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 • HISTORICO

Las sierras de Guasayán esconden secretos de la historia




La ciudad de Santiago del Estero no está sola. A menos de 70 kilómetros, en dirección a Tucumán, se encuentran las conocidas Termas de Río Hondo. Hacia el Sur se halla la localidad de Loreto, con sus famosas rosquitas y, continuando, aparece la zona de Atamisqui donde las teleras despliegan todo su arte y sabiduría ancestral en la confección de mantas y otros productos hechos con hilo y lana.
La provincia esconde rincones. "Lamentablemente, Villa La Punta está olvidada", señala Héctor Pololo Porfirio, un santiagueño que vivió la mayor parte de su vida en esa localidad, recostada sobre la ladera oriental de las sierras de Guasayán. Este cordón serrano tiene una extensión de 76 kilómetros y se sitúa al oeste de Santiago del Estero. Su ancho es de 4 y 6 kilómetros, y la altura máxima ronda los 700 metros sobre el mar.
Representan las últimas estribaciones de las Sierras Pampeanas y su historia geológica es muy antigua. La cadena está recortada por arroyos temporarios que se vuelcan a la cuenca oriental como el Guasayán, del Ojito, Tala Arroyo y Arroyo de Maquijata, además de ojos de agua que afloran en el corazón de la cadena.
El agua no es suficiente para la actividad agrícola, pero sí para la actividad ganadera. Llamativa es la conformación vegetal sobre las laderas, compuesta de especies propias de la región chaqueña, del llano, mixturadas con ejemplares del monte. Se destacan el yuchán o palo borracho, el chañar, el piquillín y la tusca.

Aires del pasado

En el extremo sur del cordón serrano está Villa La Punta, un pequeño poblado que conserva aires de otros tiempos. Allí, la provincia regentea una hostería de discreta categoría, de las pocas que se pueden encontrar fuera de las Termas de Río Hondo o la ciudad de Santiago del Estero. De Villa La Punta se habla más de lo que fue que de lo que es. Más acerca de las familias que la visitaron que de las que hoy concurren al lugar.
No por eso su paisaje perdió el encanto ni tampoco sus pobladores, poseedores de una sencillez hechicera.
Dicen que en la villa se proyectó una película de cine antes que en la misma Santiago del Estero. "En 1940, vi cine en Villa La Punta por primera vez en mi vida. Las películas eran Mañana serán hombres, con Delia Garcés, y La maestrita de los obreros, un film también argentino", comenta Héctor Porfirio.
En las sierras de Guasayán, a la altura de la quebrada de Maquijata, habría sido herido don Diego de Rojas en 1543, el primero de los conquistadores españoles que, proveniente del Alto Perú, penetró en el territorio conocido como el Tucma, fuera de los límites del recién disuelto Imperio Inca.
Luego, Rojas habría fallecido en Soconcho u otro lugar, tal vez a causa de la flecha envenenada aparentemente lanzada por los lules.
Los que lo acompañaban en la expedición continuaron hacia el río Dulce, fundando el poblado de Medellín.
Villa La Punta fue por mucho tiempo el lugar elegido por la aristocracia local para su esparcimiento. Tuvo su época de oro a fines del siglo XIX y principios del XX, hasta la década del veinte. "Si se hubiese hecho pasar el ferrocarril por al lado del pueblo, la villa hubiese crecido" -agrega Pololo.
"La instalación de las vías arrastró las poblaciones a su orilla. Se duplicó la geografía de Santiago. Villa La Punta y estación La Punta, Atamisqui y estación Atamisqui, Brea Pozo y estación Brea Pozo", señala Luis Garay, del Museo Histórico.
Los jardines de las casas exhiben enormes tunas. Las calles están bordeadas por hileras de yuchanes panzones y floridos. Hay comercios pequeños, dos comedores, pero nadie se dedica al turismo, con excepción de la gente de la hostería. "Aunque como changa, personas como Pelusa Castaño te pueden guiar por la sierra".
En Villa La Punta, los pobladores son devotos de Las Telesiadas, fiestas populares en las que se hacen promesas a La Telesita para que, por ejemplo, "ella ayude a que llueva" -dice Bravo.
La gente se compromete a realizar la fiesta, y entonces beber los siete tragos de ginebra, bailar las siete chacareras y divertirse hasta el amanecer.
Septiembre y octubre son los testigos de la visita de la Telesita, una señora -devenida leyenda-, a la que le gustaba el baile y se hacía presente en todas las fiestas, sin que nadie supiera dónde vivía. Hasta que un día se quedó dormida en el monte, su vestimenta comenzó a incendiarse y así murió.

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