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 • HISTORICO

Seychelles, un paraíso con auténtico sabor local




Para los viajeros frecuentes, para los que quieren aislarse (en todo el sentido de la palabra), para los amantes del océano, del golf, de la fotografía, recién casados..., Seychelles es el paraíso soñado.
Fui a Seychelles gracias a una oportunidad laboral que me llevó a trabajar en uno de los mejores resorts del país. Sí, es un país: para los que como yo no somos buenos en geografía, Seychelles es un país compuesto por 115 islas en medio de la inmensidad del océano Índico. Podríamos decir a muy grandes rasgos entre Madagascar y Sri Lanka. Pero no, Seychelles queda en medio de la nada y no se parece a ningún otro lugar.
El archipiélago está listo para vernos gastar los ahorros de una vida en hoteles de lujo con helipuertos privados, servicios de spa inimaginables, excursiones de buceo junto con delfines y tortugas marinas.
Pero también recibe a los que no tenemos un chanchito tan grande como George Clooney o el príncipe William, que eligieron Seychelles para su viaje de bodas. El lujo de sus islas está en la naturaleza del lugar. Entre amaneceres y atardeceres invaluables, las playas son las que todo oficinista tiene en su fondo de pantalla durante el año. Es tal cual, la playa con la palmera inclinada sobre arena blanca con un magnífico horizonte detrás. ¿Pero cuál es la diferencia con el Caribe? La cultura: en Seychelles está la mezcla cultural más grande que haya visto en mi vida. La gente local tiene en su mayoría rasgos africanos, el idioma oficial –el creole– es casi casi como el francés, se maneja sobre mano izquierda, todos hablan inglés y los supermercados (pequeños almacenes) son atendidos por indios.
Se come la pesca del día: pulpo, langosta, tiburón, y muchas frutas, en especial el mango. También hay oferta de clásicas pastas y ensaladas para los que no tenemos un paladar tan aventurero. Carne, sólo en los mejores resorts. Agregados: coco y chili, cuidado, ¡los ponen en todo! Plato local: ensalada de pulpo, ¡recomiendo!
La gran mayoría de los vuelos internacionales llega a la isla principal, Mahe, desde Sudáfrica, Dubai, Abu Dhabi... Una vez allí lo que se hace depende del viajero según los intereses de cada uno: visitar las principales islas con las playas más lindas del mundo, en especial Anse Georgette, Anse Lazio, Anse Sous D’Argent (el transporte entre las islas es avioneta, helicóptero o por mar); hacer excursiones de buceo o snorkel (se pueden admirar delfines, ballenas y tiburones). A partir de septiembre comienza la temporada de las enormes tortugas marinas que se escabullen en los arbustos de las orillas a poner sus huevos, y a comienzo del año se ven los quelonios saliendo de sus nidos hacia el mar. En los shows nocturnos de los hoteles y restaurantes se aprecia la música local, con un estilo africano muy divertido y sensual. Para los golfistas, en la isla de Praslin se encuentra el campo de golf con la vista más impresionante que jamás haya visto. Deportes acuáticos por doquier (no motorizados). Para una luna de miel, el spot es increíblemente romántico. Si se busca desestresarse, el relax se encuentra en cada rincón del archipiélago, de las calmísimas playas blancas a los mejores spa de un hotel de lujo. Fanáticos de la noche y de Internet, ¡abstenerse!
Por Milagros van Gelderen
¡No se pierdan!

El monsaterio turco de Sumel

El barco en el que visitábamos diversos puertos del Mar Negro desembarcó en Trabson, en la costa de Turquía. De las visitas ofrecidas elegimos conocer el antiguo monasterio de Sumela, en sus cercanías. Trabson es la antigua Trebisonda, primero colonia griega fundada en el siglo VI a.C., ocupada luego por los romanos. Su puerto primitivo fue construido por el emperador Adriano y sus murallas, por Justiniano. Hasta el siglo XI fue lugar de encuentro de caravanas procedentes de Persia y Pekín, y de las flotas de Constantinopla y Venecia. Cuando en 1204 los Cruzados tomaron Constantinopla, una rama de la dinastía depuesta estableció en Trebisonda la sede del imperio.
El monasterio se encuentra a unos 45 km. Un taxi nos condujo –bajo una lluvia torrencial– por una carretera pavimentada, ascendente y muy sinuosa. Al pie de una montaña cubierta de exuberante vegetación debimos continuar a pie. Fue un trayecto de media milla que transitamos en condiciones extremas, sobre superficies muy desparejas(por suerte había dejado de llover). Luego de trepar varias escaleras arribamos a una especie de terraza. Allí apareció repentinamente el monasterio en todo su esplendor. Un enorme edificio de 7 plantas colgaba desde la montaña, una pared de roca lisa, a 300 metros de altura sobre un valle cubierto de bosques.Desde la terraza se advertían los frescos que recubrían los muros de cada una de las 7 plantas. Se descendía desde la terraza por una escalera de piedra que arribaba a una plataforma que permitía visualizar el monumento de frente. Sobre una abertura practicada en la roca se lee Capella. Ingresando al interior se advierten importantes frescos que recubren las paredes, entre ellos el de la Virgen Negra y el Niño. Se nos indicó que los monjes llegaron al lugar en el siglo IV; que había monjes aun en 1923, y que los frescos son de 1710, 1760 y 1860. Durante el recorrido de regreso (caminata y taxi) tuvimos la certeza de haber conocido algo singular.
Por Juan Carlos Perazzo

Compañeros de ruta

India, Tíbet, Bután y Myanmar. Soy una mujer de 44 años que voy a viajar del 9 de mayo al 13 de junio de 2015 a Dharamsala, India, residencia del Dalai Lama, Tíbet, Bután y Myanmar. A quien le interese compartir este itinerario escribir a marupao77@gmail.com. Gracias. Marina

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