Estuve en... Cabo Verde Por Daniel Molini
El archipiélago de Cabo Verde, república independiente desde 1975, tiene la mitad de su población repartida por el mundo. Quienes no se marcharon, prendados de una tierra segmentada y sus tradiciones, miran con respeto a los que cantan, gozan y sufren por la patria desde la distancia.
Los emigrados, que siguen pensando en criollo, saben que constituyen uno de los principales recursos de la economía caboverdiana, gracias a las divisas que giran. De allí que las casas más significativas sean de retornados, que devuelven riqueza a las necesidades que les obligaron a partir.
Esa antigua costumbre de emigrar, que exigía un cumplimiento casi obligado, hoy aparece contenida por el turismo incipiente y todas las inversiones extranjeras. No cabe duda de que las islas, volcánicas y deslumbrantes, parecen haber aplicado todas sus energías en ser bonitas en vez de productivas.
Los suelos, calcinados por el trópico en un mar de arena y lava, hacen pensar más en oro y minerales que en los frutos de la tierra o la agricultura. Esta se limita al cultivo de café, plátanos y algo de maíz, práctica que se realiza siempre mirando al cielo, porque en los últimos años llueve muy poco.
Fueron portugueses quienes constituyeron, en 1444, el primer asentamiento europeo en el trópico. Luego se aplicaron a una misión casi imposible: poblar las islas. Nunca lo consiguieron, como tampoco brindar prosperidad a sus habitantes, obligados a ver de cerca el tráfico de esclavos, que utilizaba el archipiélago como punto de avituallamiento de las naves que partían de Africa.
Aunque Praia, en la isla de Santiago, es la capital política, la hegemonía cultural parece residir en Mindelo, en la isla de San Vicente, ciudad pequeña, asentada entre colinas y montañas bajas, que muestra una arquitectura digna y colorida.
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