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 • HISTORICO

Una día en las carreras, con saco, corbata y bici plegable

Las bicicletas de ruedas pequeñas son un ícono del paisaje urbano británico y tienen su Gran Clásico anual, que acaba de correrse al sur de Londres




LONDRES.- "¿Quién me mandó a someterme a semejante tortura?", era la pregunta recurrente cada vez que el pelotón de los primeros me volvía a pasar. No hay mucha ciencia; cuando uno es vago para entrenar, ocurre lo esperable en cualquier deporte, incluso en esta atípica carrera de bicicletas: empieza a faltar el aire al dar apenas media vuelta a la pista; luego, si bien los pulmones parecen acostumbrarse al pedaleo intenso, lo que desgasta es el tremendo esfuerzo mental para no aflojar el ritmo, aun cuando no se puede más y todavía faltan tres largos giros.
Y eso que era mi segunda vez en el ampulosamente llamado Campeonato Mundial de Brompton, el evento anual que congrega en Inglaterra a los fans de las más famosas... bicicletas plegables.
Londres no es tan amigable con el ciclista. Está muy lejos, por ejemplo, de ciudades como Amsterdam en el uso masivo de las dos ruedas. Pero, afortunadamente, se percibe cierta voluntad de cambio. Es que moverse en auto por esta capital resulta extremadamente lento y frustrante, mientras que el transporte público en horas pico no es barato ni cómodo. Por otra parte, no dejan de aparecer campañas y programas oficiales para alentar el pedaleo: desde la instalación de estacionamientos sin cargo en cada estación de tren hasta la financiación para comprar rodados en cuotas debitadas del sueldo bruto (con la consiguiente reducción del impuesto a las ganancias) y la introducción de bicis de alquiler en lugares clave.

Más allá de la moda

Pero no es fácil. Son conocidos los inconvenientes del clima londinense y las distancias, que pueden ser muy grandes y desalentadoras. Y ahí es donde entra en escena la bicicleta plegable, que permite combinarla con tramos en tren, colectivo, subte o hasta taxi, ya que prácticamente desaparece cuando no se la necesita. Una solución simple para un problema cada vez más complejo en ciudades de mayor superficie.
En Inglaterra, Brompton es la marca más tradicional de bicicletas plegables. La empresa Brompton Bicycles, del oeste de Londres, casi silenciosamente y ajena a cualquier moda ha venido desarrollando su singular producto desde fines de los años setenta, cuando su fundador, Andrew Ritchie, se decidió a mejorar un modelo existente. Hoy, su diseño es un ícono más en esta urbe y se propaga rápidamente por otras partes del Reino Unido y del resto del mundo (en octubre próximo habrá en Chile una carrera similar). Aunque hay que decirlo: así y todo, usar una Brompton aún se parece un poco a pertenecer a una tribu urbana no apta para cualquiera.
Para ingresar a este club hay que estar dispuesto a una pequeña inversión a largo plazo, por estado físico, costo de viaje y cuidado del medio ambiente, nada menos: las Brompton arrancan desde £750, la más básica, hasta unos £2300, la más completa, con seis cambios, piezas de titanio y terminación laqueada.

Vuelta a vuelta

Este año, el Championship tuvo lugar en Goodwood, Chichester, 65 kilómetros al sur de Londres. Más de 500 ciclistas pagaron £30 para integrar alguna de las seis categorías, divididas por sexo y edad. La jornada se desarrolló en una serie de competencias cortas de velocidad, una vuelta recreativa por los alrededores del circuito y el clásico desafío de cuatro vueltas (unos 15 kilómetros) con largada estilo Le Mans, luego de pedir por megáfono a los atletas que, por favor, se abstuvieran de sacarse selfies durante la carrera.
Una de las tradiciones de la reunión es el código de etiqueta: camisa, saco y corbata, para los hombres; vestido o falda para ellas, aunque con permiso especial para los disfraces y otras desviaciones muy apreciadas y hasta premiadas por la organización. Entre los más fotografiados habría que reconocer a una pareja de zombis, una azafata, un hombre-abeja y dos tiroleses. Lo único prohibido es usar Lycra.
En definitiva, la carrera no deja de ser una jornada familiar al aire libre (léase picnic), mezclada con deporte, música (banda de jazz y hasta pianista... ¡sobre ruedas!), exhibiciones de pequeñas compañías relacionadas con el ciclismo, puestos de comida, aficionados de varias partes del mundo y, por supuesto, toda la excentricidad británica imaginable.
Antes, se corría en el Palacio de Blenheim, condado de Oxfordshire. Un lugar hermoso, con mucho estilo y bastante más accesible que Goodwood. Una mudanza no tan apreciada por muchos participantes, por lo que se pudo recoger en la pista.
De vuelta a la acción, asombrosamente, hacia el final de la competencia uno sigue lúcido en la lucha y los kilómetros van quedando atrás. Hasta que las piernas empiezan a pedir auxilio. El problema es que al haber todavía algo de oxígeno en el sistema, combinado con cierta presión de grupo y un remanente de motivación, en lo último que se piensa es en parar. Y es lógico que los calambres no tarden en aparecer, ¡aun habiendo comido dos bananas antes de la carrera!
De todas formas, los resultados han sido más que alentadores si se comparan con los del año último: llegué en el puesto 326 (mal, lo sé), pero mejoré mi tiempo de 41 minutos a 33. El ganador marcó unos 23.
Hasta tal punto que para la próxima estoy pensando en que quizá deba tomármelo un poco más en serio, y no conformarme sólo con inflar bien las ruedas. Tendré que entrenar como corresponde y mejorar algunos aspectos técnicos de la bici. De fracasar todo eso, no quedará más remedio que jugarme a ganar el premio al más elegante, para lo cual tengo un disfraz de Meteoro que nunca falla.
Esteban Bernasconi

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