La relación malas palabras y sociedad
En 1972, en su libro El grado cero de la escritura , el crítico literario y ensayista francés Roland Barthes advierte que "el lenguaje nunca es inocente: las palabras tienen una memoria segunda que se prolonga misteriosamente en medio de las significaciones nuevas".
La cita de Barthes viene a cuento a propósito de opiniones expresadas recientemente por dos lectores de este diario. El sábado pasado, en su carta "Palabras soeces". María Adela Alberio, ante la "seguidilla de palabras groseras expresadas públicamente por personajes de la escena nacional, iniciada por Reutemann, continuada por Maradona y, más recientemente, por De Narváez", recordaba con humor la admonición de los progenitores de su época, cuando oían a los niños recurrir a ellas: "No digas palabras soeces, que a ti propia te envileces".
Menos evocativo, el abogado Carlos A. Quirno se comunica por correo electrónico y escribe: "En la sección Espectáculos del domingo 18 de octubre, con el título de «Algo huele a podrido en los deslenguados», apareció un formidable artículo de Pablo Sirvén sobre los excesos verbales de toda laya con que nos regalan a toda hora, a través de los distintos medios y con la complicidad del Comfer, los «comunicadores», los animadores, los «movileros deslenguados», "las chicas de cascos ligeros"... Al terminar su lectura, no pude menos que preguntarme: ¿y por casa cómo andamos? Es que de un tiempo a esta parte, se advierte con claridad que las malas palabras y los términos soeces vienen ganando espacio aceleradamente en el diario, con un criterio imposible de detectar. Es decir, que el fenómeno que tan claramente describe Sirvén, hoy día le ocurre a LA NACION, la que debería reaccionar cuanto antes y tomar distancia de «los maltratadores verbales que se están apropiando del espacio público», asumiendo que, entre sus responsabilidades más urgentes, está la de cuidar y mejorar el lenguaje de los argentinos, factor esencial de su desarrollo en todos los órdenes".
Si como dice Aristóteles "la prudencia es la madre de todas las virtudes", también debe de ser cierto lo que me enseñaron cuando era chica: "La pereza es la madre de todos los vicios". Entre esas dos sentencias andamos los argentinos, tanto que la frase de Minguito Tinguitella (el personaje de Juan Carlos Chiappe que el actor Juan Carlos Altavista interpretó magistralmente), "¡Se gual!", parece haberse apoderado de nosotros. Por pereza no cuidamos ni las palabras ni la ortografía ni la riqueza de vocabulario; por pereza no hacemos zapping en la radio y la TV, y por pereza descuidamos los buenos modales cuando nos tratamos entre nosotros.
Sin embargo, este diario, en su Manual de Estilo y Etica periodística (1997, Espasa), ya había previsto el tema al que se refiere el lector Quirno. En el capítulo Nociones Generales, apartado 58 ("Palabras que ofenden la sensibilidad del lector") se delimita claramente cómo se publicarán ciertas expresiones: "LA NACION se distingue en desterrar de sus páginas las expresiones de mal gusto: palabras soeces, obscenas, blasfemas o que pueden ofender a una comunidad. Por respeto a los lectores, sólo se citan las que añaden información, siempre entrecomilladas (...). Que procedan de una persona de cierto relieve comunitario, que se hayan dicho en público, que estén impresas y que no sean gratuitas son condiciones obvias para publicar tales expresiones en las crónicas, en las que siempre se omiten detalles repulsivos y las descripciones escabrosas u obscenas innecesarias".
Artículos como el de Sirvén, que el propio Quirno cita, o numerosos editoriales dedicados a estos temas acreditan largamente que LA NACION no ha cambiado sus reglas de juego. Tal vez no pueda decirse lo mismo de la realidad en la que este diario y muchos de nuestros lectores están insertos.
Hay palabras que vuelven - bondi y chabón son dos inesperados ejemplos de esto- y otras cambian rotundamente su campo de acción (lo que hace años era un insulto hoy es una forma común de saludo entre los adolescentes). El lenguaje, que "no es inocente", es un espejo de cómo somos y estamos, pero sólo puede cambiar si nosotros cambiamos.