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 • HISTORICO

Grecia maravillosa, con o sin crisis




Muchas agencias de viaje ofrecen conocer las maravillas griegas, nombre muy marketinero, pero pocas veces más acertado.
Sólo oír hablar de Grecia nos hace pensar en el esplendor de la antigüedad, en el pensamiento y la filosofía, en la democracia y las instituciones, en el arte y la arquitectura, en idílicas islas, en deliciosa comida y, últimamente, también en crisis. En 2011 visité Grecia con unas amigas y no nos decepcionó porque es eso y mucho más. Tanto que, como con ningún otro lugar, me pasa que Grecia cada día me gusta más, y siento no sólo el deseo, sino la necesidad de volver.
Primero visitamos Atenas, una ciudad de la que no teníamos buenas referencias, pero que nos sorprendió por su escala amable, su animación y su espíritu a pesar de los problemas. Su arquitectura es muy sencilla, como si la impronta de la Acrópolis, que sobresale en lo alto de una colina, dominara hasta hoy y nadie se atreviera a competirle. Con sólo un día y medio apenas si pudimos visitar el Partenón y el Museo de la Acrópolis, el barrio de Plaka (turístico, pero encantador), la ciudad olímpica de Santiago Calatrava, la famosa plaza Syntagma y poco más.
Luego partimos hacia Santorini y nos maravillamos especialmente con Oia, donde las casitas que se agrupan en la estrecha cima de esta isla volcánica, los muros blancos cubiertos por exuberantes santarritas, las cúpulas azules de las decenas de capillas, las aceras de mármol y las terrazas de los hoteles balconeando sobre el mar forman un paisaje que quita el aliento. Además del atardecer que, según dicen, es el mejor del mundo. Y a la noche, viendo la luna reflejada sobre el agua, hizo falta un pellizco para convencernos de que eso era real.
Nuestra siguiente parada fue Mykonos, totalmente diferente a Santorini, pero igual de hermosa. Es una isla más grande y plana; el pueblo está en una zona baja sobre el mar y es una maraña de callecitas estrechas rodeadas de casitas blancas con puertas azules y turquesas, y pequeñas escaleras de colores, y a lo largo de la isla hay playas para todos los gustos: tranquilas, ruidosas, para familias, para surfers o para bucear. Aquí también los atardeceres son de ensueño.
No puedo olvidarme de la comida, que es muy simple y se basa en ingredientes muy frescos y de gran calidad. Las berenjenas, los tomates, quesos, las aceitunas, los pescados, el cordero, aceite de oliva, nunca supieron más ricos que en esos almuerzos tardíos frente al Egeo.
Nos faltó tiempo para perdernos en Atenas, para explorar museos llenos de tesoros fabulosos a la espera del necesario retorno de los bienes sustraídos, para seguir mirando hipnóticamente el mar, para comer delicias y, sobre todo, para conocer a los griegos que, viviendo en uno de los países más turísticos del mundo, parecen seguir con su vida tranquila, particularmente en las islas, y aunque no nos entendamos con el idioma saben comunicarse con una sonrisa.
Laura Web

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