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 • HISTORICO

Sofía, una ciudad moderna con 7000 años de historia

Baja, despejada y reconstruida tras los bombardeos aliados de la Segunda Guerra Mundial, la antigua Sérdica es una de las capitales menos visitadas de Europa, con mucho empedrado e iglesias ortodoxas por descubrir




Nació antes que Roma, París o Londres. Fue hogar de helenos y romanos, conquista de macedonios, hunos y otomanos... Sofía, la capital de Bulgaria y la segunda más antigua de Europa después de Atenas, tiene medio siglo de reconstruida, pero brilla en el centro de los Balcanes desde hace siete mil años.
Llegar en vuelo desde Estambul es un shock cultural. No hay aroma a castañas asadas, no se ven velos, minaretes, tumultos ni callejas en zigzag, y nadie ofrece nada para vender. Es más, siento que me he vuelto invisible: nadie mira a una turista sola por la calle.
La primera impresión cuando se camina por el centro, en medio de esos edificios casi monumentales y limpieza extrema, es de una ciudad distante y aséptica. Pero basta sumergirse en los túneles de estilo moscovita que atraviesan las avenidas para descubrir músicos ambulantes ofreciendo sus notas, un mundo de comercios y quioscos, y gente apurada colgada del celular.
En ese inframundo vive la verdadera Sofía. La que padeció los horrores de la guerra, pero no los muestra.
Allí, bajo tierra también, camino del subte, uno se encuentra con las bases de murallas romanas de principios de la era cristiana y otras posteriores de ladrillo que dan cuenta de la rica y milenaria historia de este enclave balcánico.
Y se encuentra con Santa Petka, una iglesia minúscula a la que se entra por el subsuelo, construida en la época de la dominación turca.
Cuando veo esa casita, que quedó como una isla bajo el nivel de la calle y emergiendo del subsuelo junto a un pasadizo que lleva al subte, no entiendo de qué se trata. Como mínimo se ve rara. Y además es pequeña, del tamaño de una habitación, con un techo de tejas rojas a dos aguas, muy elevada para estar en el subsuelo y semienterrada si se la ve desde la calle.
Cuentan que Santa Petka nació por la magnanimidad de un sultán turco en el siglo XIV, quien permitió la construcción del edificio cristiano con una sola condición: que no superara la altura de un soldado turco a caballo. Y así se ve desde la calle, no supera el 1,50 metros, porque el resto de la construcción es subterránea. Lo cierto es que, aun con bibliografía esquiva, si esa fuera verdaderamente la historia, Santa Petka sería el más elocuente testimonio de ese pasado difícil del cristianismo en los Balcanes durante el dominio turco-otomano que trajo consigo al islam.
Con sus paredes de casi un metro de espesor, Santa Petka fue construida en ladrillo y piedra, tiene dos plantas, pero es más pequeña que la habitación de un hotel. Se ingresa por el subsuelo y una escalera retorcida da acceso a la parte superior, donde un ambiente opresivo y oscuro espera al visitante. Allí se encontrará con unos increíbles frescos ennegrecidos del siglo XIV, que sobrevivieron al tiempo y al cambio de religión.
El sacerdote que vela por Santa Petka, malhumorado y barbado, la adornó como pudo, con íconos modernos que distribuyó al costado del altar, y se muestra molesto cuando alguien entra a mirar: es un lugar de oración, no para ojos turistas.

La catedral de Alejandro

A 150 metros de Santa Petka se halla la única mezquita de la ciudad, respuesta del cristianismo al islam una vez que Bulgaria recuperó el control de su territorio tras casi quinientos años de dominación y conversiones forzosas: sólo un templo musulmán en medio de muchas iglesias ortodoxas.
Y cerca también, a unos 600 metros, se levanta la impresionante catedral de Alejandro Nevsky, construida en homenaje a los 200.000 soldados rusos, ucranianos y bielorrusos que cayeron en 1878 en la guerra contra el imperio otomano. Esta catedral de Nevsky es el símbolo de la independencia búlgara de los turcos y supongo que por eso su presencia es tan dominante en la ciudad.
Alejandro Nevsky es una de las mayores catedrales ortodoxas del mundo, con capacidad para 10.000 personas. Sus 12 campanas pesan 23 toneladas y el interior del templo se distingue por los frescos neobizantinos que cubren cada centímetro de sus paredes, techos y columnas. Tiene muchas cúpulas, a la usanza bizantina que luego los rusos reconvirtieron en estilo propio, y puertas de acceso de roble de Eslavonia magníficamente talladas.
A uno de los costados del edificio, una enorme cripta alberga la mayor colección de íconos ortodoxos de Europa, con tablas de arte religioso que cubren desde el siglo IV hasta el XIX.
Esta catedral es la referencia obligada de cualquier viaje a Sofía, pero toda su monumentalidad se evapora ante Santa Petka y ante otro templo minúsculo que desde fines del año 300 sobrevive a invasiones, cambios de religión y bombardeos aliados.
Se trata de la rotonda de San Jorge (ver recuadro), un edificio de 10 m2 de planta, luminoso y en parte cubierto con frescos, la única construcción antigua que quedó en el centro de la ciudad tras los bombardeos de ingleses y estadounidenses en el invierno de 1943 y 1944.
La rotonda está escondida atrás del Sheraton y rodeada por edificios gubernamentales. Detrás de ella, de la extensa plaza seca que la rodea, fueron desenterradas las bases de un palacio romano en el que se cree vivió Constantino, el militar que trasladó la capital de Roma a Bizancio (hoy Estambul) en el año 324 y convirtió al cristianismo en religión oficial del imperio romano.

Aires soviéticos y Piazzolla

Sofía es hoy una ciudad baja y despejada, con impronta soviética en su arquitectura ya que fue reconstruida después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Bulgaria era una de las repúblicas satélites de Moscú. A pesar de los bombardeos que padeció sobre el final de la contienda, no exhibe lastimosamente sus heridas de guerra. Es más, no muestra ni las cicatrices, tal la dignidad de esta ciudad milenaria.
Y lo que ofrece al visitante no es un sombrío despliegue de monumentos a los caídos, sino las raíces romanas de sus cimientos y sus iglesias ortodoxas. Es una capital centroeuropea más, cercana a Grecia en la religión y con resabios turcos y soviéticos que se filtran en la gastronomía o la arquitectura. Los rasgos culturales propios emergen de las capas de su pasado: tracio, romano, bizantino, otomano y sus más de cuarenta años de cercanía con la Unión Soviética.
De esta última etapa le quedaron a Sofía sus amplios parques y avenidas empedradas que aún hoy traquetean viejos tranvías, y una rica vida cultural cuyo eje parece ser la música clásica. El enorme edificio de la Filarmónica alberga la orquesta, un coro y dos cuartetos que ofrecen conciertos exquisitos por muy pocos euros. Pero fue precisamente la programación de uno de estos grupos, el Quarto Quartet, lo que sorprendió a esta viajera: incluía las Cuatro Estaciones Porteñas, de Piazzolla.
Otros rasgos sociales del pasado tras la Cortina de Hierro se han ido diluyendo. Como el uso de la lengua rusa, que quedó como patrimonio de quienes tienen más de 40 años. Los jóvenes que hablan otro idioma se comunican en inglés y el idioma corriente es el búlgaro, una especie de ruso simplificado, pero con pronunciación ligeramente diferente.
Y, precisamente, uno de los últimos símbolos de la época de influencia soviética desterrado de la ciudad fue la gran estatua de Lenin, frente al edificio del Consejo de Ministros. En 2000 se lo reemplazó por una enorme Sofía de cara dorada, cabellera renegrida y túnica al viento que más se parece a la Cleopatra de Elizabeth Taylor que a la antigua diosa griega.
La estatua representa a la Santa Sabiduría, por el nombre de la ciudad, y desde su columna que la eleva a 24 metros, busca ser el nuevo símbolo de la capital, enclavada como está a pocos pasos de los principales edificios gubernamentales, del Sheraton y de la pequeña Santa Petka.

Santa Sofía de Sofía

Dentro de este amable recorrido por las sobrias calles de esta Sofía reconstruida no puede el visitante dejar de lado la iglesia que le dio su actual nombre. Santa Sofía, una basílica del siglo V, hoy despojada y austera, que sobrevivió a los aliados y previamente al cambio de religión que trajeron los turcos.
Ningún adorno conserva de su pasado de esplendor, pero tampoco recuerdos de su conversión a mezquita. Santa Sofía es un edificio de porte con íconos colgados en lugar de pintados y paredes de ladrillo a la vista en vez de tapizadas de frescos como otras de su generación. La actual reconstrucción es de 1998, cuando la recuperaron de décadas de abandono, y tiene una importante actividad social, siempre con mesas en alguna de sus naves en la que sus fieles comparten bordados o tortas por alguna celebración.
Cruzando la calle, una prolija feria de íconos y pinturas aguarda al visitante. Las más bellas tablas religiosas e imágenes de la ciudad pueden comprarse en esta exhibición a cielo abierto, que seguramente debe cobijarse en algún espacio cerrado cuando el invierno presiona las temperaturas a la baja.
Muy cerca de allí, a pocas cuadras, se ubican otros lugares para visitar, la Galería Nacional de Arte, el Museo Etnográfico y la colorida iglesia rusa de San Nicolás.
Esta es Sofía, la puerta de Bulgaria y corazón del país de las rosas. Una ciudad segura, cómoda y fácil para manejarse, sin ningún rastro de las mafias gitanas y búlgaras que se supone acechan al turista a la vuelta de la esquina.
La Rotonda y el Palacio de Constantino
Literalmente me topo con la Rotonda de San Jorge cuando iba en busca de la Cbeta Nedelia, la iglesia de la Semana Santa, otro ícono de Sofía, y me parece increíble que Turismo de la ciudad no la destaque en primer lugar para visitar. Llego poco después de las 10 de la mañana y hay misa. No quiero irrumpir en el minúsculo edificio de 10 metros cuadrados con un objetivo tan profano como el de comprar algún ícono y sacar fotos, así que espero paciente en el pequeño atrio.
Por los parlantes llega desde el otro lado de la pared la letanía del sacerdote ortodoxo, profunda y monótona, y la respuesta a capela de un hombre y una mujer. Son sólo dos las voces que responden, pero parece un coro. La plaza seca circundante y las ruinas romanas del palacio de Constantino se llenan de esas voces celestiales y el presente se diluye.
Luego de un rato sale el oficiante, vestido de oro y rojo, esparciendo humos intensos con su incensario e inundando el pequeño atrio abierto. Es un breve momento dentro de la extensa ceremonia y como el servicio se alarga me voy.
Vuelvo a las dos horas y siguen cantando. Las ceremonias ortodoxas no sólo son largas, sino que se las presencia de pie. Vuelvo a esperar en ese atrio de ladrillos descubiertos de 1700 años. Frente a mí, dos imágenes de la Virgen con el Niño y tres candeleros con una veintena de delgadas candelas que titilan. Los fieles llegan, rezan una oración y siguen camino. Unos pocos entran, pero se demoran sólo escasos minutos en la iglesia.
De pronto sale una mujer y ante mi consulta me dice que pase, que no hay problema, que aunque siga el oficio religioso el quiosco está abierto. Ingreso como incómoda, sobre todo porque cuando se abre la puerta suena una pequeña alarma, a mi juicio sacrílega.
Adentro, el celebrante, las dos voces, la señora del quiosco y sólo un fiel asistiendo a la extensa misa.
San Jorge es luminosa, tiene techos altos y tantas ventanas que parece más amplia que sus pocos metros cuadrados. En sus paredes y techo se pueden ver cinco capas de frescos, los más antiguos del siglo VI. Están deteriorados, pero a pesar de ello, y que sólo sobreviven los que están en altura, la vivencia es muy distinta a la que se tiene frente a los frescos vandalizados de las antiguas iglesias cristianas de Turquía. Allí es innumerable la cantidad que aparecen picados y con los santos sin cabeza o con los ojos arrancados. En San Jorge ha sido el paso del tiempo el que los afectó y se acepta su natural deterioro.
El Cristo Pantocrátor de la cúpula es del siglo XIV, aparece rodeado por cuatro ángeles y cuatro evangelistas, y está algo despintado. El iconostasio es de madera trabajada, sencillo y con imágenes sobre un fondo dorado. Las ventanas tienen el típico enrejado búlgaro, de un barral en forma de herradura alargada, uniendo círculos medianos equidistantes. Y el minarete desapareció con el islam cuando los rusos derrotaron a los turco-otomanos en la guerra de 1878.
Esta iglesia –pequeñita, pero con presencia– ofrece una pincelada artística y arquitectónica de lo que debió haber sido aquella Sérdica floreciente del año 300, con la sociedad militar y republicana romana caminando por sus calles.

De romanos, turcos y aliados

Antes se llamó Sérdica, y dicen que el emperador Constantino alguna vez exclamó: "Sérdica, mi Roma", y que fue el Senado romano el que le frustró los planes de establecer aquí la cabeza del imperio una vez decidido el abandono de Roma. No era un punto suficientemente estratégico, dijeron, pero sí resultaba un vital cruce de caminos. Los romanos cruzaban por aquí para avanzar sobre el Asia y los turcos conquistaron este territorio cuando quisieron marchar sobre Europa y llegar hasta Viena. Así fue que en 1396, el imperio turco-otomano se anexó a Bulgaria e impuso su fe musulmana durante casi 500 años, hasta que los desalojaron los rusos en 1878. Sesenta años después llovían bombas sobre Sofía porque los aliados creían que su destrucción doblegaría a las potencias del Eje. Los bombardeos del invierno de 1943-1944 cambiaron la fisonomía de esta capital y acabaron con más de 12.000 edificios y miles de sus habitantes.

Tips para el viajero

- Dedíquele dos días completos a Sofía y aproveche para hacer salidas cercanas. Sofía es una ciudad plana, enclavada a los pies del monte Vitosha. A pocos minutos del centro, el entorno natural es muy agradable.
- El taxi desde el aeropuerto cuesta 20 levas (unos 10 euros). Puede hacerlo por 1 leva, pero en el colectivo regular de línea con lo que, a no ser que cuente con un buen mapa, lo más probable es que nadie le indique dónde bajarse. No hay un shuttle a pesar de lo que dice la página del aeropuerto.
- No elija un hotel sobre las avenidas por las que pasa el tranvía porque resultan muy ruidosas.
- Si busca íconos hay una pequeña feria a pasos de la iglesia de Nevsky y a un costado de Santa Sofía, donde encontrará amplia variedad, pintados o con aplicaciones de metal, en distintos tamaños. También venden cuadros y algunos testimonios de décadas pasadas. Si no consigue otros menos elaborados, pero igualmente bonitos, en cualquier iglesia.
- En las iglesias ortodoxas búlgaras las mujeres no tienen que taparse la cabeza, a diferencia de las ortodoxas rusas, en las que sí rige la costumbre.
- Vaya al monasterio de Rila en el bus diario que sale de la terminal de ómnibus porque con las agencias pasará más tiempo en el restaurante que en el monasterio.
- No planifique un día entero para visitar la iglesia de Boyana, en las afueras de Sofía, porque sólo se puede estar 10 minutos contemplando los frescos y acceden grupos de pocas personas. Pero desde ningún punto de vista deje de visitar esta maravilla pictórica medieval.
- Planifique por lo menos dos días para Plovdiv y dos o tres para Beliko Tarnovo. En ambos casos es preferible desplazarse por su cuenta porque las agencias venden cada una de las ciudades como tour del día y se las desaprovecha estando unas pocas horas. Plovdiv es la segunda ciudad de Bulgaria y la capital de las artes, pero además una bellísima villa llena de actividades culturales, especialmente en verano.
- Bulgaria es un país seguro para manejarse, con buena cultura vial y mucha conexión con las ciudades del país. Los tours por varios días son caros para los precios del país (a partir de 200 euros diarios) y se aprovechará más como viajero independiente. Con una muy buena red vial y ferroviaria no implica ningún riesgo armar un itinerario propio y moverse con los medios de transporte públicos, más allá del desafío que pueda constituir sobrevivir al idioma búlgaro.
- Muchos de los monasterios ofrecen alojamiento a precios irrisorios (4-5 euros), y el entorno en el que se hallan es siempre bonito y agradable, con muchas posibilidades de caminatas y trekking. Para los amantes del ciclismo hay tours con recorridos de distinta cantidad de días, muy valorados por europeos y estadounidenses. El paisaje es básicamente de montañas bajas, con mucha vegetación y bosques. Algunos circuitos unen monasterios (hay más de 120 en Bulgaria) y otros, simplemente ciudades.

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