Un tour por Lucca, con Dante y Puccini como guías
El siguiente relato fue enviado a lanacion.com por Graciela Schisano de Krieger. Si querés compartir tu propia experiencia de viaje inolvidable, podés mandarnos textos de hasta 5000 caracteres y fotos LNturismo@lanacion.com.ar
Arribar a la ciudad de Lucca fue una verdadera odisea. Si bien se encuentra solo a 70 kilómetros de Florencia había llovido copiosamente toda la noche y se habían inundado los andenes de las estaciones, pero los empleados ferroviarios lograron -con una creatividad casi argentina- que todos los viajeros llegáramos a destino.
El deseo de conocer esta ciudad era cada vez más intenso y se concretó mientras experimentábamos la primera lectura de un clásico (y qué clásico) vía Twitter. Así leímos en La Divina Comedia y ahora transcribo: "… el anciano magistrado de Santa Zita, se hundió en la espesa resina y los diablos le gritaron: Aquí se nada distinto que en el Río Serquio". En este pasaje, Dante Alighieri aludía a los políticos de Lucca, relatando el castigo que sufrían los magistrados corruptos en el Infierno que, pese o gracias a ello, habían logrado con astucia mantenerse independientes de los Médici.
Fundada por los etruscos a orillas del Río Serchio en la región de Toscana y cerca del mar Tirreno, Lucca se convirtió muy pronto en ciudad romana, destacándose en el mercado de la seda y rivalizando en este comercio con Bizancio. Fue ciudad–estado independiente marcadamente feudal por lo cual Dante, que había pasado cierto tiempo de su exilio en ella, hace referencia en su gigantesca obra a los nones santos gobernantes luqueses. La autonomía de la ciudad duró hasta la llegada de Napoleón en 1797, el cual nombró Princesa de Lucca a su hermana Elisa Baciocchi, dejándola a cargo del gobierno. En 1815, con la caída del imperio napoleónico, se convirtió en Ducado de Borbón y Parma para ser finalmente parte del Reino de Italia desde 1861.
Dante se refiere en su canto a Zita, una criada de la rica familia Fatinelli quien solía robar el pan de la casa escondiéndolo en su delantal para darlo a los pobres. El día que la descubrieron, al abrir su delantal los panes se habían convertido en azucenas. Ejemplo de dedicación al trabajo y amor a los pobres, fue canonizada y hoy se la considera la Patrona de Lucca. Su cuerpo incorrupto se encuentra en una capilla de la Iglesia de San Frediano.
La ciudad y sus murallas
Una gran muralla abraza la ciudad como una corona de piedra que remata en un terraplén a modo de arbolado boulevard por el que pudimos caminar, a pesar de la lluvia, y desde allí observar las hermosas vistas de esta urbe medieval, hermosa y serena. Los muros tienen origen muy antiguo, de época romana, y fueron construidos como defensa de posibles invasores. En la Edad Media fueron reforzados y el aspecto que hoy presentan es del Renacimiento. En 1799 comenzaron a usarse como paseo público donde abundan los ciclistas: tiene 4 kilómetros y 11 baluartes.
Se conservan restos de la muralla romana y algunos se pueden ver junto a la Iglesia gótica Santa María de la Rosa. La Iglesia es pequeña y nos dicen que fuimos afortunados porque generalmente está cerrada. Uno de sus portales se destaca por el tallado de un dragón respirando rosas.
Nuestra visita comenzó en la Plaza San Michele que constituye el centro de la ciudad. La Iglesia homónima es asombrosa por su estupenda fachada: arcadas armoniosas sostenidas por pequeños pilares de columnas trenzadas y coloridos mármoles. A pocos pasos de la plaza está la casa natal de Giacomo Puccini, que se visita como la de un amigo: hay que llamar por el portero eléctrico al segundo y quien abra la puerta hará de guía. Hay cartas, partituras originales, su piano Steinway, proyecciones de sus viajes por el mundo, entre ellos el único que hizo a la Argentina en 1901 para buscar a su hermano que había emigrado a nuestras tierras. Provoca profunda emoción la casa del genio creador de famosas óperas: música inolvidable de intenso sentimiento, con melodías que penetran por el oído, pero palpitan en el alma.
Ubicado frente a La Plaza del Giglio está el teatro de la Opera y una nueva plaza nos lleva a la Catedral dedicada a San Martin de Tours. Otra vez nos invade el asombro: la fachada es asimétrica, aunque este detalle no disminuye su belleza sino que más bien atrae la mirada del visitante. Al ingreso, la escultura de San Martin soldado compartiendo su capa con un viejo vagabundo, otro de los mitos de Lucca. En su interior, el duomo rebosaba de fieles que esperaban entrar en el Tiempetto donde está la pequeña escultura en madera policromada de Cristo en la Cruz: es 14 de septiembre, día del Venerado Rostro Santo, il Volto Santo, patrono de Lucca. Cuenta la leyenda que este Cristo fue tallado por Nicodemo, durante la Crucifixión y que llegó a Lucca por sí solo de forma milagrosa.
Nos abstuvimos de subir los 200 escalones de la Torre de la casa de la noble e ilustre familia Guinigui con su jardín colgante en la cima, pero nos acercamos a la Torre del Reloj cuyo mecanismo del 1700 aún funciona.
La Vía Fillungo es la calle peatonal y comercial de Lucca. Por ella llegamos a la Iglesia románica de San Frediano, la más antigua de la ciudad. Su fachada tiene un bonito y bien conservado mosaico bizantino que representa la Ascensión de Cristo. En su interior están la capilla con los restos de Santa Zita y la estupenda Fontana Lustrale, nombre que significa purificación tratándose de una gran pila bautismal del año 1200 con asombrosos relieves.
Retomando la vía Fillungo desembocamos en la gran Plaza del Antiguo Anfiteatro Romano de forma elíptica y rodeada de antiguos y coloridos edificios. En ella suelen exponerse obras de arte como la que vimos nosotros: se trataba de una inmensa cabeza forjada en cobre cuyo autor y significado aún ignoramos.
Durante la cena, en un pequeño restaurante del Anfiteatro, el cameriere nos recomendó no regresar al hotel enseguida: era noche de fiesta patronal y los festejos invadirían las plazas y las calles. Dijo, también sonriendo por la obviedad, que en Lucca se esperaba que esa noche "nadie duerma".
Las nubes se habían disipado y sin peligro de nuevas lluvias participamos de la fiesta callejera como un vecino más de la ciudad. Alguien miró el cielo ya límpido y profundo, comentando que lucevano le stelle (las estrellas brillaron). Milagrosa Lucca.
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