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 • HISTORICO

Puerto Vallarta, donde el sol tiene asistencia perfecta

En el estado de Jalisco, los patasaladas, sus habitantes, aseguran que la ciudad tiene clima ideal durante todo el año, que es la más hospitalaria y la más mexicana del país... Será cuestión de probarlo




PUERTO VALLARTA.- Cae la tarde en la bahía de Banderas. La playa del Crowne se ve solitaria. Poco queda de los turistas chamuscándose al sol, buscando el bronceado eterno en las reposeras del hotel. Apenas unos pocos de los vendedores ambulantes vestidos de blanco, que merodean buscando hacer la última venta del día: sombreros y vestidos de esos sólo ponibles a más de mil kilómetros de casa y en contexto playero, bijouterie de todo lo manualmente tallable -piedra, madera, plata y caracol, como mínimo-, y hasta tatuajes temporarios o masajes a la orilla del mar.
La excepción es un sector en el que chicos y grandes por igual se asoman en círculo alrededor de los guías y rodean los grandes baldes. Adentro, cientos de tortugas bebes aletean en cámara lenta, ajenas a las miradas curiosas. Nacieron hace pocas horas, pero su destino comienza en pocos minutos cuando, liberadas por turistas entre emocionados y ansiosos, al fin toquen el agua que no olvidarán por el resto de sus vidas. Ese mar, su textura, olor, temperatura, quedará grabado en su memoria como una huella dactilar, y a estas mismas costas volverán en una década -siempre entre julio y diciembre-, ya adultas y multiplicadas en veinte veces su tamaño para desovar y, así, perpetrar el ciclo y la especie.
Uno de los voluntarios posa una tortuguita sobre la palma de su mano y ella apenas aletea, intentando defenderse como en un acto intuitivo y de supervivencia. Como todas las otras que esperan en el balde hacia su destino en el mar, es de la especie Olive Ridley, o golfinas, como le llaman por estos lugares, porque suponen que desde las costas de Puerto Vallarta siguen viaje hacia el golfo de México. Para esta actividad -que además de colaborar en la preservación de la especie es ya un clásico de varias playas de la zona- se elige el momento más impactante del día: el atardecer. Lo que principalmente es para despistar a las aves predadoras resulta un espectáculo aún más conmovedor, cuando el cielo de Puerto Vallarta se enciende, como en llamaradas, virando del rojo rabioso al fucsia inexplicable, para finalmente arder e ir desintegrándose de a poco, hasta tocar el mar. Hasta que el próximo día vuelva a empezar.

Una vuelta por el Malecón

Puerto Vallarta está en el corazón del Pacífico mexicano, dentro del estado de Jalisco, tierra del tequila y los mariachis. Descansa justo sobre la bahía de Banderas, la más grande de México, y una de las más grandes del mundo. Su malecón, es pura poesía: dos kilómetros para caminar mirando, en forma alternada, el horizonte sobre el mar, o la ciudad con alma de pueblo colonial que se levanta sobre las sierras, entre callecitas adoquinadas.
El recorrido fue remodelado por completo el año último y está salpicado de esculturas de distintos artistas plásticos, que legaron una verdadera galería de arte al aire libre a la bahía. La más famosa, la del caballito de mar, es además el ícono vallartense. Lo que no todos saben es que la obra actual es réplica de la original, que fue arrastrada por el huracán Kenna en 2002. Recuperada tiempo después, está en las costas del extremo sur de Playa los Muertos, la más popular de la ciudad.
Si a los nativos del Distrito Federal les dicen chilangos, el apodo de los vallartenses es patasalada. Según dicen ellos son el pueblo más mexicano de todos y el del clima ideal, con 350 días de sol por año. También se jactan de ser la ciudad más hospitalaria del mundo -hasta fue reconocida como tal por Conde Nast Traveler-, y no es difícil entender por qué. Ya sea porque el tiempo pasa más despacio en las costas de los atardeceres perfectos o porque aquí las preocupaciones pueden esfumarse en cuestión de segundos con sólo mirar el mar, los patasalada siempre tienen una sonrisa bien dispuesta, que acompañan con el tono entre cansino y relajado, tan de la zona.
Como el de Tomás, el vendedor de tuba, la bebida típica y refrescante hecha a base de agua de palmera, azúcar, manzana y un picadillo de nuez y almendras delicioso. Su versión es de autor, porque dice ser el único que, además, le agrega kiwi. En el mismo rincón esperan otros vendedores ambulantes, con vasitos llenos de elote -choclo en grano, que se come con cucharita-, plátano frito y licuados de frutas tropicales. Para el alcohol están los bares que miran a la playa: El Bebotero o Mandala son dos de los más famosos y prometen baile hasta el amanecer. Allí hay que probar las micheladas y animarse una vez más al picante mexicano: se trata de cerveza con chile, coronada con ceviche de camarones. Sí, todo en un mismo vaso.
Desde la Plaza de Armas, donde los domingos se baila el danzón, se ve la que es, definitivamente, la postal más famosa de Vallarta: la cúpula de la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe. En pie desde hace casi un siglo, su corona es una verdadera joya, que mira como eterno vigía hacia el mar. Al final del Malecón espera el nuevo muelle, inaugurado a principios de este año. No pasa desapercibido, haciendo un contraste demasiado moderno con el estilo colonial del resto de la ciudad. A la noche se ilumina con un juego de luces de colores, pero por la tarde, la sorpresa es más natural: hipnotizan los pelícanos haciendo picadas y estrellándose en el mar para conseguir su comida del día.
Avanzando un poco se llega donde el río Cuale se une con el mar, y se puede ingresar a una pequeña isla que es un encanto. Se atraviesa caminando y el río la bordea de ambos lados, entre un mercado de pulgas, un pequeño museo, un centro cultural y varios restaurantes.
Para esta altura del recorrido, la humedad y el calor vallartenses son una realidad que sólo puede olvidarse por unos segundos por las otras sorpresas que aún depara el paisaje. Un puente artístico, revestido con cerámicas de colores, une la isla con el pueblo nuevamente, en la zona del Gringo Gulch. Callecitas empinadas, casas lujosas y antiguas, todas con nombres curiosos. Quizá la más llamativa es la casa Kimberly, que tiene un puente que cruza la calle, uniéndola con la casa de enfrente. Pero su fama no se debe sólo a eso: fue la propiedad que Richard Burton le regaló a Elizabeth Taylor mientras filmaban allí La noche de la iguana. Era 1963, hace 50 años, y esa casa marcó para siempre uno de los affaires más famosos de la historia de Hollywood, y a su vez selló a Puerto Vallarta como un escenario eternamente romántico.

Tirolesa en la selva

En este destino de playas maravillosas también es posible dejar el relax en el mar cristalino por un rato y cambiarlo por adrenalina desmedida y verde selva. Hay que destinar una jornada completa, que comienza en la Marina Vallarta, donde una lancha transporta hacia la punta opuesta de la bahía, en dirección sur, en Cabo Corrientes. Allí, ya en pleno paisaje montañoso -propio de la Sierra Madre Occidental- espera un sacudón por tierra de media hora en unimog, que sigue a lomo de mula y ya con equipo completo: arnés de seguridad, casco, remera de neoprene y zapatillas de agua. Lo que vendrá es una verdadera montaña rusa ecológica, de la que nadie se salvará de salir empapado y con todas las emociones a flor de piel.
Revive las mismas sensaciones que se viven en un juego mecánico, pero en forma totalmente natural. El circuito incluye nueve tirolesas, dos circuitos de rapel en diagonal -uno en la roca, otro en caída libre-, toboganes de agua y una serie de puentes colgantes. La decisión hay que tomarla al principio y con coraje, porque el circuito no tiene vuelta atrás ni se puede saltear ninguna de las postas. Algunos datos que quizás es mejor no preguntar antes si se sufre de vértigo: la tirolesa más larga tiene 280 metros, y la que está a mayor altura se eleva por sobre los 80. La sorpresa llega al final, porque la última, de 200 metros de largo y a 45 de altura, se hace de cabeza.

La playa del amor

La aventura por agua es a casi 40 kilómetros de Puerto Vallarta, en lancha y no apta del todo para estómagos sensibles. Pero todo lo vale para la maravilla natural que espera en las islas Marietas, un verdadero santuario ecológico. Jamás habitadas, antes de la conquista esta masa de granito y roca volcánica fue zona de sacrificios; después, refugio de piratas y hasta antes que Jacques Cousteau distinguiera su gran valor y buscara preservarla, la naval nacional hacía pruebas de fuego allí.
Finalmente, las islas fueron declaradas Reserva de la Biosfera por la Unesco, y hoy se cumplen todas las condiciones para proteger al máximo el ecosistema marino: está prohibida la pesca y sólo unos pocos operadores pueden realizar las excursiones, que parten desde la Marina de Vallarta o del pueblo que está justo enfrente, Punta de Mita. La experiencia es única: se puede hacer snorkel en los arrecifes que las rodean, y nadar en las aguas cálidas y color esmeralda, junto a peces de colores como el trompeta, el cirujano amarillo o el ángel rey, y otras especies como pulpos, mantarrayas y erizos.
A la posibilidad de ver tortugas y delfines entre diciembre y marzo, también se suma el avistamiento de ballenas jorobadas, que llegan a esta zona para alimentar a sus crías. El otro espectáculo es el alcatraz patiazul o pájaro bobo, un ave de patas inconfundiblemente azules que de bobo no tiene nada: elige sólo dos lugares en el mundo para vivir, uno es en las Galápagos, el otro en Marietas. "El mar es de tomar decisiones", dice Charly, el veterinario e instructor del tour. Con ese mensaje impulsa a tomar aire y nadar rápido dentro de una cueva, en los pocos segundos en los que baja la marea. Hay que atravesar un pasadizo angosto entre la roca y el mar, que termina siendo un puente entre el océano abierto y lo que él llama su oficina. La recompensa al asumir el reto es grande: es la única forma de ingresar a la playa del amor, como le llaman a una pequeña costa de arena blanca que se armó en el interior de la isla y quedó encerrada como en una bóveda, por el colapso de alguna de las paredes de roca.
El escenario es tan mínimo como idílico. Para salir habrá que volver a esperar que la marea baje, llenar los pulmones y atravesar la cueva. El secreto: evocar una y otra vez la imagen de ese lugar paradisíaco, que hizo superable cualquier mínima claustrofobia al entrar. Afuera esperará de nuevo el horizonte eterno de Puerto Vallarta, alineado con el mismo mar de decisiones del que hablaba Charly. Hasta el océano toma las propias, cuando cae el sol y renueva la esperanza de crear otro atardecer inolvidable.

Datos útiles

Cómo llegar. Aeroméxico: ofrece vuelos directos Buenos Aires-Ciudad de México desde US$ 1720. Desde allí son menos de dos horas hasta Puerto Vallarta, desde US$ 360. www.aeromexico.com
Cuando ir. La temporada alta: es desde fines de octubre hasta febrero, aunque su clima siempre cálido lo hace un destino apto para visitar durante todo el año.
Dónde dormir. Hotel Crowne Paradise: es un todo incluido con servicio personalizado, frente a la zona hotelera norte, a diez minutos del aeropuerto y quince del centro de la ciudad. Ofrece variadas opciones gastronómicas (desde la típica cocina mexicana, mediterránea, asiática hasta internacional), piscinas, actividades de recreación y vistas perfectas a la bahía. Crowne Paradise Golden es sólo para adultos, y Club, su versión vecina, está adaptado para familias. Desde US$ 225 la habitación familiar de dos adultos y dos niños (menores de 12 años no pagan). www.crownparadise.com
Qué hacer. Snorkel en la isla Marietas y nado hacia la playa del amor. Las excursiones se hacen tres veces por semana, de 9 a 14. Por persona, US$ 55. www.ecoexplorer.com.mx Tirolesa en las alturas. Vallarta Adventures ofrece la Outdoor Adventure, una montaña rusa ecológica, con nueve circuitos de tirolesa, toboganes de agua y rappel. US$ 100 por persona. www.vallarta-adventures.comEl barco pirata. Sale de día y de noche, pero definitivamente navegar en este galeón que se construyó según los planos de la Santa María de Cristóbal Colón tiene su magia cuando cae el sol. La navegación incluye un show muy divertido, cena y barra libre, y culmina con fuegos artificiales en el mar; US$ 95 por persona. www.pirateshipvallarta.com Estero Salado. Es un estero urbano, a minutos del centro de la ciudad. En una excursión de poco menos de dos horas se puede navegar entre los manglares y aprender de la flora y fauna locales, que incluye cocodrilos. También hay un reptilario. Ideal para ir en familia, US$ 23 adultos, US$ 8 menores. www.esterodelsalado.org Hacienda Doña Engracia. Fábrica de tequila, restaurante y bar, en el ámbito de una típica hacienda mexicana. Además de conocer el proceso tequilero se pueden hacer excursiones por la zona. La más divertida, cabalgatas atravesando el río, que según la altura termina siendo una experiencia de nado con caballos árabes. www.haciendadonaengracia.comDónde comerVista Grill. Es un restaurante de alta cocina, con una vista privilegiada desde la sierra hacia el mar, justo al lado de la iglesia de Guadalupe, en Colonia Altavista de Puerto Vallarta. www.vistagrill.com Restaurante La Leche. Cocina de mercado, visceral y de autor, sin reglas. En un contexto divertido y minimalista -todo es blanco y las paredes están revestidas, íntegramente, por latas de leche-, el menú cambia a diario, a gusto de su chef, Alfonso Cadena. www.lalecherestaurant.comLa Palapa. Buena carta a orillas del mar, justo al lado del muelle. Especialidad en mariscos y pescados. Imperdibles los camarones Palapa, especialidad de la casa, con salsa de guanábano, puré de papa y maíz. www.lapalapapv.com
Otros imperdibles. Los camarones con salsa de mango son la especialidad de la zona y el guachinango es el pescado local. Para el postre, el café flameado es un show aparte, y se sirve en muchos restaurantes y hoteles. La base es el licor Kahlúa con un toque de cointreau -también hay versiones con amaretto o tequila-. El espectáculo es cuando el mozo lo prende fuego y destila llamaradas azuladas y aroma a caramelo.

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