Para travesías en 4x4, los alrededores del lago Fagnano son incomparables; se transita por caminos de distintas condiciones y se disfruta del bello paisaje
USHUAIA.- El lago Fagnano es el último de los grandes lagos de América. No hay otro más al Sur, sólo algunas lagunas y lagos menores desperdigados por el archipiélago fueguino hasta el cabo de Hornos. Apenas medio centenar de kilómetros al norte de Ushuaia, las aguas del Fagnano se despliegan en una larga lengua de soberanía chilena al Oeste y argentina al Este.
Propicio para la pesca es, sin embargo, desaconsejable para la navegación. Su fuerte oleaje atizado por los vientos predominantes del Oeste -que corren a sus anchas a lo largo del lago- es tan conocido como los estragos que ha causado.
Un par de jóvenes de Ushuaia organizó una excursión no convencional al lago, completamente distinta de la clásica visita en ómnibus que se ofrece desde tiempos inmemoriales a los visitantes de Tierra del Fuego.
Canal Fun & Nature, tal es el nombre de esta nueva microempresa, cuenta con una camioneta Land Rover Defender para su circuito al Fagnano a través de caminos forestales poco transitados.
El programa comienza por la mañana en Ushuaia cruzando la cordillera fueguina a lo largo de la ruta nacional 3 hacia el Norte. En el kilómetro 66, el Aserradero Lago Escondido, de la tradicional familia Bronzovich, aparece a la vera del camino como si fuera un pequeño pueblito.
Las instalaciones -incluyendo una colosal chimenea de ladrillo- y las casas rodean una laguna desde donde un operario pesca los troncos que, por medio de una cinta transportadora, van a parar a las sierras donde se convierten en tablas en menos de lo que canta un gallo. Todos los recortes inservibles pasan a otra cinta, que los eleva lentamente hasta el tope de la chimenea y caen en su interior. Mirando por un par de pequeños agujeros entre los ladrillos de ese colosal cono se ve una pira enorme que arde lánguidamente mientras devora los retazos que poco tiempo antes pertenecieron al bosque más austral que conoce el mundo.
Entre árboles y hojas secas
Junto al aserradero nace un camino que se interna en el monte. En invierno, este camino que serpentea entre los árboles está congelado. La camioneta de doble tracción permanente circula sin patinar, siempre y cuando se mantenga la debida atención en el manejo.
Más difícil es echar pie a tierra ya que el calzado no es con clavos como las cubiertas del Land Rover. Una capa de hielo como un vidrio cubre prolijamente el suelo de ripio y también la banquina. Como esos pisapapeles de acrílico que contienen en su interior una moneda o cualquier otro souvenir suspendido en el material transparente, las piedritas del camino se ven bajo el hielo, pero no dan agarre a las ruedas que sólo pisan hielo.
Más aún, un colchón de hojitas caídas de los árboles ahora pelados cubre los costados del camino laminado bajo la capa de hielo duro y completamente transparente.
Después de mucho andar llega el momento de vadear unas lagunas que cierran el paso al cuerpo principal del lago. Con fondo de piedras redondas, no ofrece mayor problema, al menos en el invierno. Crece un poco en verano el nivel general del agua, aunque sin mayores complicaciones.
Cuando se llega a la costa del lago la visión cambia. Se deja el bosque sombrío donde árboles tumbados por periódicos huracanes alternan con aserraderos precarios que, como nómadas del monte, cambian su campamento según varía la explotación.
Ahora la vista se debe acostumbrar a la violenta claridad del sol de frente. En invierno, el sol parece rodar sobre los picos de la cordillera, que corre detrás de la orilla norte del lago. No se eleva mucho y siempre se mantiene rasante al otro lado del agua.
Sus rayos logran escapar de las masas negras de nubes, que siempre se están moviendo en el cielo fueguino y, aun con cielo encapotado, iluminan la camioneta como un reflector dándole a la escena un tono cálido inolvidable.
Los secretos de la playa
El bosque llega casi hasta la orilla del agua, dejando sólo una faja de playa de piedras planas y redondeadas de unos tres metros de ancho. El agua del Fagnano, también llamado Khami, es de un verde claro, y su oleaje muy corto y rápido no deja de azotar la playa. A lo lejos, hacia el Oeste, los picos nevados de la Tierra del Fuego chilena cierran la escena de manera perfecta.
Circular sobre la playa tiene sus trucos. Sobre los cantos rodados más grandes y cercanos al agua no hay más problema que sortear los palos y bloques erráticos, grandes piedrones de granito o cuarzo dejados allí cuando el hielo de las glaciaciones se derritió.
Pero andar sobre las montañas de piedras pequeñas más cercanas a los árboles requiere osadía con el acelerador. La camioneta tiende a hundirse y a colear y, contra el instinto de conservación, lo mejor es acelerar antes de que sea tarde.
Si circulamos con un solo vehículo, en caso de encajarse, el malacate es aquí útil porque hay árboles muy cercanos donde anclarlo. En situaciones donde no hay árboles, postes u otros vehículos, el malacate es bastante engorroso de utilizar y, quizás, es mejor agotar antes otras alternativas, como planchas, palas, criques, etcétera.
Después de disfrutar a los tumbos el manejo de la camioneta de Hernán Ferrari, cuyo volante cede sin mayor preocupación, se busca un lugar reparado para armar un asado rústico.
Troncos y ramas caídos tapizan el suelo, pero encontrar algo que no esté húmedo es casi imposible. Hay que recurrir al carbón comercial que el previsor guía lleva siempre en la 4x4.
Estos asados de campo son memorables. Toda norma de buena mesa se pierde y, a veces, se come parado o apoyado en un árbol. Al estilo gaucho, los platos se suelen dejar de lado y se maneja la carne con tenedor, facón y buena dentadura. El vino es infaltable.
La vuelta, ya sobre el atardecer, se hace por otras picadas forestales con algunos pasos difíciles por los huellones y charcos profundos no congelados. Las castoreras están diseminadas por todas partes como diques helados. Los árboles muertos y pelados por la inundación que producen esos animalitos emergen del agua dando una sensación tenebrosa a todo el ambiente.
Como una red, todos los caminos forestales terminan desembocando en la salida del bosque. Una vez allí, la ruta 3 trepa otra vez los Andes para el retorno a Ushuaia. En invierno se llega en plena noche; sin embargo, en verano el sol tiene todavía bastante trabajo saltando de pico en pico antes de hundirse en el Pacífico.