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 • HISTORICO

Namibia y Sudáfrica

Siete meses por las rutas africanas y el viaje por el continente llega a su fin. Pero antes, dos países organizados, más occidentales, que desbordan de maravillas naturales




Luego de seis meses en Africa, la travesía iba llegando a su fin. Sólo quedaban Namibia y Sudáfrica, regiones culturalmente más europeizadas, pero con deslumbrantes espectáculos naturales.
Desde Bostwana hacia el Norte, al dejar atrás el delta del Okavango, se llega a Caprivi Strip, aquella angosta franja que separa Botswana de Angola, y que obedece más al capricho de alguien al trazar la división política que a una frontera natural.
Namibia impresiona por su soledad. Hasta su historia es de soledades. Como la región es árida e inhóspita, fue ignorada por los poderes coloniales hasta fines del siglo XIX, cuando fue anexada por Alemania. La ocupación duró hasta el final de la Primera Guerra Mundial, cuando los germanos se rindieron ante Sudáfrica, que luchaba para los aliados. Sudáfrica recibió el mandato de regir en Namibia, pero nunca se le garantizó el poder total para anexarla a su territorio. Si bien Namibia es independiente desde 1989, aún son muchos los descendientes de alemanes que viven en el país, que tiene una población de menos de dos millones de habitantes y una superficie similar a la de la Patagonia. Aquí todo está bien organizado y funciona. En los pueblos, por ejemplo, no faltan supermercados bien abastecidos; lo difícil es encontrar pueblos…
Hacia el Oeste transitamos por las rutas más rectas de todo el viaje, con excelente asfalto, y hasta mesas y bancos para hacer picnic. Todo es muy prolijo, salvo por la naturaleza que se revela contra los designios del hombre. Varios duikers, antílopes pequeños, y jabalíes africanos andan al costado de la ruta. Incluso se puede ver kudús saltando los alambrados. En Roys Camp, un lodge rústico con excelente restaurante, nos dijeron que muchos de los ganaderos se dedican a la cría de antílopes, cebras y otros animales salvajes.
Cerca de Grootfontein, la estancia Kalkfontein funciona como lodge, con una atracción extra: un león doméstico. Fue el más precioso ejemplar que viéramos en Africa, sobretodo por su enorme y lustrosa melena negra. Vive en una gran zona cercada, pero está habituado a los humanos. El perro cocker con el que creció incluso lo lame a través del alambrado. Lo más impactante es escuchar sus potentes rugidos al amanecer. Kalkfontein es una especie de zoológico. Además del león, hay dos cheetahs, se dice que muchas de ellas viven en los campos; patos; ovejas; gatos Serval, y hasta dos jóvenes ñus que deambulan por el jardín.
Luego vino una de las mayores atracciones de Namibia: el Parque Nacional de Etosha, que por esos días festejaba 100 años de vida. El parque es enorme, tiene 22.000 km2, pero durante la estación seca la mayor parte de los animales se concentra en los pozos de agua. Y como no podía ser de otra manera en un país organizado, muchos de éstos son llenados artificialmente por medio de bombas. Para quien haya visitado otros parques en Africa, la sensación es rara. En lugar de ser uno el que “descubre” a los animales, en Etosha basta con sentarse cerca de algún pozo y esperar, si es que no está repleto ya. Incluso en los tres campings dentro del parque hay pozos construidos, con gradas o sillones para el confort de los turistas. Por supuesto que de noche están iluminados con poderosos reflectores.
De todos modos, observar a la naturaleza actuar es maravilloso, aun cuando sus hábitos se hayan modificado a causa de estas intervenciones humanas. Los elefantes, por ejemplo, son expertos en determinar por dónde fluye el agua fresca que sale de las cañerías y se pelean por ese lugar privilegiado. Claro está que los conflictos se arreglan por la ley de la fuerza y no sólo con las trompas, sino también empujando con los pies a algún sediento competidor. Otra escena común es la interacción entre especies. Nunca falta algún elefante joven que ponga en práctica sus dotes agresivas con los poco agraciados rinocerontes. Sin embargo, éstos parecen adherir a la máxima que dice que la indiferencia es el peor de los castigos.
Nuestra mayor suerte se dio a poco de entrar a Etosha. Durante seis meses esperamos para ver leopardos, el único de los cinco grandes que nos faltaba. Y cuando menos lo pensábamos, en el pozo de Koinachas dimos con uno. Lástima que ni bien sació su sed desapareció entre los árboles.

Esqueletos y dunas

Al Oeste queda el Parque Nacional Skeleton Coast, una franja de desierto a lo largo de la costa. El lugar es dramáticamente árido y, sin embargo, fuimos testigos de un extraño fenómeno: una densa niebla matinal que avanza desde el Atlántico y luego se disipa. Skeleton Coast debe su nombre a la cantidad de esqueletos de barcos que encallaron allí, cuyos restos se descubren en la arena. Cuando esto sucedía, las posibilidades de sobrevivir eran nulas. Sin embargo, hay rastros humanos a cada kilómetro: unos carteles recuerdan que está prohibido conducir fuera de pista. Dentro del parque hay también dos campos de explotación de diamantes, uno de los recursos de Namibia, donde la entrada está prohibida.
Hacia el Sur, una pista de sal atraviesa los 200 km de desierto hasta llegar a Swakopmund, la segunda ciudad más grande de Namibia, cuya población ronda los 25.000 habitantes. Aquí, en invierno hace frío y garúa permanentemente. Por suerte los restaurantes son excelentes. Allí nos encontramos con otros viajeros que conocíamos desde Egipto y juntos intentamos llegar a Sandwich Harbour al día siguiente, por un escénico trayecto entre las dunas al borde del mar. Lástima que sólo se puede hacer con marea baja y luego de un par de atascos se nos hizo tarde. Igual nos divertimos bajando por dunas enormes.
La ruta hacia Sossusvlei, el destino turístico más visitado del país, cruza el desierto del Namib. Un pasto amarillento muy cortito se extiende hasta el horizonte y las distancias parecen ilimitadas. Vimos muchos avestruces, springboks y órix.
Las dunas de Sossusvlei son las segundas más altas del mundo –las más altas están en Arabia Saudita– y son especialmente impactantes temprano a la mañana o al atardecer, cuando su color rojizo contrasta con las sombras circundantes.
Aquí la actividad obligada es trepar por las dunas cámara en mano. El lugar es exótico, sobrenatural. Encontrarnos allá arriba con un equipo de japoneses que filmaba un programa para la televisión de su país reafirmó esa sensación.
A partir de aquí aceleramos el paso por las pistas del Namib Rand, por espléndidos paisajes desérticos hasta el Fish River Canyon, el segundo después del Cañón del Colorado en altura. El mayor problema eran nuestros neumáticos, que después de 36.000 km por las rutas africanas empezaban a tirar la toalla. Por suerte, el mejor de los de auxilio aguantó hasta el final.

Antes del fin

Al entrar en Sudáfrica todavía se tiene esa sensación de inmensidad que da Namibia, pero aquí empiezan a verse pueblos y hasta ciudades. Durante los casi 700 km desde la frontera hasta Ciudad del Cabo la geografía se vuelve cada vez más verde y la influencia humana más europea, sobre todo a partir de la zona del río Olifant, con sus viñedos.
Ciudad del Cabo fue no sólo el lugar para festejar, sino también para tramitar lo que vendría: pasajes de avión y barco de contenedores para el auto. Esa noche una exquisita cena en uno de los restaurantes del famoso Waterfront fue un premio merecido.
Pero el viaje aún no terminaba. Ya al comienzo, ni bien desembarcamos en Túnez desviamos nuestro camino para tocar el punto más al norte del continente, Rass ben Sakka. Hubiera sido un crimen no hacer lo mismo aquí. El punto más al sur de Africa no es el Cabo de la Buena Esperanza, como muchos creen, sino el Cabo Agulhas, unos 200 km al Sudeste. Conclusión: visitamos los dos.
Rumbo al sur de la península pasamos por Camps Bay, con sus negocios y bares de moda, para cruzar hacia el otro lado por zonas de casas rurales estilo europeo. Al este de la península, coloridos pueblos de pescadores alternan con acantilados que revelan vistas de postal. También aquí los restaurantes y los campings con vista al mar son de un gusto exquisito. Visitar el Cabo de la Buena Esperanza temprano a la mañana en un día tormentoso no es alentador, sino todo lo contrario. En absoluta soledad se siente la fuerza de los elementos y uno imagina los peligros al navegar por aquellas aguas en siglos pasados. Luego de una visita a la playa Boulders, donde una colonia de pingüinos ha fijado su residencia, y de un par de horas por los campos de la región, se alcanza el Cabo Agulhas. Es allí adonde las aguas del Atlántico y las del Indico se encuentran y donde –previas fotos testimoniales– nuestro viaje llegaba a su fin.
La despedida fue esa noche en uno de los excelentes restaurantes de Stellenbosch, la región que produce los mejores vinos sudafricanos. El sabor de un buen Chardonnay ya empezaba a recordarnos aquellos siete meses en el este de un continente que vive entre culturas, la propia y otra occidental y globalizada que, aunque lejana, lo afecta. Siete meses recorridos sobre ruedas por paisajes diversos y exóticos, civilizaciones únicas y atardeceres inolvidables.
Por María Victoria Repetto
Para LA NACION

Información en un viaje overland

La mejor información se obtiene a través de Internet. Casi todos los viajeros que conocimos tenían su propio website o weblog, que actualizaban en el camino.
Algunos sitios son especializados y tienen foros, como la Web para motociclistas: www.horizonsunlimited.com , o la española www.viajesyaventuras.net
Ya en el camino, los viajeros overlanders fraternizan de inmediato con sus pares y es muy frecuente que autos con patentes extranjeras paren al costado del camino al cruzarse para conocerse e intercambiar información. Anécdotas sobran: así conocimos desde un misionero estadounidense con su familia en el norte de Kenya, que nos informó sobre las barrosas huellas que teníamos por delante, hasta un español en un Unimog en Mozambique, que nos recomendó dónde comer el mejor Apfelstrudel de Africa –que por cierto quedaba en Namibia–, a unos 4000 km de donde nos encontramos…

Notas anteriores

  • Malawi, Zambia y Botswana

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