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 • HISTORICO

Érase una vez en Sintra...

A sólo 30 km de Lisboa, la encantadora villa que se alza en un bosque poblado de castillos, palacios y mansiones está envuelta en historia y paisajes de postal




SINTRA.- Dicen que si Alicia decidiera abandonar el País de las Maravillas, un buen lugar para encontrarla sería Sintra. O no: es tal la profusión de palacios, palacetes, mansiones extravagantes y jardines románticos, que vaya uno a saber por dónde se escurriría esta vez.
En busca o no de Alicia, Sintra es una parada imprescindible en Portugal. A apenas 30 km de Lisboa (40 minutos de tren, media hora en auto), la antigua residencia de verano de la nobleza lusa vale más que la típica excursión de día desde la capital.
Al pie de una sierra, este pueblo de cuento, declarado Patrimonio de la Humanidad por Unesco en 1995, es un conjunto de casas tradicionales que serpentean entre escaleras, callecitas empinadas de adoquines, edificaciones que parecen salidas de la imaginación más disparatada, y un centrito que enamora a golpe de vista. Todo, en medio de un bosque envuelto por las brumas del Atlántico. Espeso, exuberante, de helechos gigantes y vegetación que irrumpe a través de las más mínimas rajaduras, es un bosque impensado por estar tan cerca de una capital europea.
Fue justamente este increíble microclima -además de su proximidad con Lisboa- que convirtió a Sintra en una especie de Versalles portugués, el refugio donde la corte huía del sofocamiento estival de la capital.
De todos modos, los primeros que levantaron sus construcciones aquí fueron -cómo no- los moros. En las murallas reconstruidas del Castelo dos Mouros, de hecho, están las mejores vistas de Sintra. Eso sí: hay que poner a prueba las pantorrillas para llegar a este antiguo fortín musulmán, en lo alto de un peñasco. También el Palacio Nacional de Sintra, con sus chimeneas cónicas y todo un símbolo del pueblo, fue originalmente árabe. Tras la reconquista cristiana en el siglo XII, fue ampliado y refaccionado en etapas sucesivas, aunque sus pisos y paredes conservan algunos de los azulejos de estilo mudejar más antiguos y mejor conservados de Portugal.
Así y todo, el Palacio Nacional no es el más visitado de Sintra. Tal distinción corresponde al excéntrico Palacio da Pena (Palacio de la Peña o Peñasco): bellísimo para algunos y decididamente feo y delirante para otros, no caben dudas de que el palacio es difícilmente olvidable, y los 14 euros de la entrada (la más cara de todos los monumentos) estarán bien invertidos.
Encaramado en las alturas de la sierra de Sintra (hay un trencito que sube hasta allí, pero la caminata por el bosque encantado vale el esfuerzo), el palacio llama la atención por el rosa y amarillo chillón de su exterior, pero eso es sólo el comienzo. La acumulación de estilos -neomanuelino, neogótico, neoárabe- también parecen una exageración, pero todo es así en este castillo levantado sobre las ruinas de un antiguo monasterio jerónimo. Por las torres góticas, los salones árabes o el mobiliario barroco desfilan turistas alemanes, indios de turbantes o mochileros armados de selfie sticks, sumando aún más variedad al ya de por sí ecléctico paisaje.
Da Pena no es el más espléndido de los palacios, ni el más antiguo (se construyó durante el XIX), ni tiene la arquitectura más armónica, pero desborda personalidad. Es uno de los pocos palacios portugueses que conservan prácticamente todo el mobiliario original, desde una cocina equipada con sus ollas y cacharros, hasta un baño con ducha e inodoro e incluso los dibujos y obras inacabadas de Carlos I, penúltimo rey de Portugal (fue asesinado en 1908 junto a su hijo Luis Felipe). Con tanto detalle cotidiano a la vista, da la sensación de estar espiando en la intimidad de -nada menos- la familia real.
Una visita inquietante
De todos los edificios de Sintra, el más inclasificable es la Quinta da Regaleira. Estrambótica, esotérica y levemente tenebrosa, es el resultado de un capricho de Antonio Augusto Carvalho Monteiro, un brasileño que heredó una gran fortuna y que, entre 1892 y 1910, encargó la obra al arquitecto italiano Luigi Manini. Además de la mansión neo gótica, sus jardines, inmensos, están salpicados de lagos, laberintos, túneles secretos, cascadas y estatuas de seres mitológicos, todo cargado de simbolismos templarios, masones y ocultistas. Ningún detalle deja impasible al visitante, en especial su popular pozo iniciático, una especie de torre invertida que se hunde 17 metros bajo tierra. El que se anime puede bajar por una escalinata en espiral de nueve niveles, que representan los nueve círculos del infierno de la Divina Comedia.
Después de tanta extravagancia arquitectónica, la extrema austeridad del Convento dos Capuchos, a 8 kilómetros de Sintra, puede causar un verdadero shock. O también el chalet alpino de la condesa de Edla, la cantante de ópera norteamericana que se casó con el rey Fernando II (el casamiento fue toda una declaración de guerra a la encorsetada corte portuguesa). Sencilla a pesar de su ornamentación, con sus barandas de corcho, estucos, guirnaldas y azulejos, la casa de campo parece salida de un cuento de princesas.
El dulce más famoso
Nadie se va de Sintra sin antes deambular por el diminuto centro urbano, un puñado de cuadras que de todas maneras no parecen desbordar de turistas ni curiosos. Entre tiendas de suvenires (todas venden más o menos lo mismo: camisetas de Ronaldo, carteras de corcho y cerámicos) y restaurantes con mesitas a la calle (sardinas y bacalao son los platos estrella), se destaca Piriquita. Hay que hacer cola en la pastelería más famosa de Sintra y probar sus travesseiros, unas masitas de hojaldre y pasta de almendra que se deshacen en la boca.
¿Existe el paraíso en la Tierra? Lord Byron creía que sí. A Sintra lo llamó "un Edén glorioso y eterno" y, en una carta escrita en 1809 a su amigo Francis Hodgson, el poeta y aristócrata inglés afirmaba: "Me limito a decirte que Sintra puede que sea el pueblo más bonito del mundo". No exageraba.

Dormir en un palacio

Nada de tarjetas magnéticas ni teléfonos inteligentes para abrir puertas. Las llaves de las habitaciones del Palacio Seteias, el mejor hotel de Sintra, son grandotas y pesadas, como lo eran en la época de construcción de esta magnífica mansión barroca. Fue el cónsul de Holanda en Portugal, Daniel Gildemeister, quien mandó levantar el palacio en 1787, y en 1802 fue adquirido y ampliado por el quinto marqués de Marialva. El arco triunfal que une las dos alas del hotel, construido para conmemorar el paso del rey João VI y de la reina Carlota Joaquina, es el lugar donde tomarse la foto.
La cadena Tivoli tiene la concesión desde 1955, y hasta ahora no ha descuidado ni un detalle: las salas de lectura y 30 habitaciones (entre ellas la suite) incluyen frescos pintados a mano, muebles de época, tapicerías y flores (gladiolos, camelias, lilas, calas, orquídeas...una verdadera primavera).
Aunque sea por una noche, vale la pena sentirse como un rey o reina en un ambiente discreto. Que le pregunten sino a Brad Pitt, David Bowie, Roman Polanski, o Johnny Depp, entre otros huéspedes ilustres del hotel (en su momento también lo fueron María Callas, Richard Nixon o Agatha Christie).
El Palacio de Seteais es Patrimonio Nacional en Portugal y, como tal, está abierto al público. No hace falta alojarse para disfrutar de los famosos atardeceres en sus terrazas, del jardín de limoneros o el de los laberintos.
Y sí, en caso de que surja la pregunta, también se celebran casamientos.
Más información
www.tivolihotels.com
experience.seteais@tivolihotels.com
+351 219 233 200
Precios: desde 207 euros la habitación doble por noche, con desayuno buffet incluido (tarifa para el mes de julio, con reserva anticipada de 30 días).
Reservas: reservations@tivolihotels.com o en la central de reservas: 0800 333 0058
www.worldhotels.com

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