La experiencia de nacer y vivir al lado de un centro de esquí
Crecer en un centro de esquí tiene sus beneficios, sobre todo el hecho de aprender a esquiar o hacer snowboard, casi al mismo tiempo que se empieza a caminar. Algunos se fanatizan y le sacan el máximo provecho, consiguen fácil salida laboral como instructores y hacen doble temporada en centros de esquí locales y del hemisferio norte.
Y otros van por más, se lanzan a las competencias locales e internacionales y dan vueltas por el mundo a bordo de sus tablas.
A toda velocidad
Juan Cruz Begino es nacido y criado en Ushuaia. Tiene 19 años y entrenó toda su vida en el Cerro Castor. "Esquío desde que arranqué a caminar o antes, porque mi mamá esquiaba embarazada. Después, al nacer, me ponía en una mochilita al hombro", cuenta este pibe, hijo de un instructor y una madre que esquía desde joven.
Su especialidad es el esquí alpino, en el que hay que descender pasando cañas (banderitas apostadas a diferentes distancias) y en la que compitió entre los once y los diecisiete años. Compitió en Suiza, Italia, Suecia, Eslovenia, Croacia, Andorrra y también en Argentina y Chile.
Juan Cruz siempre viajó con el Club Andino Ushuaia, pero los costos los pagaban sus padres porque nunca tuvo apoyo del Estado.Algunos sponsors le proveen materiales. "Nunca gané plata por premios, cuando ganas te dan una medalla, a veces un par de esquíes, y en Andorra te dan chupetines", recuerda y se ríe.
Ahora dejó de competir porque estudia arquitectura en Buenos Aires. Lo que más disfruta, dice, es la libertad que le ofrecen la montaña y la velocidad. "Es una sensación muy linda, llegamos a ir a 120 o 130 kilómetros por hora", dice y reconoce que a esa velocidad también se siente miedo. "La primera vez estás muy atento porque a esta velocidad si te equivocás, te matás, literalmente".
Fue siete veces campeón nacional sub 18, ganó en Borrufa, Andorra, una carrera internacional en la que participan cuarenta países. Quedó segundo en el Children Trophy de Zagreb, Croacia, en su primer año en la categoría U16, donde corría contra chicos mas más grandes. "Es un poco difícil a esa edad, se nota muchísimo en lo físico, cuando el de adelante tuyo tiene barba y mide treinta centímetros más que vos". Ese mismo año, a los quince, quedó séptimo en el Topolino, al norte de Italia, la carrera de más prestigio. "Van los primeros equipos de los países europeos más fuertes".
En las carreras patagónicas ganó una vez y quedó segundo y tercero varias veces. Su lugar preferido, parece una obviedad, es Ushuaia, pero lo sustenta con argumentos técnicos: "Si sabés esquiar en nieve dura, es uno de los mejores lugares porque la nieve es demasiado buena. Al estar tan al sur, la nieve no es tan blanda ni tan polvo. Y para nosotros, que el objetivo es ir rápido, es lo mejor. Además, me gusta la montaña porque la conozco muchísimo, los caminos por los bosques, la parte de atrás. Ahora que no compito, esquío un poco más en ese sentido".
De sus viajes, dice que tiene un millón de anécdotas, pero rescata "la conexión" con amigos de otras partes del mundo, encontrarse con otras realidades. "Tengo amigos cuyos padres vivieron la época de la Unión Soviética. Son gente distinta, y así con todos los países. Ellos están más enfocados, porque si les va bien, se vuelven estrellas. Nosotros íbamos a tratar de ganar y a reírnos, pero ellos no la pasan tan bien".
Alto vuelo
Florian Crespo tiene 20 años, nació en Buenos Aires, pero a los cinco años se radicó en San Martín de los Andes, y en seguida aprendió a hacer snowboard. Desde hace tres años vive en Bariloche, donde trabaja como instructor de esquí, al mismo tiempo que estudia antropología y sueña con ser entrenador de snowboard de algún equipo de competición.
Por los estudios, este es el primer año sin competir. Su especialidad es el Freestyle, y se mide en las disciplinas Big Air o Slopestyle. El Big Air es un gran salto, uno solo, mientras que el Slopestyle es un salto con barandas.
Florian hizo cuatro temporadas afuera y tuvo muchas lesiones: seis huesos rotos, dos veces la clavícula, seis contusiones. "El freestyle es muy extremo, estás haciendo piruetas y giros y caés muy fuerte. Es un deporte de impacto. No lo podes hacer a medias, es una obsesión y una pasión. Se vuelve adictivo". Se trata de una disciplina de corto plazo, muy competitiva, en la que la edad ideal está entre los 16 y los 24. A los 30, "ya estás viejo", explica.
A los 13 años empezó a competir seguido a nivel nacional y le fue "bastante bien". Cuando tenía 16, estuvo un año de intercambio estudiantil en Francia y tuvo su primera experiencia internacional en la Copa Europea. "Era bastante chico y el nivel era muy alto, pero fue una buena experiencia", recuerda y cuenta que luego competiría en copas sudamericanas, europeas y mundiales junior organizadas por la FIS.
El último viaje fue a las Universiadas, las olimpíadas universitarias que se hicieron en Siberia, Rusia, en marzo de este año, una competencia regulada por el Comité Olímpico donde solo participan estudiantes. "Me fue bastante mal - reconoce-. El nivel era muy alto, sobre todo después de no andar ocho meses, ya que me había lesionado la temporada anterior. Tuve dos días de entrenamiento, mientras que todos venían de la temporada europea. El circuito es difícil, muy duro, pero la experiencia fue increíble".
Florian cuenta que hizo varios podios en el Abierto Argentino y en Copas Argentinas. Y señala que a nivel internacional, su mejor competencia fue el World Rookie Tour, que se hace en todo el mundo, con diferentes paradas. En la de Chile quedó quinto, tenía 15 años por entonces.
Los viajes siempre se los pagaron sus padres. "Es un deporte muy elitista, tuve la suerte que me lo pudieran pagar. No hay becas y el Cenard apoya, pero solo a los tres mejores. Por eso el semillero argentino está en riesgo, es cada vez más inaccesible y hay muy poca proyección. Cada vez menos familias pueden mandar los chicos a los cerros. Hay menos inversión, menos eventos de las marcas en los cerros. Mientras que en Europa y Estados Unidos avanza cada vez mas".
Espíritu libre
Sacha Geist tiene 34 años, nació en San Martín de los Andes y aprendió a esquiar en Chapelco, donde sube desde que tiene un año. Sus padres son instructores de esqui, su mamá hacía doble temporada en España y pasó buena parte de sus primeros seis años en los Pirineos. Luego, se instaló en San Martín de los Andes.
Aprendió a esquiar con sus padres, sobre todo con su mamá, y también en los clubes. De niño, compitió en esquí alpino y una vez terminada la secundaria comenzó a hacer doble temporada y estudió para instructor en Bariloche.
Más adelante empezó a dar clases en San Martin de los Andes y poco después se fue para Andorra. Estuvo varios años en España, donde empezó a hacer Freeride y se especializó en la disciplina del esquí fuera de pista. "El Freeride te permite estar conectado con la montaña. Al estar fuera de un centro de esquí te salís de las reglas, elegís por donde esquiar, si querés saltar. Te da más libertad".
En el Freeride, se evalúan cuatro ítems: linea, aire y estilo, fluidez, control y técnica. "Hay competidores que son técnicos y otros que están relocos y arriesgan de más. Hay accidentes graves".
Mientras hacía temporada en España, competía también, sobre todo en Baqueira Beret, en los Pirineos, cerca de la frontera con Francia, según Sacha el más exclusivo y con mejor calidad de nieve en España. Algunos de sus podios: segundo y tercer lugar en años consecutivos en Baqueira Beret y cuarto en el circuito pirineico en 2008. Después, compitió en el World Qualifier, y ganaría el World Pro Qualifier de Chapelco en 2016 y el Circuito Sudamericano en 2017.
Ahora compite poco y se dedica sobre todo a la producción de contenidos de montaña, hace fotos y videos para sus sponsors, produce eventos y es propietario del Hostel Sherpa en San Martín de los Andes.
"Es raro competir en freeride, es contradictorio competir en algo tan libre. El freeride, lo dice la palabra, es la libertad de poder elegir por donde ir. Es como un arte, a cada uno le puede gustar una bajada más que la otra".