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 • HISTORICO

Laura Buccellato en Egipto




Una madre de Trieste y un padre de Palermo figuran entre las razones por las que Laura Buccellato viajó mucho desde la infancia. Al principio fueron las vueltas a Italia, después hubo recorridos por países distintos y estadas en Estados Unidos. En 1981, viajó por primera vez a Egipto y entonces se acordó de Rosenvasser.
Cuando Laura B. cursaba la carrera de Historia del Arte en la Universidad de Buenos Aires tenía un profesor que prefería ampliamente: Abraham Rosenvasser, el iniciador de la egiptología en la Argentina y el investigador que hizo posible que parte de los tesoros del sitio arqueológico de Aksha se encuentren hoy en el Museo Nacional de la Plata.
Sin embargo, al terminar su carrera, Laura B. se especializó en arte contemporáneo -"consciente de que en la Argentina no hay una gran tradición y que por lo tanto hay mucho que hacer al respecto"- y dejó a un lado otras orientaciones posibles. Hoy es directora del Museo de Arte Moderno, un centro cultural que figura entre las propuestas más atendidas por el turismo extranjero y que comenzará a ser remodelado en los próximos meses, según el audaz proyecto presentado por Emilio Ambasz, arquitecto argentino radicado en Estados Unidos.

Una tierra faraónica

"En ese viaje a Egipto me volví a poner en contacto por primera vez con toda esa cultura que no había vuelto a ver en profundidad durante todos esos años que siguieron al fin de mi carrera. Fue algo verdaderamente impresionante. De algún modo sentí algo parecido a lo que siempre sentí en Roma -y no en otras grandes capitales occidentales-: el paso del tiempo, la permanencia, la conciencia de que atrás de todo eso que uno está viendo hay una cultura antigua.
"Claro que entre ese recuerdo teórico y lo que tenía frente a mí solía haber grandes trechos: las pirámides de Keops, Kefrén y Micerino, por ejemplo, me las había imaginado siempre en medio del desierto y sin embargo estaban ahí, vecinas al gran crecimiento de El Cairo, rodeadas de ciudad.
"El Cairo es una ciudad increíble, una verdadera instancia del cruce entre Oriente y Occidente. Se ven signos permanentes de las distintas culturas superpuestas -los musulmanes, los koptos, los católicos, las distintas nacionalidades y etnias- en las ropas, las caras, la forma de hablar." Laura B. dice que del Museo Egipcio de El Cairo no tiene nada que decir porque es justamente uno de esos lugares tan grandiosos que mejor callar. Ahí recordó muchos de los tesoros que había estudiado en sus años universitarios y también los otros, los que hoy están en el Louvre y en el Museo de Londres e incluso en el Metropolitan de Nueva York.
"Sin embargo ahí, en El Cairo, algo los hacía totalmente distintos. Era como si adquirieran una dimensión más cercana, había algo que se completaba con el hecho de estar viéndolos en su lugar de origen.
"Hay, por otra parte, en Egipto en general, una atmósfera muy particular, una carga histórica que se siente en forma permanente, una conciencia muy clara de que pertenecen a una cultura determinada. Yo sentí sobre todo en los pueblos chicos que la gente transmite eso.
"En los habitantes del desierto noté incluso un claro orgullo, una forma de mirar esas extensiones de arena completamente serena, nada sometida, como un pueblo que ha sabido asimilar su pasado histórico y se siente ubicado, orgulloso de contarlo, se siente parte de un pasado que fue glorioso."

El río más largo

Dice Laura B. que en su navegación por el Nilo sintió la emoción que deben haber tenido los exploradores del siglo pasado, que no sólo lo navegaron, sino que en ese mismo siglo lograron develar la intriga antigua acerca del punto de origen de río tan legendario.
"Me embarqué en un barco egipcio que incluso en otras épocas del año era usado por investigadores de la universidad para hacer viajes de estudio. Tuve mucho cuidado en evitar los grandes barcos, típicamente turísticos.
"Fue un verdadero acierto, porque gracias a ese clima de algún modo familiar que había en el Al-Salam pasé una fiesta de Año Nuevo fantástica. El capitán nos invitó a todos los pasajeros a comer con él y fue una gran fiesta: esa noche no hubo distinción entre los distintos miembros de la tripulación, todos bailábamos con todos. Había una orquesta con instrumentos típicos que tocaba música tradicional egipcia y unas mujeres que bailaban la danza del vientre con una gracia increíble.
"Navegar de noche era especialmente interesante: me acuerdo que hacia un lado del río, donde está el desierto libio, la arena se veía completamente blanca y lisa. Toda esa extensión que parecía no terminar nunca creaba una sensación metafísica, era algo comparable a lo que se siente al estar en medio del mar, o en medio de la Patagonia, donde se percibe claramente una dimensión inconmensurable, inabarcable.
"Es algo completamente distinto a lo que suele ocurrir cuando uno viaja por Europa, por ejemplo, donde todo está interrumpido, cruzado por lo que lo circunda.
"Por momentos, Egipto me creaba una sensación de irrealidad absoluta. Cuando llegamos a Luxor, ciudad que está sobre la orilla este del Nilo, me sorprendió la luz que inundaba la avenida de las Esfinges, una luz difícil de fotografiar, rara. Y al mediodía, esa luz se convertía en algo definitivamente irreal, cualidad que se extendía a todas las cosas. En esa capacidad de sacarlo a uno del tiempo real creo que reside gran parte de la magia del país."
En esa misma ciudad, Luxor, Laura B. encontró muestras de la reconocida hospitalidad egipcia y más allá, navegando por el Nilo, de la también reconocida calma. "Ibamos en el barco y de pronto encontrábamos un islote cubierto de verde donde había un grupo de personas conversando, sentados en ronda, mientras los animales pastaban alrededor.
"Esa calma solía ser interrumpida por nosotros mismos, claro. Me acuerdo que un día estábamos en Aswan, en la isla Elefantina, que está llena de pájaros. Por el río se desplazaban unas embarcaciones bellísimas, de una sola vela, que en las últimas horas de la tarde se reflejaban magníficamente en el agua. Entonces, uno de los extranjeros que viajaba en el barco preguntó si podía cazar algunos; todavía me acuerdo la mirada de negación atónita del guía."
Tanta paz y tanta cosa no pueden dejar a la imaginación tranquila: dice Laura B. que en Egipto todo el tiempo se le ocurrían las fantasías más increíbles. Cuando llegó al Valle de los Reyes, por ejemplo, pensó que si fuera millonaria tendría ahí una casa y le daría la llave a sus amigos para que fueran a escribir o a pintar.

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