Allí vivió el escritor alemán Thomas Mann, y Homero, en sus versos, se refirió a ella como la Costa del Ambar
VILNA, Lituania (World´s Fare).- No lo sabíamos en aquel entonces, pero cuando visitamos Lituania, varios años atrás, estuvimos en el centro geográfico de Europa. ¿Le sorprende? A nosotros también, aunque nadie más sorprendido que los propios lituanos cuando el Instituto Geográfico Nacional de París anunció en 1989 que, por una serie de gráficos y círculos concéntricos en el mapa europeo, el centro geográfico del Viejo Continente estaba a 28 kilómetros de Vilna, la capital lituana.
Toda una distinción para un pequeño Estado báltico.
Zarpamos de Hamburgo con destino a San Petersburgo por el mar Báltico, y de regreso anclamos en Klaipeda para conocer el puerto más importante de Lituania. Desde el trayecto de Oslo a San Petersburgo, habíamos visitado magníficos tesoros culturales, pero no teníamos ninguna certeza de lo que nos depararía este pequeño país, ubicado entre Letonia y Polonia, además de su status geográfico especial.
Mientras caminábamos por el parque de esculturas Mazvydas, de Klaipeda, estábamos deseosos de capturar el último momento de la ciudad. La mayoría de las esculturas enormes y abstractas de bronce y granito que vimos estaban esculpidas en el estilo del período estalinista, y se veían como si necesitaran un toque de belleza. Lo que más nos llamaba la atención eran varias obras que se asemejaban a espigas retorcidas que sobresalían del centro de grandes pedestales. Nos preguntábamos si se trataba de algún tipo de símbolo críptico nacional lituano o alguna expresión de arte moderno que celebra su libertad de la ocupación rusa.
"Ni una cosa ni la otra -nos contestó tímidamente la guía local-. El parque no está cercado y a veces la gente viene y roba el bronce de las esculturas y lo vende como metal."
Estas espigas de metal representan gráficamente las consecuencias de los trastornos económicos y políticos que sufrió Lituania. Durante la Segunda Guerra Mundial, Klaipeda experimentó los actos de barbarie perpetrados durante la ocupación alemana y fue más devastada aún cuando el Ejército Rojo invadió el país en 1945 y condenó a Klaipeda a la miseria.
Cerraron sus fronteras a los extranjeros, impusieron severas sanciones económicas y redujeron la ciudad a escombros.
En 1990, fue Lituania la que tomó la delantera entre las demás naciones bálticas para liberarse. Nuestro crucero llegó cinco años después de que habían derribado la estatua de Lenin en Klaipeda y el país había declarado su independencia tras medio siglo de dominación soviética.
Aún hoy las cicatrices son profundas. Desde la independencia, la gente ha intentado reconstruir la ciudad y buscar maneras de reforzar su economía, pero muchos todavía luchan por sobrevivir dentro de sus posibilidades.
Tiempos de cambio
Cuando ingresamos en las aguas de Klaipeda, quizás uno de los primeros cruceros en llegar al lugar, nos hicimos la siguiente pregunta: ¿estaba la ciudad preparada para recibir a un aluvión de 600 pasajeros o aterrorizaríamos a la población con nuestra visita? El tour resultó una verdadera aventura.
Klaipeda es la tercera ciudad más grande de Lituania, de apariencia bastante cosmopolita, con un número creciente de discotecas, cafés y restaurantes elegantes. Es la metrópoli principal del Litoral, situada en la boca del estrecho que une la laguna Kursiu con el mar Báltico en el lado este. Una lengua de arena de casi dos kilómetros de ancho se extiende como una soga a lo largo de 108 kilómetros desde el estrecho frente a Klaipeda hasta la más al Sur, Nida, cercana a la ciudad rusa de Kaliningrado.
Nuestro itinerario incluía una visita a la Ciudad Antigua, que, en 1969, fue designada Monumento Cultural Europeo. Seguidamente, recorrimos los lugares de interés a lo largo de la lengua de arena, una magnífica región a la que algunos llaman el Sahara lituano por tener las dunas de arena más altas de toda Europa, algunas de las cuales superan los 60 metros. En la punta de este enorme banco de arena se encuentra la residencia del escritor alemán Thomas Mann, que, desde 1929 hasta 1932 pasó sus vacaciones de verano aquí.
Este lugar también fue donde escribió José y sus hermanos. También, encabezando nuestra lista de preferencias, se encontraba la Colina de las Brujas, donde se exhiben tallas de figuras legendarias, como los dioses paganos Perkunas y Neringa, talladas por artistas locales.
Como mucha más gente que la esperada contrató excursiones terrestres, los residentes buscaban la manera de facilitarnos algún tipo de transporte, taxis o camionetas.
Al subir al ómnibus nos dimos cuenta de que sería un paseo fuera de lo habitual; algunos de nosotros estábamos sentados en posición vertical, otros, en posición completamente horizontal. El mecanismo que ajustaba los asientos, al parecer, no funcionaba. Así fue como el caballero inglés que se sentó delante de mí, en un intento por reclinar el respaldo de su asiento, terminó con la cabeza en mi falda. No sabía cómo disculparse, y después de presentarse y presentar a su mujer, comenzó a hablar del clima. En realidad, tuvimos más suerte que la mayoría.
Cuando la guía local tomó el micrófono para saludar a los pasajeros, se abrieron las puertas del ómnibus y no se cerraron hasta que ella dejó de hablar. ¿La solución báltica? Detener el ómnibus, dar las explicaciones correspondientes, retomar la marcha, volver a detenernos y así sucesivamente, hasta que por último la guía largó el micrófono, se puso de pie en el medio del pasillo y comenzó a hablar a los gritos.
Así fue, no exagero.
Visita a la Ciudad Antigua
Nuestra excursión comenzó en la Ciudad Antigua, que fue erigida durante los siglos XV y XVI en el banco izquierdo del río Dane. La evidencia de los artesanos y mercaderes que trabajaron en la zona se puede ver en los nombres de algunas calles -del Panadero, del Carnicero, del Orfebre y otros-, que indicaban las ocupaciones que se realizaban en el lugar. Hay una mezcla ecléctica de estilos y épocas: calles empedradas que datan del siglo XV; depósitos y construcciones con entramado de madera germánico, del período entre los siglos del XVIII y XIX. El edificio de correos es de ladrillo rojo en estilo neogótico, y encontrará vestigios de una antigua ciudadela y castillo, con murallas, torres y otros tipos de defensas medievales.
Justo frente a la calle del Mercado se encuentra la maravillosa Plaza del Teatro donde se alza un teatro que data de 1857, reconstruido según el modelo del original hecho en 1819, pero que más tarde fue incendiado.
Una estatua y una fuente conmemoran a un poeta local del siglo XVII. Lo más histórico de todo es el teatro Klaipeda, por dos razones: la primera, por ser una de las salas predilectas de Richard Wagner; la segunda, por que desde su balcón, en 1939, Hitler se dirigió a la población para proclamar la incorporación de la ciudad al Reich alemán.
También hay en la zona numerosos museos, entre los que se destaca el Museo del Herrero, con su muestra de placas elaboradas en intrincado hierro forjado, y el Museo del Reloj con piezas que van desde un antiguo dispositivo de vela hasta magníficos ejemplares de los siglos XVII y XVIII.
Tesoro dorado
Lo que no esperábamos era esa abundancia del llamado oro lituano que veíamos por doquier. Esta es la tierra descripta por el antiguo poeta griego Homero como la Costa del Ambar , y suministraba este material precioso a otras comarcas desde tiempos inmemoriales. El ámbar se vende por todas partes, en comercios y en la calle; la resina fosilizada de los pinos primitivos adquiere aquí formas muy diversas, convirtiéndose en preciosos collares, aros, pulseras, broches, llaveros, trabas para corbata y cortapapeles. Incluso vimos árboles intrincados y paisajes de diversas tonalidades de ámbar.
Y los precios eran tan notables que hasta incluso los menos gastadores se detenían para enfrentar el desafío de la compra. El ámbar del restaurante donde cenamos esa noche era tan abundante que proporcionaba más brillo que las arañas de cristal del comedor del barco.
Al finalizar nuestro paseo de compras nos dirigimos al muelle para tomar el ferry hasta Kursiu, esa especie de brazo de arena que encierra la laguna del mismo nombre.
En la media hora de espera, recorrí unos locales de venta de souvenirs y encontré una excelente guía sobre la ciudad, escrita en alemán e inglés, por sólo un dólar.
Con respecto a la vida nocturna, la guía dice: "La punta Kursiu es un paraíso de paz y descanso; es decir, no hay lugares para que los jóvenes salgan de noche. Los pueblos mueren y los cafés guardan sus mesas de la calle después de las 23. Fuera de temporada, la mayoría de los restaurantes y cafés cierra a la misma hora".
Pudimos advertir la paz y el descanso que prometía la guía mientras nos hundíamos en bosques espesos de pinos, robles, tilos y olmos y en playas de arena blanca, con la distintiva arquitectura de casas con techos de paja y teja roja diseminadas a lo largo del paisaje. A veces nos deteníamos a caminar por zonas cubiertas de arena, donde 14 localidades fueron sepultadas por las dunas con el transcurrir de los siglos. De vez en cuando se asomaban los restos de algún antiguo bosque.
Otra parada fue en el extremo sur de Kursiu, en Nida, una ciudad que se vio forzada a trasladarse en varias oportunidades para escapar de los caprichos de las arenas movedizas. Aquí visitamos la residencia de Thomas Mann, una modesta casa con techo de paja y atractivas persianas blancas. La casa está sobre una pendiente y da a la laguna. El encanto era sostenido por las melodías suaves de una canción folklórica lituana que tocaba un flautista solitario próximo a la entrada. En el interior, se exhibían los libros y pertenencias del premio Nobel, recortes periodísticos y fotografías.
También en la zona hay un faro de 1874, y una réplica de un típico pueblo de pescadores que muestra cómo vivían en esa localidad un siglo atrás; a poca distancia de allí se encuentra el puesto de frontera ruso, Kaliningrado.
Las especialidades de las tres K
Al regresar al ómnibus, nuestra guía nos hizo una breve descripción de los platos típicos del país, y nos explicó que la cocina lituana refleja las influencias polacas, alemanas y rusas, pero que las especialidades lituanas siguen siendo las tres K : karbonadas (bife de cerdo), kepsnys (carne frita) y kotletas (carne picada o cerdo).
El plato nacional, el cepelinai (roscas de puré de papas rellenas con carne y salsa con grasa de panceta), una verdadera bomba, al igual que el kugelis que, según la guía que me compré sobre Klaipeda, es tarta de papas con chicharrones y crema. Nuestro almuerzo en el restaurante del lugar fue excelente: un generoso plato de sopa, ensalada, cerdo, pollo y postre.
Spielberg no lo creó
Otro destino fue Palanga, una localidad balnearia junto al Báltico, a 45 kilómetros al norte de Klaipeda. Su población es de 21.000 almas, pero crece hasta más de 100.000 en el verano con el aluvión de turistas que vienen de toda la zona del Báltico en busca de descanso en infinitas playas prístinas, restaurantes, spas, baños de barro y centros de belleza. Muchos visitan también la colina Birute, la duna de arena de 21 metros de altura donde las sacerdotisas en la época pagana guardaban la llama sagrada. Pero el mejor atractivo aquí es el espectacular Museo del Ambar, ubicado en una imponente mansión del siglo XIX rodeada de frondosos jardines botánicos en un terreno de 200 hectáreas.
El museo es fabuloso, tiene una sorprendente cantidad de ámbar -más de 35.000 piezas-, entre ellas se destacan trabajos de lo más exquisitos, joyas en ámbar modernas y tradicionales y otras piezas de bastante peso. Aquellos que vieron la película Jurassic Park , y comprenden el significado cósmico de una pieza de ámbar en la que hay incrustado un mosquito, podrán ver miles de inclusiones -plantas, moscas, zancudos, mosquitos- en todo su esplendor natural bajo una serie de magníficos cristales.
Nuestro pequeño grupo fue el único en visitar la fascinante Colina de las Brujas, ese paisaje de cuento de hadas con 100 estatuas talladas en madera que representan distintas figuras legendarias lituanas. Pero tuvimos que salir de allí a las disparadas por temor a perder el último ferry a Klaipeda.
Al finalizar el crucero, los diez pasajeros de California nos encontramos en el aeropuerto, donde tuvimos una espera de nueve horas. ¿Si nos aburrimos? Muy poco. Nos divertimos recordando los lugares espectaculares de nuestro viaje: los suntuosos tesoros en el Ermitage de San Petersburgo, la singular iglesia de piedra en Helsinki, los encantos de la isla danesa de Bornholm. Pero lo que más recordábamos era nuestra visita a Klaipeda. Todos estábamos de acuerdo en algo: fue una aventura demasiado buena para perderla, y le deseamos lo mejor a toda esa gente valerosa del centro geográfico de Europa.
Lo mejor es no ir en diciembre
Los días de invierno, desde diciembre hasta marzo, son tan cortos como fríos. El verano es bastante cálido, pero a menudo lluvioso y lleno de turistas escandinavos. La primavera y el otoño brindan un clima agradable y permiten una recorrida despejada por los tres países. Por lo general, Estonia es el que más problemas de alojamiento presenta, puesto que está todo reservado; en Lituania es más sencillo.
Por esto, la mejor época es en junio, julio o agosto.