Mayo 2012. Roma, Venecia, destinos de ensueño para cualquier viajero, pero ninguno tan anhelado como un viaje al Piamonte, Lombardía y Piacenza, tierra que los bisabuelos murieron soñando volver a ver ...y ahí fuimos, más peregrinos que turistas con mi esposa y su padre. Un completo viaje al corazón, que se inicia transitando las calles y montañas de Génova, de donde partieron todos a nuestra América, cruzando montañas por viaductos alucinantes y el asombro de un Piamonte sin montañas a la vista, en una llanura padana que resultó igual a la pampa gringa a la que vinieron los nonnos (¡con razón tanto piamontés en Córdoba y Santa Fe!). Y luego subir hacia un valle glaciario que enmarcan los Alpes.
¡Al fin las montañas del Piamonte!, con pueblitos colgando de las laderas. Me di cuenta de que los conocía de los relatos de la infancia con los que mi abuela poblaba nuestra imaginación, recordando una tierra que ella sólo conoció por medio de lo que su mamá le contaba también. Settimo Vittone, sobre la via Francigena casi ya llegando al Valle D’Aosta, montañas nevadas en primavera, cascadas alucinantes que descendían en picada, viñedos en terrazas sobre caminos entre casas de piedra y techos de lajas que emocionaban a nuestros ojos asombrados. Luego de valles y vallecitos escondidos encontramos allá arriba, al final del camino en la montaña, un caserío y un puente, todo de piedra, de cuentos de hadas, con leyendas de romanos.
Y los ojos y el alma que no tienen descanso, se vuelven a asombrar en la Lombardia en el Cernobbio natal de otro nonno, en el lago di Como, por villas y hoteles de ensueño que él mismo pudo ver antes de que alguna miseria los enviara lejos de esas montañas. Y recorrer, luego tras unos pocos kilómetros, de vuelta la llanura hacia Piacenza y descubrir Busseto, tierra natal de Verdi, pero también de los abuelos de mi esposa, y allí sí, gracias a un certificado de 130 años con domicilio del nacimiento incluido, que buscamos por años y que increíblemente apareció de la nada un día antes del viaje pegado a Villa Verdi en Via Santa Agatta, la casa natal de los nonnos, y muy, muy cercano, un viejo cementerio donde al recorrer las lápidas centenarias vimos lo que en general no vimos nunca aquí.
Eran muchas, como esperando nuestra visita y nuestro respeto, tumbas con los apellidos de la familia y de amigos, del siglo XIX… Ya, finalmente, de una vez por todas, a miles de kilómetros de la Argentina sentir en el pecho esa sensación única que se tiene al llegar a casa después de un largo viaje, habíamos arribado a lo largo de cada uno de centenares de kilómetros del norte de Italia a nuestra otra casa, al hogar ancestral...
Eduardo Quinteros Frigerio