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 • HISTORICO

La Ciudad de México es tan sabrosa como un taco

Grande y ruidosa, la capital mexicana se conoce a paso lento




CIUDAD DE MEXICO (El Mercurio, de Santiago).- Invivible, violenta y contaminada son los adjetivos que suelen utilizar quienes pretenden haber conocido esta ciudad azteca en lo que dura un vuelo de llegada y otro de partida hacia playas doradas y centros arqueológicos. Pero si se dan el tiempo para descubrir su corazón acogedor y su seductora belleza es probable que se enamoren perdidamente de su alegría.
Amada por quienes viven en ella, el monstruo querido tiene más sabor que un taco al pastor, más colores que un mural de Diego Rivera, más intrigas que una novela policial de Paco Ignacio Taibo II, más amor que una canción de Jorge Negrete, más poesía que Octavio Paz y más surrealismo que una película de Luis Buñuel. La gente vive en Corazón esquina del Alma, entre Revolución y Reforma, o en la calle Stalin, que se encuentra a una cuadra de la León Trotsky.
Las estadísticas consignan que esta megalópolis que hoy alberga cerca de veinticinco millones de personas, tenía menos de un millón de habitantes a comienzos del siglo XX y en 1940, un millón y medio. Además, sólo hace 35 años, el 92 por ciento de la población mexicana vivía en el campo, mientras hoy, el 72 por ciento lo hace en ciudades.
En el período colonial, a diferencia de lo que sucedió en otros sitios, los indios se mezclaron con los españoles, comenzando por Cortés y la Malinche, su intérprete local. Y hoy, la mayoría de la población es mestiza.
En un año, doscientos mil mexicanos nacen en el D.F., donde se consumen veintisiete mil toneladas de alimentos y cien millones de tortillas. Pero uno de cada veinte niños se acuesta con hambre. Todos los días se tiran 420 toneladas de basura, entre las que pululan 72 millones de ratas. Y cuatro millones de automóviles y 316 fábricas tiran sus gases contaminantes en el aire.
Aun quienes se acostumbran a respirar el aire envenenado, a reconocer el olor a fritanga de sus tacos y burritos, a navegar en el mar humano de sus mercados y a negociar con los indios que venden su mercadería en pórticos y rincones, al emprender el vuelo de retorno se dan cuenta de que es imposible conocer el alma de esta intrincada y contradictoria telaraña donde se mezclan fe y supersticiones, amabilidad y violencia, pasión por la vida y celebración de la muerte, riquezas incalculables y extrema pobreza.
Tomando fragmentos urbanos e impresiones, sociólogos y periodistas han caído en un lugar común, detonado por el terremoto de 1985, y que vincula inexorablemente a Ciudad de México con la trilogía violencia-tráfico-contaminación. Pero el D.F. es mucho más que eso.
En el centro histórico, internándose en su magma de razas y oficios, la bandera más grande del mundo flamea soñolienta en la Plaza de la Constitución. Más conocida como el Zócalo, en ella transcurre parte importante de la vida de la ciudad.
Los mexicanos la consideran un centro ceremonial y de encuentro, y en este espacio se alternan manifestaciones, danzas rituales y fiestas improvisadas. El abanico de ofertas de la economía informal va desde chicles, artesanías, garras de gallinas, billetes de lotería, cuchillos de cocina, muñecos zapatistas y afiches con la cara del subcomandante Marcos hasta cigarrillos por unidad e inciensos.
También se negocia una gran variedad de comida improvisada. Fundamentalmente tacos, que son tortillas de trigo y de maíz, ingrediente esencial en la dieta mexicana, rellenos con alimentos variados y sorprendentes. Y cantidades de paletas de helados de sabores que incluyen el chocolate, el limón y el chicharrón, el chile (ají) o la lechuga.
A pocos pasos del Zócalo se llega a la encantadora y provinciana plaza de Santo Domingo, que contrasta con los rascacielos de las avenidas Insurgentes y Reforma. Es el enésimo salto hacia adelante y hacia atrás en el tiempo a que esta ciudad se somete continuamente.
En el centro de la ciudad domina la escena el águila que remata la cúpula del Palacio de Bellas Artes, una maravilla arquitectónica construido en mármol de Carrara y adornado con esculturas de bronce en la fachada. En su interior, decorado con art déco, se aprecian los murales de Diego Rivera, Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, que escenifican la vida social y política del país.
Esta sede de exposiciones y espectáculos fue construida por el italiano Adán Boari en 1904, cuando el dictador Porfirio Díaz rivalizaba con París y Venecia con la intención de transformar la Ciudad de México en la capital más exuberante de América latina.
No es casual que a unos cien metros del lugar, el edificio de Correos se parezca en forma increíble al palacio de la plaza San Marcos, en Venecia. Y al otro lado de la calle está la casa de los azulejos, uno de los edificios coloniales más bellos de la ciudad, cuya parte exterior está cubierta de azulejos blancos, azules y amarillos hechos en Puebla.
Hoy hospeda un restaurante de la cadena Sanburns y su patio interior, que cuenta con una hermosa fuente y frescos de Orozco, es el escenario de desayunos opíparos y almuerzos acompañados de sentidas rancheras.
Pero para comerse unos chiles en nogada, nada mejor que el viejo y hermoso café Tacuba. A la salida, en una perfumería vecina, es posible comprar una esencia a pedido y ver cómo mezclan aromas y fijadores extraídos de antiguos frascos y botellas.

Arte, amor y tortillas

Mezcla de las culturas indígena y española, la comida mexicana es una delicia. Y no se puede pasar por esta ciudad sin probar sus quesadillas, la sopa de tortillas, tacos de flor de calabaza y, en temporada, los famosos chiles en nogada.
Para las degustaciones más audaces, también están disponibles los infinitos mercados tianguis, en Náhuatl del D.F. Entre ellos, Tepito, un babel de puestos y ofertas. Es el más popular y el preferido de los chilangos porque en él encuentran los precios más bajos. Como los mejores púgiles de la ciudad vienen de sus alrededores, suele decirse que en Tepito los niños nacen con los guantes puestos.
En México hay tianguis a granel: La Merced, Lagunillas, San Juan, la Ciudadela y el famoso Bazar del Sábado de San Angel. Pero el del el Zócalo de Coyoacán es un panorama completo. En él es posible encontrar bellísimos objetos de vidrio y cerámica, y dar una vuelta por este barrio colonial donde habitan muchos intelectuales y artistas consagrados. Allí, cada piedra ha sido conservada y en sus calles se observan las casas de un piso con barrotes en las ventanas.
Este sector de la ciudad parece un pueblito inmóvil en el tiempo y refractario a los ritmos del México metropolitano. Sin embargo, basta recorrer unos pocos metros para asomarse a la avenida Miguel Angel de Quevedo, arteria de seis pistas, fragorosa y llena de tráfico.
Para volver al hotel, una buena idea es tomar un ómnibus, que están decorados con adhesivos fluorescentes de ídolos musicales, luchadores e imágenes de la Virgen de Guadalupe.
Se dice que los mexicanos pueden pertenecer a cualquier equipo, barrio o partido político, pero todos son guadalupanos. Y una o más veces en el año visitan la famosa basílica construida en honor de esta Virgen morena, cuya imagen se repite en los dinteles de las casas más lujosas y más modestas de la ciudad.
Otra opción es contratar uno de los miles de taxis Volkswagen verdes que recorren la ciudad y detenerse en la plaza de Tlatelolco, sitio de la última batalla entre los aztecas y las tropas de Cortés, hoy ocupado por la Plaza de las Tres Culturas, donde se encuentra el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Sus ruinas y edificios sintetizan los períodos principales de su historia: el prehispánico, colonial y contemporáneo. Pero en las últimas décadas, su nombre se hizo tristemente famoso porque en este lugar tuvo lugar una sangrienta represión a los estudiantes en 1968.
Marcia Scantlebury

Datos útiles

Cómo llegar: el pasaje aéreo, de ida y vuelta, cuesta 810 dólares, con tasas e impuestos.
Alojamiento: la habitación doble en un hotel tres estrellas cuesta 50 dólares; en uno de cuatro, 125, y en uno de cinco, a partir de 130.
Gastronomía: una comida económica cuesta entre 3 y 5 dólares; en un restaurante moderado, entre 5 y 15, y en uno de lujo, alrededor de 18.
Consejo: muchos viajeros son afectados por la llamada venganza de Moctezuma (dolores estomacales y fiebre) por ingerir alimentos en mal estado o agua sin depurar. Es prudente lavarse las manos antes de comer, no tomar agua de la canilla ni comer en la calle.
Souvenirs: alebrijes, judas, piñatas, figuras de papel picado y artículos de cestería.
Más información: Oficina de Turismo de México, Avda. Santa Fe 920 (4393-7070). Atención, de lunes a viernes, de 9 a 13 y de 14.30 a 18.
En Internet:

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