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 • HISTORICO

Las Rocallosas, una vía hacia la naturaleza

Desde los vagones del Rocky Mountaineer, los paisajes de las provincias de Alberta y Columbia Británica disparan la imaginación




VANCOUVER.- Los pasajeros están en sus asientos. Tina, la asistente, camarera, guía turística y vendedora de souvenirs anuncia, colgada del estribo y con potente voz, All aboard (todos a bordo).
La formación de vagones del Rocky Mountaineer Railtours abandona, hacia el Oeste, la estación de Banff, en la provincia de Alberta.
El destino final es Vancouver, Columbia Británica, con una parada previa en Kamloops. El viaje comienza bien temprano e inmediatamente Tina ofrece un desayuno seguido por las normas de seguridad que imperan dentro del convoy.
Lentamente, el sol elimina los vestigios de nieve sobre las praderas recorridas por el río Bow. La temperatura exterior es baja pero, dentro del vagón de la clase Red Leaf, no se siente.
Las vistas comienzan a transportar al contingente argentino a la Patagonia andina. La comparación es válida ante la presencia de monumentales masas de roca, la mayoría cubiertas de pinos de generosa estatura.
En cambio, los animales juegan a las escondidas con el avance del tren. Sus apariciones son sorpresivas y ansiosamente esperadas por los pasajeros. Ante el observación de algún oso o ciervo, Tina fue clara con todo el pasaje: con voz fuerte se debe marcar la posición (izquierda o derecha) de la especie para que todos los turistas tengan la posibilidad de disfrutarlos en su hábitat; el egoísmo se deja de lado.

Guardianes de las colinas

Esporádicamente se ven alces o cabras de montaña en la cima de alguna colina, en posición vigilante. Con sus miradas siguen el lento avance del tren; los más parcos no se inmutan y sólo se advierte su vitalidad cuando el aire caliente de su exhalación se convierte en humo al chocar con el frío de la naturaleza.
Los lagos también se cuelan entre las montañas y la formación del Rocky se refleja en la planicie de sus aguas. Las exclamaciones de asombro, en inglés y francés, son una constante, como algún respetuoso y esporádico pedido de silencio para escuchar las explicaciones de Tina respecto del pico que se eleva a nuestra derecha o sobre los nidos de águilas sobre la izquierda.
Entre cada explicación de la fauna y flora, la anfitriona dosifica comentarios sobre la compañía Canadian Pacific Railway (CPR), en principio un consorcio de empresas, formado hacia 1880, para hacer realidad la visión estratégica del entonces primer ministro John Macdonald: unir la costa este con la Columbia Británica para, así, evitar el avance de Estados Unidos en Canadá.
Como sus vecinos del Sur, la consolidación de la nación se hizo sobre la base del ferrocarril. William Cornelius Van Horne fue el hombre elegido para desarrollar los planes de expansión finalizados en 54 meses.
En la actualidad, el Rocky utiliza una serie de puentes y túneles construidos 125 años atrás.
La primera etapa del viaje concluye en Kamloops (encuentro de aguas en el dialecto de la tribu Shuswap) un pequeño poblado en medio de colinas.
Unos kilómetros antes está el punto en el que se realizó un tragicómico robo de tren protagonizado por el norteamericano Billy Miner, un fracasado delincuente que, luego de sus delitos, inexorablemente terminó tras las rejas.
Miner y su banda, en 1906, después de tener el primer éxito dos años antes, asaltaron el tren de la CPR despachado a Vancouver esperando superar los 70.000 dólares en su debut canadiense. Sin embargo, su segundo esfuerzo les dejó 15 dólares y varios kilos de pastillas para enfermedades del hígado. La banda fue encontrada a días del hecho y juzgada en Kamloops. Al año, Miner se escapó y retornó a su país para morir, en 1913, en una cárcel de Georgia.
Es obvio que las aventuras de Miner son parte del repertorio de Tina. Incluso durante la parada en Kamloops, donde todo el pasaje es trasladado a hoteles de la ciudad para pernoctar y luego continuar hacia Vancouver por la mañana, se brinda una cena-show donde se recrea la historia del legendario delincuente, con música incluida.
La segunda jornada se inicia a las 6 de la mañana. Esta vez, La Nación se acomoda en uno de los coches Gold Leaf, cuyo techo es panorámico y se encuentra más elevado que los Red Leaf. Aquí, el desayuno y el almuerzo son a la carta en un comedor muy bien acondicionado en la parte inferior del vagón y durante el trayecto, los viajeros son atendidos por dos asistentes.

Hacia el Pacífico

El paisaje cambia sustancialmente. Las Rocallosas se erosionan y aparecen mesetas y llanuras atravesadas por ríos caudalosos, entre ellos el Thompson y el Fraser -uno de los más importantes canales de tránsito de salmón en el mundo-, que descienden hacia el Pacífico. En la bajada hacia Vancouver, el Rocky pasa por Ashcroft, el punto más seco de Canadá; por el puente colgante Alexandra, el primero en el oeste del país; Yale, pueblo y sector del río Fraser en donde sólo pueden pescar las denominadas Primeras Naciones, es decir, los descendientes de las tribus indígenas.
Vale recordar que este tramo del ferrocarril está muy ligado a los trabajadores chinos. Andrew Onderdonk, contratado por la CPR, comenzó el tendido de las vías desde la costa oeste, en Port Moody. Sin embargo, advirtió que para la tarea eran necesarios cerca de 10.000 hombres, número superior a la población de la Columbia Británica. El déficit se superó con la convocatoria a los obreros chinos de California que participaron de la construcción de el Union Pacific Railway. Los sobrevivientes del arduo trabajo permanecieron en la provincia y muchos se instalaron en Vancouver.
Esta ciudad es el punto de llegada. Un par de horas antes, los asistentes reparten un obsequio a cada pasajero y le entregan el premio al ganador del concurso de poesía que, obviamente, tuvo como tema central el tren.
El galardonado vuelve a recitar sus líneas y se emociona: en ellas agradece a las miles de formaciones que recorrieron el trayecto de costa a costa para hacer grande a Canadá. La aventura terminó en la estación de Vancouver.

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