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 • HISTORICO

Safari: de Namibia a Zimbabwe

Diez días en camión y diez noches en carpa para vivir una experiencia única entre leones, elefantes, jirafas, un sol intenso, mucho calor y la sagrada sombra del baobab




WINDHOEK, Namibia.- ¿Cómo este país no se derrite con tanto calor? Eso me pregunté el primer día de viaje, en Namibia. Pero el quinto, en Botswana, será peor y el décimo al mediodía, en Zimbawe, sentiré que el camping está a orillas de un incendio. A partir de aquí el agua de lluvia es un recuerdo y el agua para tomar, una necesidad, una alegría, un gasto, la vara que mide el umbral de mezquindad y generosidad de las personas. Si alguien llega a tener agua fría sabrá lo que es el poder. A partir de ahora, el agua es todo. Tanto, que la moneda de Botswana se llama pula y pula significa agua potable. Agua de lluvia se dice metsi, pero casi nunca se dice. Quizá por eso la marca de agua mineral más popular es Metsi. Para pronunciar la lluvia. Aunque sea.
Empezó el safari de diez días en camión y con carpas. Y si bien es en Africa, a veces a uno le da la impresión de estar en el colegio. Con maestros, en este caso Sawa Kurima y Lovemore Sibindi, los guías negros, y una docena de compañeros, básicamente parejas de ingleses y alemanes de entre 22 y 43 años, con impecable look en tonos de caqui.
Esta parada dura quince minutos y hay tarea al punto del estrés: caminar diez cuadras, cambiar dólares (namibios), comprar cinco litros de agua y volver al camión. Rápido: a las 5 de la tarde les dan de comer a las cheetas en el camping de Gobabis y nadie quiere perdérselo, ¿no? Ah, son las 2 y todavía faltan 200 kilómetros.

El más rápido

En Africa se habla de cheetas y leopardos como en otros sitios se nombran gatos y perros. Pero mejor aclarar: el guepardo o cheeta es el mamífero terrestre más rápido del mundo. Cuando corre a sus presas (antílopes, cebras) acelera hasta 105 km por hora.
El camión es marca Man y está preparado como tanque de guerra. Una guerra sofisticada, claro. Lleva buenas carpas, colchones y víveres, que incluyen yogur, cereales y varias mermeladas. El acoplado tiene asientos cómodos, tres salidas de emergencia y ventanas enormes. Menos mal: hay días de ruta de la mañana a la noche.
El paisaje del oeste de Namibia es amarillento y plano. También, árido, espinoso y con un árbol parecido al algarrobo. Las rutas principales de esta zona son mejores que las argentinas, más nuevas, con banquina y poco tránsito. Casi no se ve gente. Namibia tiene apenas dos millones de habitantes y Botswana, todavía menos. En Zimbawe son trece millones y están a punto de estallar, rezando para que termine el régimen de Robert Mugabe, presidente desde hace 25 años; hay elecciones, pero se usa la violencia para intimidad a los votantes.
Esto último me lo cuenta Lovemore Sibindi, mientras pisa el acelerador para llegar a Gobabis antes del horario de comida de las cheetas.
Lovemore y Sawa son de Zimbawe, donde termina este viaje. Dentro de diez días, en las cataratas Victoria, la capital de la aventura del sur de Africa. Curiosamente, a pesar de estar en un país en pleno caos social -falta de agua y combustible, inflación y cortes de luz-, Vic Falls es seguro, muy custodiado, con lodges y hoteles de lujo. Atrae tanto a mochileros que vienen saltar en el segundo bungee más alto del mundo, 111 m; 90 dólares el salto, como a tours de jubilados norteamericanos.
Cuando leo el cartel de Gobabis respiro aliviada. Ojalá que las cheetas no hayan comido todavía.
Esta clase de safari se llama overlanding, porque atraviesa países por tierra. La metodología es andar hasta llegar a equis punto de interés; ahí, parar dos días, como en el delta del río Okavango, en el norte de Botswana, donde sí llueve, o en el Parque Nacional Chobe, con más de 25.000 elefantes, además de búfalos, hipopótamos, impalas y kudus. Mientras tanto, toca tragar kilómetros de polvo, ver avestruces a la vera de la ruta y, cada tanto, jirafas y chozas redondas de adobe y techo de paja.

A ritmo de colimba

Cada día, a eso de las 4 o 5 de la tarde, el camión llega a un camping. Como ahora, al de Gobabis, que tiene un par de cheetas y un leopardo en cautiverio. Tanta preocupación y la cena de las cheetas todavía no está servida. Da tiempo para armar las carpas. Después de algunos días de colimba -las mañanas de safari arrancan entre las 6 y las 6.30-, uno es más rápido.
Ahora sí, André Jacobs, un namibio de abuelos holandeses entra sin protección a la parcela de las cheetas. Mide 2 metros y tiene la espalda del tamaño de un ropero antiguo. En la mano lleva un pedazo de impala, el bambi de Africa. Se los da y ellas lo muerden con colmillos largos y afilados. Abandona la parcela y va a la jaula de Tornado, el leopardo que él mismo atrapó hace meses. No se mete, pero asoma la mano para darle la carne. Cuando lo llama, Tornado se acerca como un gatito a pesar de ser el cazador más eficaz de la sabana africana. El namibio lo acaricia. Estuvo nueve años en la guerra de Angola. Gateó por tierras minadas, comió serpientes y casi muere tres veces. "Yo no sé lo que es el miedo", dice antes de irse, solitario y escurridizo como Tornado.
La noche doma el calor y hasta le saca brisa. Sawa llama a comer, como lo hará las próximas diez noches. Dice que el menú es arroz con pollo al curry. Lo cocinó él y los platos los lavará alguno de nosotros. Mañana le tocará a otro y pasado a uno distinto. No importa que el safari cueste cerca de mil dólares. Todos tendrán su oportunidad de lavar, aunque no quieran.
Por Carolina Reymúndez
De la Redacción de LA NACION

De diamantes y campings

La industria del safari es una de las más exitosas de Botswana, después de la extracción de diamantes, el motor del gran crecimiento de este país en los últimos años. En un camping como el de Maun, la puerta de entrada al delta del río Okavango, adonde llegamos el cuarto día, hay por lo menos cinco camiones que atraviesan Africa por tierra.
Dos camiones son españoles, y en uno el guía es argentino y le dicen Quaker. Dentro de algunos días, cuando lo encuentre en Vic Falls, me dirá que en su camión los pasajeros no lavan platos ni arman las carpas. Llevan un asistente extra, "que a cierta hora les prepara pancito con aceite de oliva y ajo, como a ellos les gusta. Pagan algo más, pero ahora a España le está yendo muy bien y no se quejan".
Las instalaciones de los campings son buenas. Siempre hay piscina, bar y baños amplios. También hay chalets para pasajeros de safaris de lujo, que viajan en camión, pero sin carpa ni comida de campamento.

El gran árbol sagrado

El primer baobab apareció el cuarto día de safari, en Botswana y era tan grande que mereció una parada de media hora. El baobab es como el elefante de los árboles: a su lado cualquiera se siente mínimo.
Llega a medir 25 metros de altura y su tronco, 12 de diámetro. Puede almacenar hasta 120.000 litros de agua por eso está verde a pesar de la sequía asfixiante. Hay baobabs que ya cumplieron los tres mil años y van por más. Se cree que es originario de Madagascar, donde existen seis especies y se concentra la mayor cantidad de ejemplares.
En Nigeria y Senegal es sagrado, y para muchos poetas, como Saint Exupery, un paisaje de inspiración.

Datos útiles

Cómo llegar

El pasaje desde Buenos Aires hasta Johannesburgo, vía San Pablo, cuesta desde US$ 900 por South African Airways, Carlos Pellegrini 1141; 5556-6661.

Safari

Wildlife Adventures ( www.wildlifeadventures.co.za ) tiene varias salidas en enero y febrero con asistente en español. El precio varía según el recorrido, entre US$ 900 y US$ 1200, sin el pasaje ni las bebidas. Para más información, 15 5250-1616; www.themarketingcollection.com

Comunicaciones

Salvo en Sudáfrica, en los demás países es muy complicado comunicarse con la Argentina. En Namibia, por ejemplo, cuesta US$ 10 el minuto telefónico. En las capitales hay Internet (US$ 5, la hora).

Qué llevar

Lo menos posible. Ropa liviana. No olvidarse: binoculares, linterna, protector solar, anteojos, sombrero. En la librería del aeropuerto de Johannesburgo venden excelentes mapas del sur de Africa (US$ 20).

Cambio

Como se cruzan varios países, siempre conviene consultar con el guía cuánto dinero cambiar. No hay muchos gastos, más que las bebidas y algunas cenas que no están incluidas. Si uno se queda con pulas o con rands sudafricanos podrá cambiarlos en cualquier país de la zona. En cambio, si le sobran dólares de Zimbawe no podrá deshacerse de ellos ni siquiera en un país vecino.

Prevenciones

Para este viaje es necesario tomar pastillas contra la malaria. Se llaman Tropicur y se pueden encargar en cualquier farmacia. Una caja cuesta alrededor de 55 pesos y alcanza para un viaje de 20 días. También es útil darse la antitetánica antes de partir.

Lecturas

Hay una guía Lonely Planet que reseña varios países del sur de Africa, desde Malawi hasta Sudáfrica, tiene información útil y si bien en Estados Unidos cuesta US$ 30, en Sudáfrica no se consigue por menos de US$ 50.

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