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 • HISTORICO

En el remoto Ischilín, unos días en busca de historias




La iglesia se imponía ante nuestra vista con una rústica y húmeda fachada en sintonía con el cielo gris. En la plaza de Ischilín, en el norte de Córdoba, una playa de césped dormitaba prolija en la ausencia absoluta de la gente. En su contorno, casitas ordenadas y coloridas transmitían un tiempo, pseudo y remoto. Sólo nuestra persona nos daba la bienvenida en la mañana temprana para el lugareño descortés.
Fotografiamos con frío aquello convencional que poco convencía a nuestro propósito aventurero; de lo natural, real o nuevo. Caminamos buscando observar algo que nos interrogara, que despertara la hazaña de lo original y nuevo para nosotros. Como forasteros insistimos en apropiarnos de algo auténtico y espiritual de aquel lugar.
En el horizonte, las calles solitarias que se fundían precoces en el campo seguían generando desconcierto y ansiedad. Nos volteamos y volvimos a intentar ese encuentro con lo desconocido, aunque ahora pensábamos de forma preventiva en un lugar para acampar. Estaba por llover.
Algunos perros callejeros se acercaban solidarios, y no dejaron de custodiarnos en toda la estada.
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En el recodo de una esquina, volviendo a la plaza, el crepitar de un algarrobo, en la costilla marginal de la maqueta turística, llamaba a gritos nuestra atención, señalándonos su corazón con historias y sin agua.
Don Chico y Ricardo, su hermano, esperaban ahí, cálidos y hambrientos de nuestra compañía. Nos acercamos y nos ofrecieron el calor del fogón con mate. La pava se cobijada en las brasas con una satisfacción burlando el invierno.
Ya era pasado el mediodía, nos ofrecieron de inmediato matar un pollo por si teníamos hambre. Don Chico sin dejarnos pensar ofreció, para convencernos como agasajo, unos tallarines sin lucro, para acompañar aquel pollo que aún corría alegre por el pastizal.
Dieguito, erguido, descorchaba nuestra ofrenda para combinar el paladar?
La tertulia de la mesa observaba con estupor el asombro de nuestros ojos, ocultos detrás de la lente. Nuestros ojos se posaban donde la luz de la media tarde dibujaba con trazos cálidos el rostro tosco y sorprendente de los amables paisanos.
Abandonados por el cansancio y lejos del aire de la ciudad nos abandonamos sin asco y temor en las sucias pero cobijadas y amables catreras de la inmensa morada.
Los pasos de Chico despertaron el medio descanso con agrado, como mi padre en aquellos días de verano. Nuevamente la pava silbaba como un pájaro, picoteando la llama del algarrobo inextinguible.
Antes del anochecer fuimos a Deán Funes para hacer mandados; ellos aprovecharon el vuelo para hacer trámites pendientes, familia y provisión de vino. Nosotros ofrecimos asado para la noche y más vino, queríamos compensar su hospitalidad. Ya sentíamos dentro nuestro el festejo, el logro de un encuentro entre el deseo de lo buscado y la satisfacción de lo encontrado, que al fin y al cabo se reflejó rotundamente en el topetazo del rancho, el campo, la noche, el asado y el trucazo.
Cuántas historias brotaron cuando se combinaban estas especias o se forjan la picardía del truco con humo campero o con la cortesía plasmada en el hollín de aquella cocina. Cuánta amabilidad salía y retaba con autoridad nuestros juicios elevados y pendencieros, de aires superiores de ciudad amarga, solitaria y masificada.
Cuánto sale del alma cuando se besa la noche fría y el cálido vino. Cuánto descubrimos de la vida cuando se exhala lo nuevo de los recodos olvidados por la rutina ciega y mecánica. Cuánto debemos a aquellos que nos esperan y nos reciben sin prejuicio, anunciando un sabor de la vida que el hombre desconoce.
Nuevamente la pava cantó anunciando el amanecer? Nos levantamos...
Por Aníbal Santiago y Diego Raúl Barrionuevo
¡No se pierdan!

Marie Curie, un faro en París

Había terminado el congreso de medicina nuclear en Lyon y no podía dejar de visitar la Ciudad Luz, por eso pasé por París.
No sólo famosa por la belleza de sus luces nocturnas, sino también por los hombres y mujeres que han iluminado a la humanidad desde sus ideas con nuevos sistemas de gobierno, excelsas creaciones artísticas hasta enormes descubrimientos de ciencia.
De estos últimos emerge una mujer que hace un poco más de 100 años descubrió la radiactividad.
Leí todo sobre Madam Curie (que nació en Varsovia en 1867 y murió en París, en 1934), La heroica vida de Marie Curie, de su hija Eve Curie, su tratado sobre radiactividad artificial, y hace muy poco el último sentido libro de Rosa Montero La ridícula idea de no volver a verte, donde muestra toda la faceta humana de esta valorable mujer.
Tuve la necesidad de llegar hasta el Panteón de los Ilustres, donde descansa, desde 1995, cuando fue trasladado, su fatigado cuerpo junto al de su esposo, Pierre Curie, que se sumó a sus investigaciones y trabajó a la par de ella.
Radiación positiva
Junto a su cripta sentí una radiación especial, intenté medirla, pero no provenía del Ra-226 que contaminó su cuerpo, sino de la luz que emanaba de su vida, sus descubrimientos, sus anhelos de curar el mundo en guerra en el que vivió, su espíritu incólume que la llevó a trabajar aun a temperaturas bajo cero en el cobertizo que le asignaron como laboratorio.
A casi 100 años de otorgado su Nobel, madre e hija Curie (la mayor, Irene) son las únicas mujeres que aún lo ostentan en ciencias duras.
Me entusiasmó encontrarme con su laboratorio a unas pocas cuadras de allí, ya convertido en un gran instituto de investigaciones, donde se ha declarado una batalla: la lucha contra el cáncer.
Por casualidad o causalidad, también me dedico a trabajar en radioquímica con la misma lucha y con el mismo espíritu de los esposos Curie que son mi faro y mi inspiración permanente.
Por Guillermo A. Casale

Compañeros de ruta

Estados Unidos. Busco señoras (entre 55 y 65 años, aproximadamente) para viaje a N. York City, Washington, Niágara y Boston. La salida es del 15/09 al 05/10/14 (aproximadamente 20 días). Será un grupo de no más de 4 personas. Se aceptan sugerencias, pero no cambio de itinerario o fechas. rosipinfernandez@yahoo.com.ar

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