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 • HISTORICO

Recital pasado por agua

En Colombia, un homenaje a Gardel que desafió al mal tiempo




El contrato que esta vez me llevó hasta Colombia y Venezuela surgió a causa de los festejos por el aniversario de la muerte de Carlos Gardel, que realizarían justamente en el aeropuerto Olaya Herrera, en el sudoeste de Medellín, donde ocurrió el accidente mortal de nuestro máximo ídolo.
Viajé con Silvia, mi mujer, y dos de mis hijos, Lucila y Leandro, con la firme promesa de que luego de mis actuaciones en Medellín, Santa Fe de Antioquia y otros destinos previstos para la gira, los llevaría de vacaciones a la isla Margarita, en Venezuela, uno de nuestros lugares (con Silvia) preferidos por siempre.
Sin embargo, no fue tan sencillo completar el tour que nos conduciría a las vacaciones, ya que en el camino nos pasó de todo.
Primero nos hicieron bajar de un avión por problemas eléctricos y posible incendio, un contratiempo sugestivo por tratarse de un viaje para conmemorar el aniversario de la muerte de Gardel.
Una vez subsanado el problema, mi hijo Leandro no quería volver a subir a otro avión, y lo tuvimos que llevar prácticamente esposado y atarlo con dos cinturones al asiento para no perder el vuelo. A pesar de eso, hizo entrar en pánico a todos los pasajeros cuando repetía sin parar: "¡Acá hay olor a quemado!", y pedía que lo bajen del avión. Finalmente, bajo amenaza de desheredarlo, soportó continuar el viaje, lorazepam mediante también.
Así llegamos al Olaya Herrera, donde unas 10.000 personas se habían congregado en un anfiteatro en la parte exterior del aeropuerto, al aire libre, para disfrutar de los festejos bajo un cielo maravillosamente estrellado.
Yo haría el cierre del espectáculo. Sin embargo, apenas transcurridos 30 minutos del evento se vino un palo de agua, como se conoce en el Caribe a esas tormentas que llegan sin aviso, para arrasar con todo.
Si alguien que lee esta columna me conoce, sabe que no me entrego así de fácil. Por eso, mientras los organizadores del evento sufrían por las inclemencias del clima, el público aún quería resistir y buscaba refugio para permanecer en el lugar. Tomé el micrófono y pedí a todos aquellos que quisieran seguir disfrutando del show que entraran a las instalaciones del aeropuerto con capacidad para 5000 personas, es decir, la mitad de la capacidad del anfiteatro exterior. ¡Para qué! El resultado fue terrible y maravilloso a la vez. De inmediato el público ingresó y colmó la capacidad del aeropuerto.
La gente tenía tanta buena onda que se acomodaba en cualquier espacio y con toda educación. Así, junto a mis músicos, mi hija Lucila y la increíble predisposición del público brindamos, creo, unos de los recitales más espectaculares y memoriosos de toda mi carrera, nada menos que para homenajear a don Carlos.
Epílogo: los Juárez tomando sol en el hotel Hesperia de Playa el Agua, Venezuela, bajo los efectos del bahama mama -un trago riquísimo-, volando en parapente o remando en kayak.
Por Rubén Juárez
Para LA NACION
El autor es bandoneonista y cantor de tangos.

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