Los argentinos inventamos el colectivo, el dulce de leche y ahora la reposera prodigiosa. Transportables, plegadizas y cómodas florecen en las veredas de los consulados. Durante el día sirven de living tipo consultorio de médico (sin revistas viejas porque no hay lugar para mesas ratonas en las baldosas). Y por la noche se convierten en dormitorio al paso. El músculo duerme, la ambición descansa hasta las primeras luces del día cuando se despiertan los pájaros y porteros.
Dejan de ser necesarias por la mañana si se logra atravesar la puerta, versión porteña del Golden Gate de San Francisco gracias al número, igual que en los hospitales antes y los bancos ahora. "¿Me la cuida?", se le pide al vecino para llevarla de vuelta casa para tomar sol en la terraza. O quizá simplemente devolverla porque ha surgido una nueva actividad: el alquiler de reposeras, versión unipersonal del hotel por horas. El leasing, para decirlo en lenguaje globalizado, porque el negocio se fue multiplicando a medida que las colas se fueron haciendo más largas.
Nietos que regresan
Somos europeos en el exilio diagnosticó alguna vez Jorge Luis Borges, nuestro Homero, porque era el ciego que mejor nos veía. Y lo que está pasando frente a las representaciones de España, Italia, más recientemente Polonia o quizá Holanda con Máxima, lo confirma. Un lavarropas familiar, con la fuerza hacia adentro y hacia afuera, centrípeta y centrífuga, de abuelos que vinieron y nietos que regresan. Fantasías alimentadas en la duermevela de la vigilia nocturna, especialmente en la Hora del Lobo sobre las 3 o 4 de la madrugada, cuando la oscuridad y el silencio es más denso y hace frío aun en pleno verano.
Para ser sano y longevo lo ideal es haber tenido antepasados sanos y longevos. Mejor es prevenir que curar. Con el premio agregado, si nacieron en aquellos países entonces pobres, de regalarnos la posibilidad de una doble nacionalidad. Los que quisieron hacerse la América les dan una mano a los que quieren hacerse la Europa. Gracias a los antepasados surgieron los oriundos y mejoró notablemente su fútbol y, sobre todo, la prosperidad de los representantes de jugadores capaces de sacar un abuelo de la galera. La mayoría de nosotros descendemos de los barcos, por eso la Guía Telefónica tiene tantos apellidos de ultramar. Al hacer un crucigrama sabemos que el río de dos letras es el Po, y que los ocho casilleros en blanco para la cadena que separa Francia de España son los Pirineos y que el monte más alto tiene nombre de lapicera. No seríamos tan rápidos para contestar los equivalentes de la Patagonia o países vecinos. Estamos cerca de lo que está lejos y lejos de lo que está cerca. Y lo mismo le pasa al alma de nuestra valija.
Hacia los orígenes
La sangre tira. La primera salida al exterior, en cualquier sociedad con gran aporte inmigratorio (Estados Unidos, Australia, América latina) es a la tierra de origen, para conocer el paese , el terruño, el condado. Luego vienen los otros viajes, porque la vida es un canto rodado que no crea musgo cuando se mueve. Nadie se va para siempre, ni vuelve definitivamente. Se hace camino al andar (palabra de Antonio Machado/Joan Manuel Serrat) Los insomnes de los consulados van detrás de la quimera del euro montados en la alfombra mágica de una reposera. Piden muy poco para allá, y demasiado para aquí: trabajo, desarrollo personal, respeto a lo ahorrado. A los europeos no debemos molestarlos porque necesitan gente y a la hora de elegir, van a preferir a sus parientes lejanos en la geografía, pero cercanos en su lengua y cultura. Hasta hace poco éramos turistas, ahora queremos ser vecinos.
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