"En general no viajo mucho porque suelo estar muy entretenido", dice Ricardo Plant, responsable de la ambientación y del asesoramiento de lugares como Clásica y Moderna, Big Mamma, y el Grill del hotel Alvear, entre otras cosas.
"O lo hago por trabajo, como me ocurrió hace diez años, cuando fui a Jujuy por primera vez, convocado para hacer la ambientación de un hotel."
Ricardo P. tenía una devoción previa por Jujuy, era un lugar que sabía que le iba a gustar porque ya lo tenía imaginado al detalle -como ha dicho un pensador francés, sólo se miran con pasión estética aquellos lugares que primero se han visto en sueños-. "Siempre tuve una especial atracción por el Norte, y Jujuy me confirmó mucho de lo que imaginaba: un lugar inmerso en ese silencio seco, tan lleno de misterio.
"Mi primer arribo fue muy gracioso. Yo iba a trabajar al Gran Hotel Panorama, donde ahora estoy haciendo un nuevo trabajo, que era propiedad de una gran familia jujeña."
Como en una película
"Cuando llegué al aeropuerto fui recibido por gran parte de la familia, aunque no por el padre, que se había quedado en su casa. Cuando llegaron mis valijas, el hijo lo llamó por teléfono y le dijo lo llevo para allá ; yo me sentí en medio de una película que transcurría en Sicilia.
"Les propuse hacer un trabajo que recuperara la identidad de la zona, trabajar sobre la base de barracanes, picotes, utilizando ollas de barro como parte de la ornamentación y mucha madera de la zona, mora, nogal. Les propuse hacer un hotel bien jujeño, porque creo que la arquitectura y la decoración deben rescatar la vida de un lugar.
"Estoy tan acostumbrado a viajar por la Argentina y despertarme en hoteles que son todos iguales; salvo honrosas excepciones, no sé si estoy en un pueblo patagónico o en la Mesopotamia.
Y realmente esos bordados y voiles me hacen daño; es como si no importara quién llega al hotel ni mucho menos quién recibe. A mí me interesa desterrar el híbrido y componer un clima."
Más allá del centro
Por ese intento de rescatar lo jujeño, Ricardo P. viajó mucho por el interior de la provincia. Humahuaca le demostró que la identidad de un lugar no siempre es tan homogénea o previsible: estaba completamente nevada.
"Después fui a Purmamarca, un pueblito muy chico y maravilloso; es como vivir dentro de una vasija de barrro con el sol adentro, con un cielo que se ve con todas esas imperfecciones del barro. Los colores son muy vivos, variantes del terracota, sobre todo.
"Una experiencia que recomiendo a todo aquel que visite el lugar es esperar el amanecer en Purmamarca, porque se ve realmente cómo los colores de todas las cosas van cambiando cada cinco minutos.
"El lugar entonces adquiere una extraña forma de dinamismo, un movimiento en la quietud más absoluta.
"Esos amaneceres son un privilegio también por otra razón: Purmamarca cuenta con sólo dos habitaciones para ofrecer como hospedaje, y es verdaderamente difícil que no estén tomadas con antelación. Una es la del restaurante que está frente a la plaza, donde se comen unas empanadas y un locro increíbles; otra es lo de Yolanda."
En el recorrido de Ricardo P. hubo también esos pueblos ínfimos que los viajeros curiosos tienen como perlas: desconocidos, desiertos.
En uno de ellos, Juella, su amigo Ferrán, un artista plástico español, tiene un estudio todo de adobe, con horno de leña y sin luz ni agua.
Dice Ferrán que va a trabajar allí porque Tilcara, su lugar de residencia, le parece muy tumultuoso.
Ir por ir
Al otro, Iruya, se tarda cinco horas en llegar desde Jujuy capital, aunque sólo quede a unos cincuenta kilómetros, debido a las dificultades y la belleza del camino. "Iruya es un lugar al que hay que ir por ir, no por llegar.
"Ese camino es algo impresionante: esa soledad infinita en la que de pronto irrumpe una muyer colla como si fuera una aparición, simplemente pasa en silencio, ignorándolo a uno por completo, que se queda ahí preguntándose de dónde salió y adónde va.
"Se entra en una dimensión realmente distinta."
Una mañana, después de haber dormido en el único cuarto de hotel que Iruya tiene para ofrecer -"un cuarto de Van Gogh: enorme y con una lamparita colgando"-, Ricardo P. se levantó al alba y fue a sentarse frente a la iglesia del pueblo.
De pronto vio una procesión multicolor que caminaba hacia la iglesia y descubrió rápidamente que era pagana: iban todos con bolsos y valijas, con jaulas y animales, a esperar el colectivo que suele parar en esa misma esquina.
"Me dijeron que el colectivo llegaría seis horas más tarde, y después de un estupor inicial, pensé que en definitiva yo también voy al aeropuerto desde la mañana aunque mi avión salga a cualquier hora de la tarde."