Alma de aventura, buen estado físico y grampones son indispensable para las caminatas sobre el glaciar
EL CALAFATE, Santa Cruz.- Los pueblos, como los autos, tienen su propio gesto: imposible negar la mirada felina en algún Peugeot o la felicidad de infante recién alimentado en un Fiat 600. El Calafate, volviendo a los pueblos, tiene un gesto atónito. El de una localidad patagónica que nació hace setenta años junto al lago Argentino, como posta donde se detenían los carreros que transportaban la lana y el correo, ínfima, tranquila y que de pronto, en el transcurso de los últimos diez años, se ha visto atravesada por cambios súbitos.
Turistas nórdicos, mediterráneos y germanos circulan por un pueblo que solía recibir visitantes mucho más próximos y esporádicos, hay nuevos negocios de rubros varios, y durante ese lapso la población estable ha crecido en un cincuenta por ciento. A unos 80 kilómetros de allí, impertérrito, el glaciar Perito Moreno ofrece su gélida justificación de los hechos.
El trayecto hacia el glaciar, aunque uno haya decidido visitarlo en excursión lacustre, implica un tramo terrestre que va serenando los ánimos. La estepa impone su silencio, y los cóndores y las avutardas cruzan un cielo que no parece real de tan inmenso.
Después, la incredulidad es tan inevitable como pasajera: uno está a bordo del barco que, le han dicho, le permitirá ver el glaciar desde el agua y muy cerca, y no puede dejar de sospechar que esas masas de hielo que ve allá a lo lejos terminarán por defraudarlo, como un niño que descubre que no todas las montañas miden tres mil metros de altura y terminan en un vértice perfecto.
El barco avanza por el canal de los Témpanos y todo -el agua, el cielo, las nubes, el hielo- empieza a ser de un color plomizo, azulado, metálico, y confirma esa intensidad tan marcada de color que hay en la Patagonia -un lugar que es, al contrario de lo que suele decirse, mucho más policromado que gris.
El barco sigue su rumbo y en la superficie del lago empiezan a aparecer los fragmentos de hielo que se van desprendiendo del glaciar.
Ellos explican aquello de que el glaciar Perito Moreno está en retroceso: es mayor la cantidad de hielo que el glaciar pierde que la que recibe de las altas cumbres, y esa proporción es la que lo ubica en tan triste derrotero.
Algunos fragmentos son chicos y otros, magníficas moles que se vuelven más celestes y porosas a medida que los ojos se acercan.
Los témpanos empiezan a multiplicarse y el agua a enturbiarse por la leche glaciaria, es decir, los sedimentos que el glaciar arrastra en su paso por las montañas. Y la indiferencia del incrédulo a suspenderse: el barco ha quedado reducido a un tamaño de maqueta por la proximidad del glaciar, un muro de hielo con final escarpado.
La embarcación se acerca todo lo que las medidas de seguridad le permiten y uno empieza a sospechar que tal vez es cierto aquello de que todas las montañas medían tres mil metros de altura.
Otras vistas, otros ángulos
También se puede observar el glaciar desde las montañas que lo enfrentan. Aquella misma cautela del barco en acercarse al glaciar es la que explica la existencia de las pasarelas -largos pasadizos con barandas de madera-, que permiten mirar el glaciar muy de cerca sin ser arrastrado al agua por la violencia de un desprendimiento, como alguna vez ocurrió.
Numerosas personas caminan entre las pasarelas, otros se sientan en alguno de los descansos que las interceptan.
Un grupo de personas de la tercera edad -¿alguna otra vez el arte del eufemismo ha llegado tan lejos?- grita como si fueran de la primera edad, todos tratando de decir la frase más divertida en el video que están grabando para después mostrárselo al único amigo del grupo de siempre que esta vez no ha podido venir de vacaciones con ellos.
El que filma ni siquiera ha tenido el recaudo de ubicar al glaciar de fondo.
Otros esperan, tratando de invocar a alguna deidad improvisada para que se produzca el silencio, y algún desprendimiento. El segundo ocurre: en un momento dado se escucha un chasquido profundo y de inmediato se ve cómo un gran fragmento de hielo se separa del glaciar para caer al agua y flotar, como esculturas de telgopor, entre los barcos que merodean.
Por un segundo todo parece estallar: el glaciar, los oídos, un micromundo en disolución para que uno lo vea paso a paso.
Visión inolvidable
El mínimo resto de incredulidad también estalló; no hace falta tener la veneración por la contemplación de la naturaleza de un poeta romántico para conceder que un desprendimiento del glaciar es algo para recordar. Realmente: palabra de persona incrédula.
Incluso las pasarelas, más allá de su función de seguridad, hacen que esa contemplación de la naturaleza vire hacia el espectáculo: uno se encuentra observando un fenómeno natural -en el cual, además, existe el movimiento de los desprendimientos- como una representación que tiene lugar en un auditorio abierto.
Caminata lunar
El proceso de acercamiento al glaciar culmina con las caminatas que pueden hacerse sobre su superficie -con guías en el horizonte y grampones en los pies. Desde el puerto Bajo de las Sombras se cruza el brazo Rico del lago Argentino para llegar al refugio desde el cual parten las caminatas por el Perito Moreno.
Los veinte minutos iniciales están bien lejos del hielo: se atraviesa un bosque magallánico en el que abundan los ñires, las lengas y los guindos.
Los senderos son estrechos y escurridizos, aunque nunca alejan a los caminantes de las márgenes del lago, que aparece siempre allí, al costado del camino.
Cuando el bosque se abre y queda atrás, el glaciar hace su presentación. Allí, los guías reparten los grampones y las indicaciones.
Sólo el ascenso inicial es empinado; después, en las dos horas que dura la caminata sobre el glaciar, la impresión es más bien contraria: hay que cuidarse de no caer, de no rodar. El vértigo, en esos casos, cubre la dosis de adrenalina que cualquiera celebra; nunca se convierte en pánico.
Cuando ha pasado un rato y el frío persiste, puede ocurrir que un guía ofrezca una petaca de whisky, gesto que lo eleva a la categoría de guía espiritual.
La superficie sobre la que se camina es tan porosa como se observa desde el barco, cuando flota segmentada en el lago.
De pronto lo único que se ve es esa ondulación gélida y el cielo encima, como un arco protector; y una simbiosis entre ellos: por momentos ambos se ven celestes, luego viran hacia un gris plomo. Como si se produjera una saturación de elementos: un mundo conformado por una única materia en la que sólo uno es distinto: un espejismo de grandeza que ninguna víctima de la vanidad humana se atrevería a desdeñar.
Datos útiles para llegar por tierra o por agua
- Excursión lacustre: se parte desde Puerto Bandera y se navega aproximadamente seis horas por las aguas tranquilas del lago, con vista al bosque andino patagónico. La excursión consta de dos desembarcos: el primero en Bahía Toro, donde hay una magnífica cascada, y el segundo frente a cerro Mayo, que mide más de 2000 metros y consta de glaciar homónimo. Luego se navega hasta la cara norte del glaciar Perito Moreno, donde se llegan a ver sus paredes más altas.
Por dicha excursión, comunicarse con René Fernández Campbell (0902) 91155/91428. Tarifa completa: $ 92 (incluye traslado); menores de 10 años, gratis.
- Excursión terrestre: se recorren 80 kilómetros que combinan la estepa patagónica, habitada por especies animales autóctonas -guanacos, zorros, ñandúes-, con el bosque andino patagónico, poblado por especies vegetales típicas -lengas, notros y ñires. Desde la Curva de los Suspiros se tiene la primera vista frontal del glaciar, y luego se accede hasta el mirador, donde están las pasarelas desde las cuales se puede tener maravillosas y prolongadas imágenes del glaciar.
Para estas excursiones, dirigirse a Empresa Los Glaciares (0902) 91753. Cal Tour (0902) 91842/91368. Interlagos (0902) 91018/91175/91179.
- Paseo sobre el glaciar: se parte desde el Bajo de las Sombras, puerto ubicado a 8 kilómetros antes de llegar al glaciar Perito Moreno. Desde allí, en un bote inflable, se accede al refugio donde aguardan los guías que lideran la caminata, de una hora y media de duración. Se recomienda el uso de zapatillas, anteojos de sol y camperas impermeables.
Para el trekking sobre el glaciar, comunicarse con Hielo y Aventura SA. Telefax: (0902) 91053. Tarifa completa (incluye transporte terrestre): 80 pesos.