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 • HISTORICO

Estación productiva

Hace mucho que el tren no llega a este pequeño pueblo a 15 kilómetros de Luján, que sin embargo se pone cada vez más activo




Casas bajas, sonidos tranquilos y calles que por estos días de otoño se visten de rojo, amarillo y verde, Carlos Keen, a 15 kilómetros de Luján sobre la recientemente arreglada ruta 7, se convirtió en los últimos años en uno de los pueblitos más turísticos aquí nomás de la Capital.
Su fundación se remonta a 1881, cuando se inauguró allí la estación de ferrocarril del ramal Luján-Pergamino. Entonces, la población se dedicaba al acopio y despacho de la producción de las estancias agrícola-ganaderas de la zona. Hoy, en cambio, con 1200 habitantes, la profusión de restaurantes hace pensar que Carlos Keen sigue el camino de convertirse en un polo gastronómico al estilo de Tomás Joffré, y la estación funciona como feria artesanal.
Junto con Villa Ruiz, Azcuénaga y San Andrés de Giles, Carlos Keen forma parte del corredor de pueblos turísticos de la provincia de Buenos Aires; de esos lugares donde aún funciona alguna fábrica con procesos tradicionales, viejos almacenes de ramos generales, antiguos y nuevos restaurantes.
Elsa Scarzo es una de las artesanas que da clases de hilado, teñido y tejido con lana en El Granero, como se llama ahora la vieja estación de tren, todos los martes, en el marco del proyecto Cultura en la Naturaleza del gobierno bonaerense. Hila el vellón con la grasa y luego lava la madeja y la tiñe con "la corteza del eucalipto, repollo colorado o piel de cebolla, rescatando en provincias viejas recetas que se transmiten oralmente y dan como resultado estas lanas magníficas -cuenta-. Teñir la lana es casi mágico porque hacés un caldito con las hojas que caen del cerco en una olla sobre el fuego, porque es más lindo que hacerlo en la cocina. Luego se fija el color con el alumbre y salen combinaciones maravillosas". En El Granero también se reúne la orquesta juvenil local, con niños de todo el pueblo.

Comedor solidario

La iglesia de San Carlos Borromeo de 1906, el viejo correo, la biblioteca popular, la escuela, la Sociedad de Fomento, el Jardín de Noidée, y los restaurantes Angelus, Maclura, Bien de Campo, La Casona y Lo de Tito dan cuenta de un pueblo que sigue creciendo de la mano del turismo.
El Comedor Los Girasoles de la Fundación Camino Abierto es un caso especial. Desde el deck del comedor se ven chapotear los patos y gansos en el lago con peces, y los conejos corren sueltos dentro de un corral gigante; oscurece en el corazón de Carlos Keen. "Es que la carne resulta más rica si no los encerramos", dice Susana Esmoris. Ella y Hugo Sentineo crearon hace 14 años la granja integral de la Fundación Camino Abierto, donde educan a chicos en situación de riesgo. "Alejados del mero asistencialismo, educándolos para que se ganen su propio sustento, en esta granja integral autosuficiente en la actualidad se les da casa, comida, educación y trabajo a 12 chicos de entre 9 y 23 años", explica esta incansable mujer entre plantas de borraja orgánica de su huerta con paredones de flores para los insectos. Esperando la primera helada para recoger los zapallos, sin el bombardeo de la televisión, los chicos cosechan la borraja -con bastante menos prensa que la espinaca de Popeye, pero mucho más rica- que ingresa al relleno de exquisitos raviolones. Las empanadas de carne chorrean lujuria en pedacitos cortados a cuchillo y los panes salen humeantes del horno de barro construido por Pablo Perret hace muchos años. Junto con el pollo o la focaccia, los tomates confitados, la lechuga con gusto ¡a limón!, los ñoquis de rúcula. Tan rica es la comida que se sirve en salón comedor con vista a la huerta o el deck con vista al verde, todo de madera, que en 2008 llegaron a tener 9000 cubiertos, sólo los fines de semana.
La granja integral cuenta también con chanchería, un pequeño tambo -el dulce de leche es exquisito-, un amplio parque donde matear bajo los árboles y dos casitas.

Degustación final

El último de los emprendimientos que visitamos durante nuestro recorrido en Carlos Keen fue el centro de producción de gírgolas Mirando Al Sur, del apicultor Leandro Hernández.
No utiliza troncos de árbol como en el Sur, sino paja de trigo en largas bolsas de plástico donde siembra la espora del hongo y éste crece a través de unos agujeritos en las salas de la pequeña planta: de siembra e incubación. "Se trata de imitar la forma de los bosques. Por eso se mantiene oscuro a una temperatura de 25ºC", relata Hernández. Se obtienen hasta 4 kilos por bolsa y se utilizan tres veces para luego desecharlas como abono. Hace un año y medio que funciona el local, donde se realizan minidegustaciones deliciosas una vez terminado el recorrido.
Por el Acceso Oeste, el viaje a Luján y Carlos Keen es rápido y tranquilo. Con el corazón abierto, estos rincones de alma rural brindan experiencias de aprendizaje sobre el significado profundo de la palabra esperanza.
Por Silvina Beccar Varela

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