HUATULCO, México.- "No dilata, vamos. Cuando te quieres acordar, ya estás abajo. Vamos, anímate, no dilata, ya verás."
Erasto está colgando en el vacío. Tiene un pie apoyado en una roquita miserable, y nada más. Habla y se ríe como si nada. Como si estuviera de pie, sobre algún trozo plano y horizontal, sobre todo horizontal, de los tantos que hay para elegir en la enorme superficie de la Tierra. Así, sin más, como acostumbra pararse a conversar la mayoría de la gente común.
Pero Erasto elige otros escenarios para la tertulia.
"Por aquí pasan más de mil quinientas especies de aves."
Suelta la frase y sonríe. Y se queda ahí, colgando, amén de la roquita miserable que sostiene su pie izquierdo. El derecho, quién sabe, lo tendrá flameando en algún lado, en las alturas, entre la nada y la cadera. Debajo del casco azul y los anteojos espejados, Erasto, con su sonrisa relajada como esperando una respuesta. Nada.
"Se dirigen hacia el Sur -insiste-. ¿Conoces a la escapulilla rosada?" Erasto amaga con un ademán que augura una pronta exposición acerca del ave.
Es una garza con pico de cuchara que va del rosa claro al rosa intenso.
Erasto cuenta cosas de la garza y agita los dos brazos para todas partes. Erasto está colgando en el vacío, con un pie en una roca miserable, una soga, un arnés y nada más.
"Listo, ya pasamos el nudo. Puedes seguir." Carlos, el guía, jala la soga de la que cuelga Erasto e insiste: "Vamos, anímate. Ya has visto lo seguro que es. No dilata, cuando te quieres acordar ya estás abajo" -Perdón, ¿no qué?
-No dilata, no se tarda demasiado, ¿entiendes?
"No dilata, no dilata." Las palabras giran en la mente del que tiene ganas de probar, pero no se atreve.
"No dilata, no dilata..." Si Erasto puede hablar de la garza rosa y no caerse, no ha de ser tan tremendo. Sólo hay que caminar acantilado abajo, colgado de un arnés, con la espalda casi paralela a la tierra que está ahí no más, apenas a 45 metros. ¡No dilata, no dilata! Uno, dos, tres, respirar hondo y dar un paso.
Imposible. Allá abajo, Erasto se ve chiquito y todavía no se saca ese casco azul furioso ni los anteojos espejados.
"Anímate, no dilata", grita y agita las manos.
-¿Qué decías de la garza?
Antes que dar ese paso, cualquier posible tema de conversación se vuelve increíblemente tentador, incluso el de las garzas.
-Baja que te cuento.
En vano, cuando la adrenalina comenzó a picar, mejor no resistirse.
-Es fácil: tú deja que la soga te sostenga. Permite que el peso caiga a tus caderas, el arnés es seguro. Abre bien las piernas y apoya con confianza la planta de tus pies, siempre paralelos a las caderas. El tronco estirado hacia afuera, lejos de las rocas. Y te meces hacia un lado y hacia al otro. El brazo derecho por detrás de tus nalgas permite que la mano vaya soltando soga. Así bajas. Si te sueltas, no importa. Erasto traba la soga desde abajo y te frena. No te caes, no te caes.
"Hacia un lado y hacia el otro, no dilata, las piernas bien abiertas, el tronco estirado." No pensar y dar el paso. Es un paso, no pensar. Pasarle la posta al cuerpo, él sólo va a saber resolver. No pensar...
-Eso, muy bien. Vas muy bien. Así, ya casi llegas abajo. Bien. Así. Muy bien.
Arriba está Carlos, acompañando la bajada con palabras de confianza. Abajo, la tierra y Erasto, el que traba la soga. Y en la soga, el cuerpo, que cambió las normas de su centro de gravedad: como una flecha oblicua, todo el peso se decanta en la cadera que se vuelve péndulo, como un ancla pesada que tiende a irse hacia las rocas. Las piernas controlan, hacen de timón. Flojas y abiertas, cuanto más abiertas, mejor. Las rodillas bien flexionadas y la planta de los pies decantando en la piedra todo ese juego de entrega, de toma y daca del propio peso. Y del registro de la gravedad. Las cuatro extremidades, cumpliendo aquello que el cuerpo les va pidiendo. Las piernas, que reciben ese peso que decantan las caderas y resisten contra las rocas. Los brazos, que acompañan, flojos, y dejan que la soga siga su curso. Y las manos y los pies, como capitanes, que deciden cuando soltar soga y dar el otro paso.
-Vas muy bien, ya casi estás abajo.
Vale la pena vivir la sensación de estar colgando en el vacío en las inmediaciones del río Copalita. Vale la pena registrar cómo el cuerpo se acomoda y resuelve el vértigo que provocan las alturas.
Vale la pena dar el paso y probar. Total, no dilata demasiado...
lanacionar