía los remonta a las eternas esperas en la calle en busca de una tímida sonrisa, a los desvelos irremediables y súplicas por un encuentro secreto.
En ese mismo bar, olvidado por el tiempo, las mujeres apenas tienen cabida y las reuniones se dilatan entre partidas de naipes con café y zambuca .
Frente a Angelo´s, una tiendita de recuerdos vende, además de los tradicionales llaveros, encendedores y postales, fotos y pósters de los actores que sellaron el estilo italiano en el cine norteamericano.
Algunas muestran a un joven Al Pacino en secuencias de El Padrino o Cara Cortada ; a Robert de Niro empuñando un arma en Taxi Driver , pero también figuran John Travolta y Sylvester Stallone. Cualquier apellido de origen italiano que haya cosechado fama, merece un lugar en el recinto.
Come fatti in casa
Los banderines adornan las calles, entramando una vereda con otra, como si un festival se hubiese instalado para siempre.
Una caminata por las veredas, resguardadas bajo toldos rayados en rojo y blanco, depara tentaciones irresistibles.
Cerca del mediodía, el aroma a pimientos friéndose y de la salsa de tomate con aceite de oliva hirviendo a fuego lento, flota en el aire y abre el apetito.
Los restaurantes proponen una comida como hecha en casa, fresca, pero es ese olor envolvente el que induce a pensar que quien cocina no es un chef de bigotes, sino una nona regordeta y protectora.
Trenzas de muzzarella provocan, a simple vista, en una fiambrería, junto a quesos y embutidos; las pasticerías (panaderías) endulzan la idea de comprar sfogliatella y cannolis sicilianos para empolvarse los labios con azúcar impalpable. Entre la tentación y un mordisco, son segundos los que median.
Los camareros invitan, sonrientes y con vozarrones, a entrar en los restaurantes, ataviados con delantales blancos y almidonados, junto al atril que exhibe la carta. Pero al mediodía, los visitantes prefieren ubicarse en mesitas dispuestas sobre la veredas, algunas con sombrillas, y comer una picada generosa.
Esta vez, de acuerdo con las costumbres norteamericanas, los restaurantes comienzan a llenarse a partir de las 18 y es conveniente reservar mesa para evitar quedarse afuera.
Hay locales para todos los gustos: informales, románticos, elegantes, y sus respectivos menús incluyen pescados, frutos de mar, pizza, parrillada y las pastas más famosas de Manhattan.
Imitaciones con sello italiano
Sin embargo, no todo lo auténtico italiano tiene lugar en la Pequeña Italia. En Mulberry Street también hay perfectas copias de artículos de sus afamados diseñadores.
En los puestos callejeros, los relojes de Armani, Fendi o Gucci cuestan 8 dólares; una remera ceñida de Dolce & Gabbana, 10.
Los turistas revuelven la mercadería y se toman su tiempo para elegir como si se tratara de artículos auténticos.
Por más imitaciones, de unos cuantos dólares más, un negocio de carteras ofrece modernos diseños que más de una donna se lleva de recuerdo.
En pocas cuadras, la Pequeña Italia resume un legado cultural heterogéneo, atravesado por los dialectos de los primeros inmigrantes y modismos norteamericanos, del cual se sienten orgullosos e invitan a compartir a través de su música, gastronomía y temperamento.
- Se trata del fragmento de una canción napolitana llamada Oj Mari Oj Mari y cuya traducción en castellano es la siguiente: Abran la ventana, déjenme ver a María que estoy en medio de la calle esperando poder verla... Ay Mari, Ay Mari cuánto sueño que pierdo por ti, hazme dormir abrazado un poco contigo.