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 • HISTORICO

Reflexiones en Auschwitz




En 1945, cuando apenas contaba con 7 años y hacía muy poco que había finalizado la Segunda Guerra Mundial, vi llorar a mi padre desconsoladamente. La impresión obviamente fue muy fuerte y -sin saberlo en ese momento- me marcó para el resto de mi vida. Mi madre luego nos explicó que mi padre se enteró de que no había esperanzas de encontrar con vida a su familia, que había quedado en su aldea natal, Pinsk, en Polonia, antes del estallido de la guerra. Con el tiempo supe que los que no sobrevivieron fueron mi abuela, una tía, su marido y dos pequeñas hijas, y seguramente algunos otros parientes.
Las caprichosas circunstancias del destino determinaron que el 4 de junio de 2011, día en que se cumplían 103 años del natalicio de mi padre, yo arribaba a Varsovia a cumplir con una asignatura pendiente: recorrer Polonia. Habíamos contratado un tour y esperaba un numeroso grupo de personas, pero inesperadamente éramos solo 4: Alicia y yo y una pareja de Brasil, además de nuestro guía chofer, Jorge o Iurek en polaco, por lo cual afortunadamente el multitudinario tour se convirtió en uno casi privado.
Iurek es uno de esos extraños, simpáticos y queribles personajes que uno encuentra por el mundo. Cuando lo vi, creí que estaba ante un clon de Albert Einstein, de mediana estatura, su agilidad y paso firme no denotaban sus 67 años. Su pelo totalmente blanco y absolutamente rebelde, sus bigotes y unos anteojos calzados en la punta de su nariz, eran un vivo retrato del famoso científico.Había aprendido español en Polonia, pero lo perfeccionó al enamorarse de una española con la cual se casó y vivió 6 años en Barcelona.
Rápidamente establecimos una secreta comunión, sobre todo cuando le conté mi interés en este viaje y cuando le dije que mi padre era de Pinsk. "¡De Pinsk!", exclamó él. "¡De Pinsk es mi suegro !"
De la mano de Iurek recorrimos las calles del gueto de Varsovia, los restos del muro, el monumento homenaje en Mila 18 a los héroes de la insurrección del ghetto, sus sinagogas, Cracovia, la fábrica de Schindler, los lugares donde se filmaron escenas de la película, su ghetto, el lugar desde donde se deportaron más de 60.000 judíos a los campos, y muchos otros sitios de interés histórico.
Al fin, el 9 de junio llegamos a Auschwitz. Lo había visto en tantas fotos, documentales, películas, y ahora estaba ahí, debajo del arco de hierro con la inscripción Arbeit macht frei (El trabajo los hace libres). Ingresamos al campo. El cielo era gris plomizo y de a ratos había una leve llovizna. Nos integramos a un pequeño grupo de habla hispana con una guía del museo.
La mayoría de las cosas las conocía, aunque otras nunca las había oído mencionar. Entre ellas las celdas de castigo, donde colocaban a cuatro prisioneros en un espacio de un metro cuadrado durante semanas. Pero lo que más me impresionó es la inmensidad de Auschwitz Birkenau: 191 hectáreas, más de 300 barracones originales y cientos que fueron destruidos, cuatro cámaras de gas y cuatro hornos crematorios, mas de 13 kilómetros de vallado con alambradas electrificadas, 10 kilómetros de caminos y 2 de vías férreas.
No se puede dimensionar todo ello sin estar ahí, no alcanza con el conocimiento y la imaginación. No eran algunas barracas y una cámara de gas, era una infernal maquinaria al servicio de la aniquilación y la muerte.
En esa mañana fría y desapacible, el grupo se fue retirando y me quedé solo. Busqué la placa escrita en hebreo y coloqué una piedra sobre ella -es el homenaje de los judíos-, toque el frío mármol y comencé a sollozar, porque volvió a mi la imagen de mi padre llorando. Sentí que este homenaje era por él, por mi familia y por los millones de personas que murieron en éste y otros campos.
Alicia, comprendiendo el momento, me esperaba sola a poca distancia. La alcancé y empezamos a desandar la calle, con los ojos llorosos, pero con una gran tranquilidad. Había cerrado un capítulo de mi vida.
En la camioneta y ya de regreso, Iurek dijo: " Después de haber visto todo esto, ¿alguna pregunta?". Y yo respondí: "Preguntas tengo varias, pero lo que no hay son respuestas". Iurek asintió con la cabeza y en silencio emprendimos el camino a Varsovia.
Horacio Perechodnik

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